En los primeros meses de su vida pública, Jesús tiene una gran aceptación entre los que le oyen, y en otros a los que llega el mensaje.
Es constante en los evangelistas señalar que "creyeron en él" y era alabado por muchos. ¿Qué era lo que Jesús predicaba para ser tan aceptado? Nada más y nada menos que el reino de Dios: "llegó Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y está cerca el Reino de Dios; haced penitencia y creed en el Evangelio" (Mc). Juan había preparado el camino predicando que el reino de Dios estaba al llegar (Mt), y así se levantaron grandes expectativas. Pero ahora el Reino de Dios está a las puertas y es Jesús quien lo trae. Todas las miradas se dirigen hacia Él y las esperanzas se despiertan.
La esperanza en el reino de Dios no era cosa de unos días, ni de una generación, sino que se remontaba a siglos, -más de un milenio-, en la conciencia histórica de Israel. En todos los hombres y en todos los pueblos ha existido la esperanza de una organización donde reine la paz y la justicia y donde los hombres puedan relacionarse con Dios con libertad, a pesar de que los continuos fracasos lleven a considerar este reino de paz, amor, justicia y libertad como una utopía. Pero en Israel esta esperanza tiene una fuerza especial porque conecta con la promesa histórica hecha por Dios mismo.
En Israel, el poder tuvo siempre una dimensión religiosa. Así se aprecia ya en Abraham, y en Jacob. Pero donde se aparece con más claridad es en la monarquía davídica, en la que se cumplen las promesas hechas a los padres en la fe. La dinastía de David subsistirá por siempre (2 Sam) porque Dios le ha hecho una promesa. A partir de ese momento la esperanza de Israel irá unida a la realeza de la estirpe de David (Sal 2 y 110). El rey es "ungido" (mesías) y subordinado a Dios. Isaías anuncia ante el calculador rey Ajaz que de una virgen nacerá un hijo de rey con características extraordinarias: "un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; sobre sus hombros el imperio, y su nombre será: Consejero admirable, Dios potente, Padre eterno, Príncipe de la paz, para ensanchar el imperio, para una paz sin fin, en el trono de David y en su reino, para sentarlo y afirmarlo en el derecho y la justicia desde ahora hasta siempre" (Is); con él vendrá una paz insospechada y una reconciliación grande, nacerá en Belén de Efratá y será pastor del pueblo con un poder que llegará a los confines de la tierra con paz (Miq); reinará con justicia y con sabiduría, ejercerá el derecho (Jer). Con el destierro de Israel a Babilonia creció de un modo espiritual esta esperanza, y se une al Templo y a un culto renovado a Dios (Ez). Esta espera se hace exultante e inminente en los tiempos anteriores a Cristo: "Salta de júbilo, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén. He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y montado en un asno, joven cría de asna. Y hará que desaparezcan los carros de guerra de Efraím y los caballos de Jerusalén, y desaparecerá el arco de guerra. El anunciará la paz a las naciones y dominará de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra"(Zac).
Esta esperanza del reino de Dios se revistió en la secta de los esenios de Qmram de un carácter político y nacionalista, y en los celotes de violenta índole. También era muy fuerte entre los fariseos; todo el pueblo estaba a la espera del reino de Dios. En este contexto llega Jesús, avalado por el testimonio del Bautista, y dice que ha llegado el Reino de Dios; por fin la esperanza se está cumpliendo. Si se cree, el entusiasmo es lógico.
Jesús lo anuncia como un evangelio, como una buena nueva, como una novedad. El componente religioso es claro: deben convertirse, cambiar de mente, depurarse de las deformaciones y estar dispuestos a ver y aceptar en qué modo se manifiesta el cumplimiento de las promesas y la plenitud del reino. Después se irá aclarando en que consiste el reino de Dios; pero, de momento, el anuncio está hecho. La primera aceptación de la mayoría es una buena señal para ese nuevo reino de Dios en la tierra y en Israel.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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jesús no vino a cambiar al hombre, sino, a sembrar en su interior semillas de renovación, a aprender grenciar sus pensamientos y a administrar sus emociones, a madurar en la corta experiencia de vida, a ser estables y serenos, verdaderos adultos responsables con nuestro compromiso de vida.