Paz

La verdadera reconciliación entre hombres enfrentados y enemistados sólo es posible si se dejan reconciliar al mismo tiempo con Dios.

La guerra nace en el corazón del hombre, porque es el hombre quien mata y no su espada o, como diríamos hoy, sus misiles… Si los sistemas actuales, engendrados en el corazón del hombre, se revelan incapaces de asegurar la paz, es preciso renovar el corazón del hombre para renovar los sistemas, las instituciones y los métodos de convivencia.

No seremos capaces de perdonar, si antes no nos hemos dejado perdonar por Dios, reconociéndonos objeto de su misericordia. Sólo estaremos dispuestos a perdonar las faltas de los demás si tomamos conciencia de la deuda enorme que se nos ha perdonado.

No podrá emprenderse nunca un proceso de paz si no madura en los hombres una actitud de perdón sincero. Sin este perdón las heridas continuarán sangrando y alimentando en las generaciones futuras un hastío sin fin, que es fuente de venganza y causa de nuevas ruinas. El perdón ofrecido y aceptado es premisa indispensable pare caminar hacia una paz auténtica y estable.

Un mundo, del que se eliminase el perdón. sería solamente un mundo de justicia fría e irrespetuosa, en nombre de la cual cada uno reivindicaría sus propios derechos respecto a los demás.

La violencia es una mentira, porque va en contra de la verdad de nuestra fe, de la verdad de nuestra humanidad… No confiéis en la violencia. No apoyéis la violencia. No es éste el camino cristiano. No es éste el camino de la Iglesia católica. Creed en la paz. en el perdón y en el amor: éstos son de Cristo.

Todos debemos esforzarnos en pacificar los ánimos, moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas que se hayan podido abrir entre hermanos, cuando se agudiza el contraste de las opciones en el campo de lo opinable, buscando, por el contrario, estar unidos en lo que es esencial para la fe y para la vida cristiana, según la antigua máxima: En lo dudoso libertad, en lo necesario unidad, en todas las cosas caridad.

Acerca de la importancia del perdón, conocéis igualmente la respuesta de Jesús que aparece con tanta frecuencia en el Evangelio: antes de presentar la ofrenda en el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano; ponte de acuerdo con él, mientras que vais de camino; pasa más allá de la estricta justicia. Es bueno ver también en nosotros mismos lo que, con razón, pueda alejar al otro. Es preciso hacer en nosotros mismos la renovación necesaria.

Pero a pesar de todo esto, sucede que el otro rechaza el perdón, la propuesta de paz. Pues bien, según el Evangelio no debemos esperar a que los otros vengan a reconciliarse con nosotros. Hemos de ir a su encuentro. Hagamos lo que nos dice el viejo libro de los Proverbios, en un texto utilizado por san Pablo: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber, obrando así derramarás carbones encendidos sobre su cabeza.» En resumen, que si el otro adopta una actitud de rechazo, es asunto suyo; puede ser también que nosotros ignoremos los obstáculos interiores que tiene. Nosotros hagamos, con la paz, lo que está de nuestra parte. Y, sobre todo, continuemos rezando por él y amándole, para ser dignos hijos del Padre que está en el cielo. Éste es el riesgo que afrontan los discípulos de Cristo; y cuando Dios quiera, este riesgo contribuirá a cambiar el mundo, a semejanza de la actitud de Jesús.

¿No es precisamente así como vosotros buscáis ser artífices de paz, viviendo la reconciliación con vosotros mismos, con vuestros semejantes, en el seno de vuestras familias, de las iglesias de las que sois miembros, de las comunidades a las que pertenecéis?

¿A qué conduce este camino de la violencia? Sin lugar a dudas, crecerá el odio y las distancias entre los grupos sociales, se ahondará la crisis social de vuestro pueblo, aumentarán las tensiones y los conflictos, llegando hasta el inaceptable derramamiento de sangre, como de hecho ya ha sucedido. Con estos métodos, completamente contrarios al amor de Dios, a las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia, haréis imposible la realización de vuestras nobles aspiraciones. Y se provocarán nuevos males de descomposición moral y social, con pérdida de los más preciados valores cristianos.

Pedro plantea a Jesús esta pregunta: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»

«Setenta veces siete.» Con esta respuesta el Señor quiere que Pedro tenga claro, y nosotros también, que no debemos poner límites a nuestro perdón a los demás. Al igual que el Señor está siempre dispuesto a perdonamos, también nosotros debemos estar prontos a perdonamos mutuamente. Y -qué grande es la necesidad de perdón y reconciliación en nuestro mundo de hoy, en nuestras comunidades y familias, en nuestro mismo corazón! Por esto, el sacramento específico de la Iglesia para perdonar, el sacramento de la penitencia, es un don del Señor sumamente preciado.

