La cruz roja

15.6.14

El ambiente de la copa del mundo suele estar lleno de historias y anécdotas. En días pasados ocurrió un caso que quiero compartir con ustedes. Resulta que, en las maniobras de descarga del pesado equipo que cada una de las televisoras trajo a Brasil, un técnico que responde al apodo de el “panqué”, salió con una herida en la parte alta de la nariz, casi entre las cejas y que por su naturaleza, sangraba profusamente.

Los compañeros le sugirieron que fuera a los servicios médicos que, con toda seguridad, existirían dentro de las instalaciones del centro internacional de prensa, de modo que el lesionado salió disparado en busca de ayuda profesional.

Al ver que se demoraba, algunos colegas salieron a buscarlo y lo encontraron camino de regreso y con cara de puchero. El “panqué” procedió a relatarles su aventura: Al salir corriendo, sin tocar la puerta de lo que él pensaba era la enfermería, se metió solicitando la urgente ayuda del personal ahí presente. Por supuesto que hubo problemas de comunicación y entre más se angustiaba el paisano, pues más gritaba y se quejaba. Un hombre salió a su encuentro y le dio un kleenex para que se limpiara la sangre que ya le cubría buena parte del rostro. Al preguntar que para qué demonios servía eso, le contestó: “Para que te cubras en lo que encuentras un médico, aquí son los estudios de la televisora suiza”.

O sea que el buen “panqué” confundió el dispensario médico con la cruz que está al centro de la bandera helvética. Para eso, nos pintamos solos los mexicanos.
Al rato me voy a lanzar al mítico estadio de “Maracaná”, para ver el juego de Argentina vs Bosnia. En ese sentido y por ser día del padre, quiero compartir con ustedes otra anécdota, esta de índole personal.

Para el mundial de 70 en México, mi papá nos regaló una serie de boletos para los juegos del estadio Azteca a Eduardo mi hermano y a mí. El día de la gran final nos fuimos al estadio tempranito mi jefe, el tío “felo”, mi carnal y yo.
La bronca era que ni mi padre ni mi tío tenían boleto para ingresar al “Coloso de Santa Úrsula”. Don Arturo se encontró con otro grupo de cuatro que estaban en la misma situación que nosotros: Necesitaban dos boletos.

De repente, nuestro progenitor les dice: “Que tal un volado, el que pierda, le vende al otro los boletos”. De esta manera, uno resolvía su bronca y el otro, pues a buscar los cuatro pases que le faltarían.

El compa aceptó pero nosotros no podíamos creer lo que veíamos: ¡Se estaba jugando NUESTROS boletos en el revoleo de una moneda!

En un momento que se hizo eterno, el peso cayó al suelo y nuestros ojos no podían creer lo que veían: ¡Ganamos! Y de esa manera, entramos, muy orondos y orgullosos de la audacia de mi padre, a ver el Brasil contra Italia. ¡Felicidades a todos los padres!

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