Nuevo estilo de democracia

La manera como se vive la democracia en el seno de la Orden de Predicadores se fundamenta en diversos elementos.

Por Vicente Igual Luis, dominico, Secretario de la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramon Llull de Barcelona

El primer pensamiento y la primera palabra son para Alfredo Rubio de Castarlenas. Mis encuentros con él no fueron muchos. Los suficientes para conocer ciertas facetas de su personalidad, para admirarlo, para quererlo, para compartir con él preocupaciones por el mundo y por la Iglesia, para aprender mucho de él, para introducirme en este mundo tan suyo y tan de todos los que le queríamos…; para sufrir en silencio cuando determinadas decisiones incomprensibles y poco justas intentaron manchar la integridad, la honradez y la limpieza de un hombre de bien y de paz y de un sacerdote honesto servidor de la Iglesia.

Alfredo Rubio, en un artículo, ante la hundimiento de los sistemas políticos fundamentales en las teorías de K. Marx, afirmaba: «Todos los modelos políticos han de hacer un salto cualitativo hacia un nuevo tipo de democracia […], una democracia más perfecta […]. Hasta ahora las democracias han sido unas “sutiles dictaduras de las mayorías” […]. ¿Cuál podría ser el nuevo estilo de la democracia? Conseguir […] que cada ciudadano no sólo pudiera pensar y expresarse de acuerdo con sus ideas […], sino que […] además, pudiera vivir su única vida en este mundo con toda libertad coherentemente con su manera de pensar».

Rubio pedía un «nuevo estilo de democracia» y a mí me corresponde hablar mirando hacia la «luminosidad» del siglo XIII, el siglo de san Ramón de Peñafort, de quien este año se celebran actos conmemorativos de los cuatrocientos años de su canonización. El maestro fray Ramón fue fraile predicador, tercer maestro de la Orden de los Predicadores y, entre otros méritos, ha pasado a la historia como el primero que dio unidad jurídica a las Constituciones de la Orden. En este trabajo, mantuvo una escrupulosa fidelidad a la letra y al espíritu de santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden, y fray Jordán de Sajonia, el primer sucesor.

Creo que en la manera como se vive la democracia en el seno de la Orden de Predicadores se fundamenta en diversos elementos. Unos provienen de la Regla de san Agustín que los dominicos profesamos:

«Os habéis congregado en comunidad, primeramente, para habitar en casa con UNANIMIDAD, teniendo una sola alma y un solo corazón.» Eso ya marca una orientación. Unanimidad no quiere decir unidad, ni uniformidad, ni consenso. Quiere decir que, independientemente, de lo que uno piense o crea, se debe ser capaz de tener un mismo sentir, considerando lo que sea mejor, en determinado momento, para la Comunidad, la Provincia o la Orden.

Que «nadie trabaje para sí mismo, todos vuestros trabajos los tenéis que hacer en común, con mayor cuidado y gozo que aquello que uno hace para sí mismo». «La caridad se entiende así: prefiere las cosas comunes a las propias, y no las propias a las comunes.» Aquí hay otro hilo orientador. Se pide hacer un cuidadoso discernimiento de las cosas que son comunes para el bien de la Comunidad, de la Provincia o de la Orden, e invertir todos los mejores esfuerzos. Posteriormente, en la medida que sea posible, se atenderán los intereses individuales o de grupo.

Que «quien os preside no se considera feliz por mandar en potestad, sino por servir con caridad». Otro elemento fundamental de nuestro sistema de gobierno y de todo el sistema interno de responsabilidades, bien sean individuales o colectivas: todo es vivido como un servicio que es pedido y ejercido, lo que supone, en los que lo han pedido, el compromiso implícito de facilitar esta tarea de servicio.

Y, al final de la Regla, una última sentencia muy iluminadora: acoged esta Regla, «no como esclavos bajo el peso de la ley, sino como persona libres dirigidas por la Gracia». O sea, que la Regla y las Constituciones se deben considerar y vivir como un don o un regalo acogido libremente como mejor camino de libertad personal y comunitaria.

Otro de los elementos fundamentales de nuestra manera de vivir democráticamente proviene del significado que los primeros frailes dieron a este hecho. En el año 1220 se celebró en Bolonia el primer Capítulo constituyente de la Orden de Frailes Predicadores. Domingo de Guzmán, el padre y fundador, postrado en tierra, pide a sus hermanos que acepten su voluntad de no seguir como jefe de la Orden. Ya consideraba su obra suficientemente madura y consolidada para que fuese dirigida por otro. Ante la insistencia de los hermanos, él accedió a continuar como maestro de la Orden con una condición: que la autoridad suprema fuera el Capítulo General, es decir, un grupo de hermanos representativos de todas las provincias que, una vez estudiados los momentos de las comunidades, provincias, la Orden, la Iglesia y el mundo, determinaran lo que era mejor. Este acontecimiento marca mucho el sentido democrático de la Orden, porque cualquier autoridad o gobierno personal, fuera de algunos puntos esenciales que las Constituciones ya indican, queda siempre bajo aquello que decide la comunidad, sea cual sea su grado de importancia.