Y a vosotros, padres y madres, quiero decir: enseñad a vuestros niños cómo se perdona, haced de vuestros hogares lugar de amor y de perdón; haced de vuestras calles y vecindarios centros de paz y reconciliación. Sería un crimen contra la juventud y su futuro permitir que un niño crezca sin otra experiencia que la violencia y el odio.

Plegaria por la paz

Y al Creador de la naturaleza y del hombre, de la verdad y de la belleza, suplico:

Escucha mi voz, pues es la voz de las víctimas de todas las guerras y de la violencia entre individuos y las naciones.

Escucha mi voz, pues es la voz de todos los niños que sufren y sufrirán cuando las gentes pongan su fe en las armas y en la guerra.

Escucha mi voz cuando te ruego que infundas en el corazón de todos los hombres la sabiduría de la paz, la fuerza de la justicia y la alegría de la confraternidad.

Escucha mi voz, pues hablo por las multitudes de todos los países y de todos los períodos de la historia que no quieren la guerra y están preparados a caminar por sendas de paz.

Escucha mi voz y concédenos discernimiento y fortaleza para que podamos responder siempre al odio con amor, a la injusticia con la dedicación total a la justicia, a la necesidad compartiendo de lo propio, a la guerra con la paz.

¡Oh Dios! Escucha mi voz y concede en todo el mundo tu eterna paz.

¿Cómo no detenerse aterrorizados ante la perspectiva de destrucción y muerte que encierra hoy cualquier guerra, aunque sea combatida con las armas llamadas convencionales, per6 a las que la tecnología moderna ha conferido mortíferas posibilidades de devastación y exterminio? Toda persona responsable debe reflexionar seriamente acerca de tal perspectiva, ante la que ya mi predecesor Pío XII, de venerada memoria, pronunciaba aquella angustiada advertencia: «Nada se pierde con la paz, todo puede perderse con la guerra.»

La única solución realista ante la amenaza de guerra continúa siendo la negociación. En este punto deseo recordaros una frase de san Agustín que ha sido citada ya otras veces: «Matad la guerra con las palabras de las negociaciones, pero no matéis a los hombres con la espada. » Hoy vuelvo a reafirmar ante vosotros mi confianza en la fuerza de las negociaciones leales para llegar a soluciones justas y equitativas. Estas negociaciones exigen paciencia y constancia y deben orientarse claramente a una reducción de los armamentos equilibrada, simultánea y controlada internacionalmente.

El cristianismo no nos manda que cerremos los ojos a los difíciles problemas humanos. No nos permite o impide ver las injustas situaciones sociales o internacionales. Lo que el cristianismo nos prohibe es buscar soluciones a estas situaciones por caminos del odio, del asesinato de personas indefensas, con métodos terroríficos. Y diría más:

el cristianismo comprende y reconoce la noble y justa lucha por la justicia, pero se opone decididamente a fomentar el odio y a promover o provocar la violencia o la lucha por sí misma. El mandamiento «no matarás», debe guiar la conciencia de la humanidad, si no se quiere repetir la terrible tragedia y destino de Caín.

No os dejéis arrastrar por la tentación de responder a la violencia con la violencia. Nuestra condición de cristianos no lo permite. Oponed a la cultura de la violencia y del odio la del amor y la paz.

Algunos podrán deciros que la elección de la no violencia es, a fin de cuentas, una aceptación pasiva de situaciones de injusticia. Podrían clamar que es una cobardía no usar la violencia contra lo que es erróneo, o que para refutar la opresión hay que defenderse con la violencia. Nada más lejos de la verdad. No hay nada de pasivo en la no violencia cuando se escoge por amor. No tiene nada que ver con la indiferencia. Tiene que ver absolutamente con la búsqueda activa de «vencer el mal con el bien», como urge san Pablo. Escoger la no violencia significa hacer una valiente elección que incluye la defensa activa de los derechos humanos y el firme compromiso por la justicia y el desarrollo ordenado.

«Estad siempre disponibles a acoger al que se ha equivocado y perdonad de corazón al que os ha ofendido, como Dios os perdona y acoge.» No tengáis enemigos. Venced la enemistad con la fuerza del amor. Cultivad una mentalidad y una praxis de no violencia, prefiriendo el camino del diálogo y la afirmación de los valores al uso de la fuerza.

Si la paz debe reinar en vuestro corazón, tenéis que estar deseosos de perdonar, perdonar completa y sinceramente. Ninguna comunidad puede sobrevivir sin el perdón. Ninguna familia puede vivir en armonía, ninguna amistad puede durar sin el reiterado perdón. El perdón es un don gratuito e indebido que Dios nos ofrece para que, por nuestra parte, podamos ofrecerlo a los demás. Perdonar es abrir la puerta a un nuevo comienzo.

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