Contracepción: Entrevistas

Conversando con Alfonso Aguiló Pastrana, periodista y escritor español que ha tenido relación durante más de veinte años con la formación de gente joven en diversos trabajos de carácter educativo y docente. Actualmente es director de Tajamar (Madrid, España). También ha publicado más de un centenar de artículos sobre cuestiones relacionadas con la educación. Es colaborador habitual de la Revista "Hacer Familia".

¿Por qué la Iglesia católica parece empeñada en que todo el mundo tenga "los hijos que Dios le mande"?

-Alfonso Aguiló Pastrana: Esa afirmación es un tanto equívoca. La Iglesia católica habla sobre todo de paternidad responsable, que en absoluto significa una procreación ilimitada, ni una falta de consideración ante las dificultades que conlleva criar a los hijos. Se trata de que los padres usen de su inviolable libertad con sabiduría y responsabilidad, teniendo en cuenta su propia situación y sus legítimos deseos, a la luz de la ley moral.

La Iglesia alaba y promueve la generosidad que supone formar una familia numerosa. Como es lógico, cuando hay serios motivos para no procrear, o para espaciar los nacimientos, esa opción es lícita. Pero permanece el deber de hacerlo con criterios y métodos que respeten la verdad total del encuentro conyugal en su dimensión unitiva y procreativa, como es sabiamente regulada por la naturaleza misma en sus ritmos biológicos.

Porque el fin no justifica los medios —Pero si lo que se persigue es lo mismo…, ¿qué más da utilizar métodos naturales o artificiales?

-Alfonso Aguiló Pastrana: Si se emplearan los métodos naturales con una finalidad exclusivamente antinatalista y sin suficiente motivo, en tales casos sería ciertamente difícil distinguirlos de los medios artificiales (en cuanto a su valor moral, se entiende).

Pero el recto recurso a la continencia periódica se diferencia sustancialmente de las prácticas anticonceptivas. Los medios artificiales se dirigen siempre a quitar su virtualidad procreadora a los actos conyugales, falsificándolos de raíz. En cambio, los métodos naturales, si se realizan por motivos justos, respetan la naturaleza propia de la sexualidad y de sus ritmos biológicos. No se trata, pues, de una simple diversidad de métodos, sino de una diferencia ética de comportamiento.

Además, los métodos naturales facilitan el respeto a la otra persona y a su cuerpo. La abstinencia temporal, decidida de mutuo acuerdo por el hombre y la mujer, no sólo no debilita el amor, sino que lo hace más fuerte, más libre y más profundamente personal. En cambio, con los medios artificiales se abre el camino a que cada uno —y sobre todo el varón—, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, se despreocupe del equilibrio físico y psicológico de la otra persona, y llegue a considerarla como un objeto de placer sexual que debe estar siempre disponible para su propia satisfacción. Por eso muchos desearían poder emplear esos métodos naturales (son eficaces, gratuitos y sin efecto secundario alguno), pero sus maridos o mujeres no están preparados para un cambio tan radical. Los anticonceptivos llevan a estar sexualmente disponible sin exigir compromiso. Los métodos naturales, en cambio, son comparables a una dieta: exigen sacrificios mutuos, pero fortalecen la relación de los esposos con Dios y favorecen la misma relación conyugal.

Son menos cómodos pero más seguros —Pero los métodos naturales fallan…

-Alfonso Aguiló Pastrana: Hace tiempo que eso ya no es así. La anticoncepción química o instrumental falla tanto o más, aunque se diga mucho menos, quizá porque mueve más intereses comerciales (no hay que olvidar que los métodos naturales ponen en peligro los fabulosos ingresos que produce la industria de la anticoncepción). Una prueba de que los métodos artificiales también fallan es la insistencia en el aborto o la píldora del día después para los casos en que el preservativo o la píldora anticonceptiva no han producido el efecto deseado.

Los métodos naturales, además de ser compatibles con todas las culturas y todas las religiones, son fáciles de enseñar y comprender. Son gratuitos y sin efecto secundario alguno. La libertad y los derechos de la mujer o del marido se respetan mejor, pues desarrollan una relación interpersonal más profunda entre los esposos, basada en la comunicación, las decisiones compartidas y el respeto recíproco: fortalecen el matrimonio y, por tanto, la vida familiar.