Ahora me referiré sólo a los Capítulos como instancia jurídica clave de la manera como, en el seno de la Orden, se ha vivido desde el siglo xiii y se vive aún la democracia.

Los capítulos conventuales son los que, a su tiempo, tienen la potestad de elegir al prior y de organizar la vida de los conventos, según las Constituciones y determinaciones de los Capítulos Provinciales y Generales. En los Capítulos Provinciales y Generales se da siempre un buen equilibrio de fuerzas entre personas que pertenecen al gobierno (priores, provinciales, superiores, etc.) y personas que no pertenecen al gobierno y que son elegidos libremente por los frailes de la base. De esta forma se asegura que los análisis y las propuestas sean más objetivas y respondan mejor a las preocupaciones más comunes. Un ejemplo: cada tres años se convoca Capítulo General de Provinciales y de Definidores, alternativamente. Ambos capítulos tienen las mismas atribuciones a la hora de definir y establecer normas para toda la Orden. Cuando se trata de Capítulo General electivo de maestros de la Orden son convocados conjuntamente provinciales y definidores, con la finalidad de que las elecciones y las propuestas correspondan mejor a la realidad concreta.

También es importante tener presente que nuestro estilo de democracia se inspira en un espíritu de confianza. Para nosotros es impensable que se presente una especie de grupo o partido más o menos cohesionado, con un determinado programa de gobierno. Los elegidos reciben la confianza de los electores: son considerados con suficiente madurez, no por defender los intereses de los electores sino por hacer, de la forma más objetiva posible, el diagnóstico del momento concreto que vive el mundo, la Iglesia, la Orden, las provincias y los conventos y de cómo se cumple la misión que nos ha sido encomendada. Al mismo tiempo, se les considera con suficiente madurez para establecer las pautas y las orientaciones más adecuadas para este momento. En definitiva, todos los elegidos en el Capítulo, a la hora de ejercer el servicio que les corresponde, siempre tendrán como punto de referencia las Constituciones y lo que han determinado los diferentes Capítulos. Para decirlo con palabras más nuestras: los «programas de gobierno» no son hechos por grupos de intereses concretos; los programas son elaborados por los Capítulos en nombre de las diversas instancias de la Orden, y para gobernar son elegidos aquellos que parece que los pueden hacer según los programas establecidos. Y todos los frailes y sus comunidades deben acoger las determinaciones como lo mejor para la Orden. Esto no quiere decir renunciar la crítica; quiere decir que se puede ser crítico y expresar las propias opiniones desde la acogida cordial desde aquello que los Capítulos han pensado que es lo mejor para la vida y misión de la Orden en una determinada circunstancia.

Esto garantiza, según nuestra manera de entender la democracia, una objetividad más elevada en los análisis de las situaciones y en las respuestas más adecuadas a dar. También garantiza un orden de importancia en los problemas que se deben tratar. Las cuestiones más importantes son las relativas a la forma de vida y a la misión de la Orden, de la Provincia y del Convento. Siempre saldrán otras cuestiones que también se tratarán con seriedad, pero de manera diferente. En las cosas de importancia clave son todos los miembros de los diversos Capítulos los que deben invertir sus mejores esfuerzos para debatir, y en su caso, decidir lo más adecuado.

Por todos estos detalles y por muchos otros, el maestro actual de la Orden, fray Timothy Radcliffe, escribió en el año 1997 una carta sobre la espiritualidad del gobierno en el seno de la Orden. Dice, entre muchas cosas, que se sorprendió a sí mismo cuando un periodista de la televisión francesa le preguntó sobre el elemento definidor de la espiritualidad dominicana, y a él le surgió espontáneamente la respuesta: «la democracia».

Para nosotros, la democracia no es solamente un sistema o una forma de gobernar. Forma parte esencial de la manera como vivimos y entendemos todo lo que, de una u otra manera, nos incide.

Esta manera de vivir funciona en nosotros desde el siglo XIII; ya hace setecientos años. En honor a la verdad se ha de decir también que, a causa de estas raíces democráticas, las cosas funcionan con gran lentitud. Esto estaba bien fundamentado en la mente y el corazón de san Ramón de Peñafort, cuando aconsejaba a los frailes que no tuvieran demasiadas prisas a la hora de establecer leyes y, mucho menos, si éstas eran de aplicación inmediata. En nuestras Constituciones, para que una determinación tenga fuerza de ley debe ser aprobada por tres Capítulos sucesivos. Con todo, creo que esta lentitud es la que ha hecho posible que, en las diversas reformas de la Orden, nunca se hayan producido rupturas, que siempre son dolorosas. La Orden ha velado siempre por la comunión y se ha dado el tiempo necesario para conseguir la unanimidad, la unidad de corazón, de alma y de compromiso.

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