No sabemos porqué la labor del ama de casa se encuentra hoy tan desprestigiada. Pareciera ser que los flashes van por otros lados y lo que se llama «trabajo brillante» no encuentra definición posible en el contexto de un hogar. La vida moderna, la de la mujer que trabaja y hace mil cosas simultáneamente, ha ido devaluando el oro de la labor doméstica.
Chesterton dice refiriéndose a la mujer que trabaja en la casa: «En su hogar, una mujer puede ser decoradora, cuentacuentos, diseñadora de moda, experta en cocina, profesora… Más que una profesión, lo que desarrolla son veinte aficiones y todos sus talentos. Por eso no se hace rígida y estrecha de mente, sino creativa y libre»[1]
La sociedad moderna tiene una serie de imperativos, uno de ellos es la necesidad de destacarse públicamente y lograr reconocimiento mediático en lo que se hace. Por eso, la tarea doméstica, que en gran parte de los casos sólo la ve Dios, es una labor condenada al fracaso, pues no otorga ningún «puntaje» en la escala de la estima social.
Vistas así las cosas, la mujer que trabaja en la casa es aquella que no ha tenido las suficientes luces como para encarar una situación de trabajo fuera de ella; aquella que no puede adaptarse a las exigencias del ejecutivo moderno; aquella que se reviste de resignación cada vez que en las revistas del corazón contempla como el prestigio social se reparte en charlas que prescinden de lo intelectual.
El trabajo de ama de casa es sumamente complejo. Allí, la mujer debe atenerse a los caprichos familiares; estar atenta a los imprevistos; programar con organización y antelación todas las tareas del hogar; distribuir el presupuesto de tal manera que todos se encuentren a gusto con el ambiente de familia; solucionar los pequeños inconvenientes de cada día; y así, podríamos seguir mencionando aún más cosas…
El ama de casa es directiva, comprensiva, laboriosa, entregada, abnegada. Merece el reconocimiento del esposo, del hijo y de la hija, del ocasional visitante. Pero como allí el ambiente no tiene rasgos cinematográficos ni la labor no es éxito de taquilla, se desmerece y se minusvalora semejante empresa.
¿Qué sería el hogar sin ella? Incomparablemente inferior. ¿Qué directivo de empresa es capaz de solucionar, con eficacia y rapidez, las demandas de llevar adelante un hogar? Muy pocos seguramente.
La tentación de ser el centro de la escena siempre es lo que le da al trabajo doméstico mala prensa. No está de moda vivir pendiente de los demás; no se valora el trabajo silencioso y sin fuegos de artificio; más bien, se valoran los billetes y el ir de un lugar a otro sólo para dar impresión de movilidad y eficacia.
La mujer en casa es la empresa magnífica en la cual millones de mujeres se juegan por aquellos que quieren. Merece una sonrisa de aprobación, un beso cariñoso, un abrazo reconfortante al final del día. Y merece también todo el dinero del mundo, pues gracias a ella, el hogar también se llama familia.
Por Mariano Martín Castagneto
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