San Leonardo De Puerto Mauricio (1676-1751)
Italiano, hijo de un capitán de cabotaje, se hizo franciscano a los veintiún años, comenzó a predicar a los treinta, y desde entonces predicó todos los días de su vida. Se le consideró el mayor misionero de su tiempo. Para ayudar a las almas a meditar los sufrimientos del Salvador, erigió numerosos Via Crucis. Gracias a su idea, esta piadosa costumbre se extendió por todas las iglesias del rito latino.
Beata Delfina de Signe y San Eleázaro de Sabran (siglo XIII)
Esta pareja de santos franceses se casaron muy jóvenes y emprendieron juntos una vida de penitencia y oración, sin que nadie lo percibiera y sin que desatendieran las obligaciones de su estado. Cuando estaban separados, se encontraban, en palabras de Eleázaro, “en el costado abierto del Salvador crucificado”. A los veintitrés años, Eleázaro heredó los condados de Sabran y Arialdo que rendían vasallaje al rey de Nápoles, Roberto el Sabio. Éste le tenía tanta confianza que le confió la tutela de su hijo Carlos, heredero de la corona. Murió Eleázaro cuando desempeñaba una misión en Paris, enviado por el rey.
Delfina pasó los veinte primeros años de su viudez en la corte de Nápoles, porque la piadosa reina Sancha deseaba tenerla cerca. A la muerte de Sancha, Delfina, volvió a su Provenza natal. Al morir, fue enterrada en Apt al lado de su esposo. Se veneran aún sus cenizas en la catedral de esta localidad.
San Conrado
Obispo de Constanza, construyó numerosas iglesias y hospitales; hizo una peregrinación a Tierra Santa y acompañó a Otón el Grande, fundador del Santo Imperio, cuando éste fue a Roma para ser coronado por el papa Juan XII como Campeón de la cristiandad.
Se le representa con un cáliz en la mano, del cual pende una araña. Esto recuerda a la araña que, un día, cayó en el cáliz después de la consagración. Conrado se la tragó por respeto a la preciosa Sangre, aunque estos bichos tenían entonces fama de ser todos venenosos.
Santo Domingo y Santop Tomás (+1839)
Presbíteros que sufrieron el martirio en Vietnam y que fueron canonizados por el papa Juan Pablo II en 1988.
* Acostúmbrate, cuando menos los viernes, a rezar el Via Crucis, que es una práctica de piedad que te ayudará mucho a crecer en el amor a Jesucristo.