Prisas, complicaciones diarias, traslados difíciles, contaminación, enojos, estrés y otros son el a, b, c de la vida cotidiana dentro de la vorágine de la rapidez con que se vive hoy, particularmente en las grandes ciudades.
De hecho, si reflexionamos en ello, todas estas señales no son sino el reflejo del deterioro paulatino pero continuo al cual nos está llevando la vida moderna, la vida de prisa y en las prisas; de la que casi todos se quejan pero que nos arrolla dentro de la cultura imperante que nos enseña que rápido es mejor. A pesar del incremento alarmante de depresiones, suicidios, suicidios infantiles, divorcios, hipertensión, neurosis y otros que ocurren en el entorno, parece que somos insensibles a que eso pudiese ocurrir en nuestro círculo cercano.
Esta carrera de velocidad afecta al mundo en general y en particular a nuestra calidad de vida; nuestra relaciones personales: superficiales y extra rápidas; nuestro alimentos, breves, a veces ausentes pero siempre rápidos; nuestras relaciones familiares alejadas y escasas; nuestra vida laboral con la continua tensión de competir, etcétera. En los tiempos modernos no sólo hemos ascendido en la escala de los workholics si no también de los speedholics. Por la reina velocidad no disponemos de tiempo para comer y masticar, para hacer ejercicio mínimo, para no sólo oír sino escuchar, mucho menos para dialogar. Hay tiempo para repetir por errores de incomprensión pero no para entender y darnos a entender para trabajar con más productividad y atención.
Estamos en un momento de intensas ambigüedades, de una sociedad sin descanso, de sobre trabajo y sobre consumo. Hay un dis-funcionamiento que se refleja en ansiedad, en falta de concentración, en insatisfacción permanente, donde muchas cosas triviales molestan y hay una enorme distancia del gusto real por la vida, por el trabajo, por los amigos, por el disfrute de una comida, de una flor o un amanecer, por saborear una copa, una conversación y la compañía de un ser querido o, inclusive, un buen libro. Es más, leemos y no entendemos. Nuestro estilo de vida es más cuantitativo que cualitativo.
A nivel internacional, lo anterior ha hecho surgir una corriente de pensamiento para cambiar el culto a la prisa y la velocidad y promover el slow down. Una modificación del estilo de vida, del paradigma de la rapidez sin límites, del enfoque de status cuantitativo que revalora el balance entre la cantidad y la calidad de vida. Tiempo de intenso trabajo combinado con tiempo de intenso disfrute, tiempo de actividad fuerte con tiempo de comida distendido y disfrutable. Tiempo de intensa concentración combinado con tiempo de calma y gozo de nuestros afectos.
Tiempo de gusto y tiempo para tener una equilibrada velocidad en el hacer y en el vivir. Reflexionar en la desaceleración y en su aplicación en nuestra vida personal podría ser una pertinente reflexión interna en búsqueda de sanidad personal, familiar y social. En este sentido parece conducente la frase de Pablo Neruda de su poema Muere lentamente:
“Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad”
CPC y CIA Beatriz Castelán García