Santa Cecilia, virgen y mártir
Sta. Cecilia es una de las santas a la que más relieve ha dado la Liturgia, el arte y la piedad popular. Pertenecía a una ilustre familia de los Cecilios Metelos. Se cree que era ya cristiana desde muy niña, y que, desde muy niña también, consagró a Cristo su virginidad.
Un Obispo medieval, Adhelmo, en su libro «VIRGINITATE», llega a decir que Sta. Cecilia es la segunda entre las vírgenes, después de la Madre de Dios, pues guardó la virginidad aún siendo desposada.
Sus padres habían dispuesto la boda de Cecilia con Valeriano, de la noble familia de los Valerios. Cecilia tenía consagrada a Dios su virginidad, pero consiente en los desposorios con la esperanza de convertir a Valeriano, y así ser más libre para consagrarse y servir al Señor.
Mientras tocaba el órgano y armonizaba el festín nupcial, la virgen Cecilia cantaba al Señor dentro de su corazón: «HAZ, SEÑOR, MI CORAZON Y MI CUERPO INMACULADOS, PARA QUE NUNCA SEA CONFUNDIDA».
Cuando quedan solos los esposos, la esposa advierte a Valeriano que no la puede tocar, que hay un ángel vigilante entre sus cuerpos «un ángel que acerca sus almas y separa sus brazos». Valeriano muestra interés por verlo.
Cecilia le dice que lo verá cuando sea puro. Inmediatamente va a la Vía Appia a oír las enseñanzas del Obispo Urbano, ayudante del Papa Eleuterio, según las indicaciones que le ha hecho Cecilia.
Valeriano acude ante el Obispo, recibe el bautismo y ve al ángel, como le había prometido Cecilia. Convierte a su hermano Tiburcio. Los tres son condenados a morir el año 178, en la persecución de Marco Aurelio, por profesar su fe públicamente.. Los hermanos son degollados y a Cecilia le conceden sufrir el martirio en su casa, en la sala de baño. Como el vapor asfixiante la respeta, ha de intervenir el verdugo con la espada. Este no logra su propósito y la deja moribunda, con un tajo en el cuello. La santa logra todavía hacer, con señas, profesión de su fe en Dios Uno y Trino. «ESTA VIRGEN GLORIOSA, -se nos dice-, LLEVABA SIEMPRE EL EVANGELIO SOBRE SU PECHO, Y NI DE DÍA NI DE NOCHE INTERRUMPÍA LOS DIVINOS COLOQUIOS». Sta. Cecilia -como narra la parábola del Evangelio- fue una de las vírgenes prudentes, que esperaron al Esposo celeste con la lámpara encendida y con el aceite de reserva: «LA LÁMPARA DE LA FE QUE ELLA ALIMENTABA CADA DIA LEYENDO LA SGDA. ESCRITURA Y ESCUCHANDO A LOS MINISTROS DE DIOS».
El cuerpo virginal fue depositado en las catacumbas de San Calixto. En el siglo IX fue trasladado a la Basílica romana de Sta. Cecilia in Trastévere, y en 1599 fue visto incorrupto. Sta. Cecilia es patrona de los músicos y su vida nos enseña que el uso de los instrumentos y aun de la misma Liturgia no tienen como fin primordial la satisfacción de los sentimientos humanos, sino LA GLORIA DE DIOS.
San Filemón (siglo I)
Era un rico ciudadano de Colosas (al sur del mar Negro) al que San Pablo convirtió y que se dedicó desde entonces a evangelizar a sus conciudadanos. Tenía entre sus esclavos a uno bastante espabilado que el Apóstol convirtió igualmente, y que es conocido como san Onésimo. Se pueden encontrar más detalles sobre estos dos santos, el señor y el esclavo, en la admirable Epístola a Filemón, texto canónico de Nuevo Testamento.
Beato Tomás Reggio (1818-1901)
Nació Tomás en Génova, Italia, hijo del marqué Reggio y de Ángela Pareto. A los 20 años, dejó su vida acomodada para hacerse sacerdote. A los 25 años ya era rector del seminario de Chiavari, y en 1877 fue consagrado obispo de Ventimiglia, diócesis sumamente pobre, la cual recorría en más de una oportunidad, montado en un mulo.
Fue pastor clarividente y apasionado de su rebaño: “Señor, héme aquí, estoy para cumplir tu voluntad. Quiero llevar a ti a muchas almas”, rezaba cuando asumió el cargo.
Abrió nuevas parroquias, reavivó la liturgia, y cuando un terremoto sacudió la región, fue el primero en llevar ayuda. Su sotana remendada y el reloj atado con un pedazo de cuerda, testimoniaban que el obispo, verdaderamente, de rico que era se había hecho pobre por su gente.
A los 74 años escribió al Papa pidiendo ser eximido de su cargo por razón de su edad y cual sería su sorpresa cuando el Sumo Padre lo nombró arzobispo de Génova, un cargo difícil por ser una ciudad con muchos problemas pues las autoridades civiles eran hostiles a toda manifestación religiosa.
Sin embargo, por su obediencia y santidad de vida, su influencia fue tan significativa que en breve tiempo los genoveses sometían a él cada iniciativa. Dio impulso a las sociedades obreras, a las cooperativas agrícolas, a las sociedades de seguros. Y muy pronto se empezó a ganar la estima aún de sus adversarios.
Toda esta paz y equilibrio que difundía la encontraba seguramente en la intensa vida de oración y de penitencia que practicaba, mostrándose siempre desenvuelto y jovial, sin hacer ostentación de su vida austera.
Cuando estaba en su lecho de muerte le preguntaron que si deseaba algo, y respondió: “Dios, Dios, Dios solo me basta”.
Fue beatificado el 3 de septiembre del año 2000.
Aprendamos que en cualquier ambiente y lugar de nuestras vidas, debemos confiar totalmente en la Voluntad de Dios, y a ejemplo del Beato Tomás Reggio, repitamos «Dios, Dios, Dios solo me basta».