La ya tradicional Misa de las Familias en la Plaza de Colón, coincidiendo con la fiesta de la Sagrada Familia el viernes día 30 de Diciembre, busca reactivar de un modo especial a los jóvenes, víctimas inequívocas de una crisis de aquellos lenguajes que habían servido para definir la realidad y cuya vigencia se encuentra cuestionada por la presencia de otras formas alternativas de convivencia que parecen no sólo replantear la cuestión del futuro de la familia, fundada en el matrimonio monogámico e indisoluble entre un hombre y una mujer, sino contemplar el delirio paroxista de su futura extinción.
Pero no hay que equivocarse. La secularizadora categoría de “gender”, que promueve la antropología del cuestionamiento de la familia y la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad o a un modelo nuevo de sexualidad polimorfa, no es en absoluto el verdadero problema de la familia. Lo desigual nunca puede tratarse “igualmente”, lo cual significaría tanto como ir contra el principio de igualdad.
Tampoco la crisis familiar está supeditada a la voluntad y libertad del legislador. Si como afirmara Bernanos, las victorias de la legislación sobre las costumbres son siempre precarias, conviene, en la fiesta de la familia, no referir los males de ésta a las arbitrarias consecuencias de una legislación favorecedora del Couning Out Day y destructora del êthos tradicional. En momentos en que la crisis que padece la institución familiar está en el mismo concepto con que se quieren designar cosas distintas, el parlamento sólo podría evitar un mal mayor, pero nunca resolver la crisis de la familia a base de golpe legislativo.
Sin duda, el enemigo principal de la familia -además de las ambigüedades conceptuales, la cultura hedonista prevalente, la exaltación de una libertad sin vínculos o el objetivo de moldear la naturaleza desde la legislación y la educación, impregnadas de la “ideología de género”- es la misma familia, como ya observara con vigor Chesterton.
Si la familia, hoy más que nunca, necesita ser promocionada, no es porque la cultura “sesentayochista” continúe colonizando el pensamiento, proponiendo orientaciones y modelos alternativos de convivencia de pequeño formato, relativos a cada hombre, sino porque los signos de decadencia familiar encuentran su génesis en su propio seno espiritual, en los vaivenes del amor y de la pasión de cada persona. Se trataría así de una decadencia que procede de su interna disolución, ocasionada por la deserción en las creencias y en los principios del bien y de la verdad.
En este sentido, la Exhortación Familiaris consortio se adentraba ya en la descomposición de la familia y los signos de su preocupante degradación, tales como una inequívoca concepción de independencia de los cónyuges, las dificultades en la transmisión de los valores, el divorcio, el aborto, la esterilización y la mentalidad contraceptiva.
Junto al riesgo de individualismo y la afirmación de la propia personalidad, en la búsqueda narcisista de una inaplazable autorrealización personal, es necesario contemplar la dimensión objetiva del compromiso y la voluntad de permanencia, así como el aprecio por la vocación a la maternidad y las referencias éticas y religiosas comunes en la vida matrimonial y familiar.
La batalla por la familia no se gana en el terreno jurídico ni económico (la renta per cápita de los españoles a mediados del siglo pasado era diez veces inferior a la actual); tampoco en el ámbito de una perversa legislación, supuesto que no está en el poder del legislador destruir la naturaleza. La batalla por la familia hay que cifrarla en la esfera personal, y no hay solución en ninguna otra esfera. Es una cuestión valores, de creer en la fidelidad y el amor, en una felicidad relativa a la maternidad y paternidad, en la transmisión de la vida y su sentido trascendente. Lo decía Juan Pablo II: “el problema más urgente al que se enfrenta Europa es la necesidad de esperanza, una esperanza que nos permita dar sentido a la vida y a la historia y continuar juntos nuestro camino”.
Si la crisis demográfica europea es la expresión de un cansancio civilizacional, de un nihilismo desfundamentador de toda realidad, la batalla cultural por la familia exige reescribir la belleza de la Creación y del matrimonio, venerar el don de la procreación y de los hijos como el futuro y la esperanza de una nación.
La Misa de las Familias en la Plaza de Colón supone un noble empeño por recordar al hombre la verdad del matrimonio y de la familia, como lugar donde se fragua el futuro de la humanidad. Nos corresponde a todos -y de un modo específico a los cristianos-, trascendiendo cualquier sociedad nivelada de almas en serie que aborrece las diferencias y exalta el uniformismo universal, proponer unos fundamentos naturales y religadores que sean aceptados en la humildad y en el amor, y donde los gobernantes, lejos de cualquier inmoral pragmatismo, ejerzan su autoridad respetando la validez de un orden dado a la libertad responsable del hombre.
Roberto Esteban Duque, sacerdote y profesor de Teología Moral en el Seminario Conciliar de Cuenca
El Testimonio de vida que nosotros laicos-catolicos estamos dando a los niños y sobre todo a los jóvenes constituye la mejor o peor promoción que podemos hacer del matrimonio tradicional y de la familia,
Lo que se ve, no se juzga., los hechos valen mas que las palabras,
Soy testimonio o anti testimonio en esta batalla ¿?
Brillante¡¡¡¡. Aún cuando escrito para el contexto europeo actual, ciertamente es una voz de alerta para lo que se avizora en lontananza en sudamerica.
Tiene toda la razón el articulista, aun cuando sea tan desigual la batalla, debemos seguir dándola en el ámbito personal, cuidando con esmero que en nuestro entorno «no dé lo mismo» estos modelos familiares que la cultura individualista imperante pretende imponernos.