Además, y puesto que los métodos naturales ayudan a conocer los periodos de fertilidad o infertilidad, pueden ayudar a los cónyuges a conseguir el embarazo. De hecho, han hecho posible la fecundidad de muchos esposos que se consideraban no fértiles.

Una mentalidad común Dos brotes de una misma mentalidad

Hay quien acusa a la Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción.

-Alfonso Aguiló Pastrana: Me parece extraño que alguien evite los anticonceptivos, y que los evite precisamente por seguir las enseñanzas de la Iglesia, y que a su vez esté pensando en abortar después, cuando la misma Iglesia afirma que el aborto es un crimen.

Pienso que sucede al revés. La mentalidad anticonceptiva hace más fuerte la tentación del aborto ante la eventual llegada de una vida no deseada, y es patente que la cultura abortista está mucho más desarrollada en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción.

La anticoncepción y el aborto, a pesar de ser errores de naturaleza y peso moral muy distintos, a menudo están muy relacionados, pues son fruto de una misma mentalidad: cuando la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, el aborto suele ser la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada.

Lo que en realidad demuestran los hechos

¿Y qué dices de la transmisión del sida?

-Alfonso Aguiló Pastrana: No faltan también quienes reclaman a la Iglesia mayor comprensión. La secuencia argumentativa suele ser así de simple: el sida se transmite por contagio sexual, la Iglesia se opone al uso del preservativo, luego la Iglesia está colaborando en la difusión de la epidemia.

Así razonaba, por ejemplo, un conocido político italiano, que no hace mucho pidió a la Iglesia que cambiara su criterio para salvar así millones de víctimas del sida en África. Por fortuna, no hizo falta respuestas muy elaboradas para documentar lo que resultaba patente para quienes conocen de cerca aquel drama: la epidemia del sida es mucho más fuerte en las zonas donde menos presente está el cristianismo, y donde por tanto poco puede influir la Iglesia en las mentalidades y los consiguientes comportamientos.

Como explicaba Mia Doornaert, "si los varones africanos fueran tan respetuosos con la palabra del Papa que rechazaran por eso cualquier medio anticonceptivo, se supone que serían igualmente estrictos para seguir el resto de las enseñanzas de la Iglesia, que predican la monogamia, la pureza extramatrimonial y la fidelidad conyugal, y que son lo que realmente podría frenar la difusión del virus. Y no parece que sea así. No es serio echar la culpa al Papa y al Vaticano de la propagación del sida, por la misma razón que no es serio pensar que el varón africano, que usa de su sexualidad según tradiciones muy lejanas a lo que la Iglesia católica recomienda, esté esperando la palabra de Roma para usar o no un preservativo".

Y aparte de que el preservativo es mucho menos seguro de lo que muchos piensan, quienes conviven a diario con el problema del sida saben bien que para luchar contra esa tragedia en esos países hay que ir por la vía de una educación que eleve el nivel económico y cultural, la conciencia de la dignidad de cada hombre, y sobre todo la valoración de la mujer. Y a todo eso ayudan en gran manera los millares de misioneros que gastan allí su vida creando y manteniendo hospitales y escuelas.

Se trata de un reto atractivo Es muy difícil…

La doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad sigue pareciendo a muchos muy difícil de seguir…

-Alfonso Aguiló Pastrana: Es sin duda un reto. Ofrece un modelo de vida exigente, pero revestido de auténtica humanidad. Si se vuelve la mirada a la historia, y se analiza, por ejemplo, la figura de San Benito y su enorme influencia en las raíces culturales de Europa, vemos que fue un hombre que marchó bastante en contra de su tiempo. Pero su singularidad se convirtió más tarde en la clave de todo un cambio cultural y espiritual sobre el que se ha cimentado el mundo occidental de hoy.

También ahora, en nuestro tiempo, hay muchos cristianos que no aceptan esos modelos de permisividad sexual, aunque estén tan extendidos que casi se nos imponen. Buscan en la fe nuevos modelos de vida. Quizá aún no llamen la atención de la opinión pública, pero con el tiempo, el futuro reconocerá la importancia de lo que están haciendo.

http://www.interrogantes.net

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