Mensaje del Día de la Vida

25 de marzo

“Yo te doy gracias, por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras ”

Salmo 139 (138),14

Queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús:

Cristo es el buen pastor que ha entregado su vida para que en Él tengamos vida.

Esta imagen del buen pastor que Cristo refirió a sí mismo (cfr. Jn 10, 11) evoca en todos nosotros algo profundo y personal del modo como Dios cuida de todo lo que ha creado; nos permite comprender algo de la solicitud amorosa de Dios por toda la creación y de modo particular por el hombre.

En efecto, Dios es el Creador de todo lo que existe y en la tierra que creó puso al hombre y a la mujer a quienes hizo a su imagen y semejanza y los bendijo diciéndoles “sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla” (cfr. Gn 1, 27-28). Ahora bien entre todos los seres creados, el ser humano ocupa un puesto especial porque le hizo partícipe de su solicitud y providencia hacia toda la creación. El Creador ha confiado el mundo como un don y una tarea a nuestra responsabilidad. El que guía todas las cosas con sabiduría y amor hacia su destino final nos ha hecho a su imagen y semejanza para que con nuestra inteligencia nos convirtamos en providencia que con sabiduría y amor guíe el desarrollo humano y el desarrollo del mundo en armonía con su voluntad sabia y amorosa.

Sin embargo muchos hombres viven sin darse cuenta de lo que hacen y de lo que sucede, muchos hombres no asumen plenamente esta responsabilidad derivada de su altísima dignidad de ser imagen y semejanza del Creador y hay quien se comporta como si fuese, él mismo, el señor de la creación que puede manipularla y destruirla a su arbitrio, incluido tristemente el mismo ser humano.

La vida es un gran misterio. La ciencia y la tecnología han hecho grandes progresos y nos han ayudado a desvelar algunos de los apasionantes secretos de la vida natural, pero una mirada atenta a nuestra experiencia personal muestra que hay otras dimensiones de nuestra existencia personal y colectiva en este planeta.

Nuestro corazón inquieto busca más allá de nuestros límites gracias a nuestra capacidad de pensar y amar. Pensar y amar lo infinito, lo inconmensurable, la forma suprema y la fuente del ser. Nuestra mirada se extiende hasta la búsqueda del significado profundo, más allá de los solos datos empíricos que nos ofrecen las ciencias físicas y biológicas. No podemos eludir las preguntas fundamentales que surgen ante la maravilla de la existencia ¿Por qué? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué existo? ¿Qué debo hacer?

Este significado profundo de la vida es el que le confiere su auténtico valor y el que nos guía en el modo como afrontamos las cuestiones más decisivas que a ella atañen. Recordamos aquí las palabras llenas de actualidad del Concilio Vaticano II “Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales (…) ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? (…) ¿Qué puede ofrecer el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?” (Gaudium et spes, 10).

El contenido y la forma como se están planteando a nivel informático diversos aspectos de la sexualidad, la anticoncepción, el no reconocimiento de la existencia y la sacralidad de la vida desde la fecundación, la manipulación de embriones, el aborto, la reproducción asistida, la eutanasia, pueden hacernos experimentar la tentación de dudar del esplendor de la verdad que nos enseña la Sagrada Escritura acerca de la vida del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios.

Sin embargo, cuando el Señor Jesús dijo que Él es el buen pastor, nos dijo también que Él ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (cfr. Jn 10, 10). Cristo, en efecto, a diferencia de quienes se atribuyen a sí mismos el título de pastores y guías de la comunidad pero que huyen dejando sólo al hombre ante el misterio del dolor, de la angustia y de la enfermedad, ha entregado su vida, asumiendo Él mismo estas experiencias con amor, revelándonos su sentido y mostrándonos hasta qué punto es valiosa la vida de cada ser humano. Por ello dice el salmo 22 “aunque marche por cañadas obscuras nada temo, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad”. Sí queridos hermanos, aunque la condición humana no pueda eludir del todo las cañadas obscuras de la enfermedad, de la infecundidad física, del dolor, de la perplejidad, no estamos solos ¡No tengamos miedo! La muerte y el sin sentido no son la última respuesta ante las perplejidades de nuestro corazón, Cristo Jesús marcha con nosotros, Él que murió y resucitó y venció la muerte.

Precisamente este punto de partida es el centro de nuestra fe en que la vida, especialmente la vida humana, viene de Dios y, por tanto, es bella, es siempre un bien y vale la pena vivirla, promoverla y defenderla. Creemos en Dios que es Amor y Vida, creemos en Jesucristo, creemos en la vida y en su dignidad natural e inviolable.

Sin embargo, a veces se presenta la enseñanza de la Iglesia como una opinión sólo religiosa, queriendo insinuar con ello que no tiene nada que ver con la ciencia, o que la fe y la razón se contradicen y excluyen mutuamente. Otras veces se justifican ciertas prácticas en nombre de una cierta “libertad” individualista y subjetiva, sin referencia a los valores objetivos, universales y perennes, inscritos en la misma naturaleza humana. Incluso se llega a una intolerancia pues la opinión de la Iglesia no es escuchada o analizada con serenidad, apertura y seriedad, sino que se la hace objeto de mofa y de rechazo anticipado.

El misterio de la Encarnación que ilumina nuestro Día de la Vida, nos anuncia la buena nueva de que el Hijo de Dios ha asumido y consagrado todo el proceso de la vida humana, desde la concepción o fecundación, hasta la muerte. Además, esta verdad de fe es confirmada por la misma ciencia, la cual corre hoy peligro de ser manipulada o alejada de su fin principal: el servicio del ser humano.

Jesucristo ha redimido a toda la persona, en todas sus dimensiones: corporal, afectiva, volitiva, intelectiva, espiritual. Él ha llevado a la plenitud los mandamientos que son un camino para la vida y la felicidad. Él confió a su Iglesia este Evangelio de la Vida, la cual, animada por el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, ilumina siempre la conciencia de los hijos de Dios sobre la verdad y la santidad de la vida. Agradezcamos por ello al Señor con el salmista: “Yo te doy gracias, por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras.” (Salmo 139 /138,14).

Que Santa María de Guadalupe, Reina y protectora de la familia y servidora de la vida, nos sostenga con su amor e intercesión para que cada uno de los bautizados agradezcamos, respetemos y promovamos la vida de cada ser humano desde su concepción en la fecundación hasta su muerte natural.

+ Mons. Rodrigo Aguilar Martínez

Obispo electo de Tehuacan

Presidente de la Comisión Episcopal de Past Familiar

+ Mons. Francisco Javier Chavolla R.

Obispo de Toluca

Responsable del Departamento de la Vida

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