San Francisco De Borja (1510-1572)
Descendiente de la noble y turbulenta estirpe de los Borja, este duque era muy estimado por el emperador Carlos V y ocupó cargos de responsabilidad que desempeñó con justicia y firmeza. Su matrimonio, dichoso y ejemplar, le dio ocho hijos. Al enviudar, ingresó en la compañía de Jesús, de la que llegó a ser el tercer general de su historia. Impulsó la labor de los jesuitas creando multitud de noviciados, colegios y misiones por todo el mundo.
La anécdota más conocida de este santo pertenece a su etapa de laico. Cuando Francisco hubo de reconocer el cadáver de su admirada emperatriz Isabel y vio los estragos que había hecho la muerte en pocos días, exclamó: “No más servir a señor que se me pueda morir”. Y en este punto comenzó la conversión definitiva de su alma.
Santos Evaldo el Moreno y Evaldo el Rubio (+695)
Nacieron ambos en Northumbria, Inglaterra. Conocemos a estos dos hermanos por el testmonio de Beda el Venerable, su compatriota y contemporáneo.
Según éste, se había hecho habitual designarles por el color de sus cabellos. Se querían mucho y no se separaban jamás. Juntos se hicieron monjes en Irlanda; juntos siguieron a san Vilibrordo cuando emprendió la conversión de Frisia; juntos le abandonaron al poco tiempo para ir, por su cuenta, a llevar el Evangelio a los sajones.
Los notables de estas tribus temieron que su jefe se convirtiera al cristianismo y les obligara a abrazar esta nueva religión con peligro de que sus dioses se vengaran de ellos por haberlos abandonado. Se apoderaron de los misioneros, los mataron y los echaron al río.
Sus cuerpos fueron recogidos por un cristiano llamado Timon que les dio sepultura en Anlerbek, Westphalia, por lo que los habitantes de esa región, ya convertidos al cristianismo, los tomaron como sus patronos.
San Remigio (+530)
San Remigio fue el gran apóstol de los franceses. Se hizo celebre por su sabiduría, su admirable santidad y sus muchos milagros. Duró de obispo 70 años llegó a ser famoso en toda la Iglesia.
La reina Clotilde rezaba mucho por su esposo Clodoveo que era pagano y feroz guerrero. La forma como logró que se convirtiera fue diciéndole que cuando estuviera en plena batalla con el poderoso ejército alemán que los había atacado, invocara al Dios de los cristianos para obtener la victoria. Así lo hizo el rey y ganó la batalla. Al volver dijo a su esposa: “Clodoveo venció a los alemanes y tú venciste a Clodoveo”. Pero ella respondió “Esas dos victorias son obra de uno solo: Nuestro Señor Jesucristo”.
Clotilde llamó al obispo Remigio, que tenía fama de santo y de sabio y le pidió que enseñara a Clodoveo la doctrina cristiana. Clodoveo temía que su pueblo se rebelara por quererles quitar la religión de sus antiguos dioses, pero el ejército y la multitud, al saber que su rey, tan valiente y estimado, se iba a hacer cristiano, gritaron al unísono: “Desde hoy nos separamos de los dioses mortales, y nos declaramos seguidores del Dios inmortal del cual nos habla Remigio.”
Después de bautizar al rey y a sus dos hermanas, San Remigio y varios sacerdotes bautizaron a más de tres mil soldados con sus mujeres y sus niños. El resto de su vida la empleó San Remigio en instruir al pueblo y en ayudar a los necesitados.
Santa Blanca o Cándida
Es una mártir romana de los primeros siglos que fue enterrada en el cementerio de Pontien.
San Gerardo, abad (+959)
Aunque desde muy joven Gerardo siguió la carrera de las armas, al morir su padre, noble señor de Brogne, se hizo benedictino y fundó, en la finca familiar, una abadía que mantuvo, fervoroso, hasta su muerte. Trabajó también en la reforma de seis abadías más que pertenecían a su jurisdicción.