San Hilarión (291-371)
Nació en Tabatha, Palestina, y san Jerónimo, que fue su biógrafo, le ensalza por haber introducido el género de vida de los padres del desierto en el país de Cristo y en los países vecinos. Él mismo se había formado así en Tebaida en la escuela de San Antonio, “el padre de todos los monjes”.
Después de volver a su patria, Hilarión se estableció en una zona pantanosa a siete millas de Gaza. Allí pasó treinta años, solitario, desconocido y feliz, a pesar de las frecuentes tentaciones. Dos curaciones milagrosas que hizo atrajeron la atención sobre él. Sus discípulos llegaron a ser más y más numerosos, tanto que después de algunos años habría anacoretas en todos los desiertos de Palestina y Siria. Hilarión los gobernó durante tres décadas viajando sin parar, venerado por todos, hasta el día en que decidió ocultarse de nuevo. Por los milagros que se obraban a su paso, le fue difícil ocultarse hasta que Esiquio, su fiel discípulo descubrió en la isla de Chipre un lugar solitario y escarpado, donde Hilarión pude vivir sus últimos años y morir en paz.
Santa Úrsula (siglo IV)
Muy poco se sabe de esta santa, pero hay una tradición que dice que en un cementerio de Colonia, Alemania, están enterradas Úrsula, hija de un rey de Gran Bretaña, y su séquito de acompañantes, que iban de peregrinación a Roma y que fueron martirizadas en aquel lugar por no haber querido sacrificar su virginidad, casándose con guerreros hunos de Atila.
Santa Celina (siglo V)
Se festeja hoy a dos santas de este nombre, que fueron contemporáneas. La primera, originaria de Meaux, Francia, recibió el hábito de las vírgenes consagradas de la mano de Santa Genoveva. La segunda fue la madre de San Remigio, obispo de Reims.
San Gerardo María Mayela (1726-1755)
Nació San Gerardo en Muro, un pueblecito cerca de Nápoles, Italia. Desde niño fue muy piadoso y hasta se olvidaba de ir a comer cuando estaba orando ante el Santísimo Sacramento.
Cuando murió su padre, Gerardo tuvo que abandonar sus estudios y dedicarse a aprender sastrería en un taller, donde era bastante mal tratado. Después pasó a trabajar como obrero y su amo también lo trataba con dureza. Ni una sola vez protestó Gerardo por este modo cruel de tratarlo.
Cuando tenía 23 años llegaron a su pueblo unos padres redentoristas, y Gerardo pidió que lo admitieran en su comunidad como un hermano lego. En ese noviciado se dedicaba con tanto ahínco a todo lo que tenía que hacer, que los compañeros decían: “Gerardo es un loco o es un santo”.
San Alfonso de Ligorio, fundador de la congregación de los redentoristas, lo admitió en su comunidad y se dio cuenta de que era un alma muy agradable a Dios. Al ser admitido, hizo sus tres votos de castidad, pobreza y obediencia, pero Gerardo quiso agregar otro: “hacer siempre lo que me parezca que es más agradable a Dios”.
Su oficio en la comunidad era el de sastre y enfermero, pero a los padres les gustaba llevarlo a las misiones porque leía el estado de las conciencias de las personas. Tenía el don de la bilocación y cuando se quedaba en éxtasis en oración no oía ni veía lo que sucedía a su alrededor; lo único que lo hacía volver en sí, era que lo llamara su superior, pues siempre fue extremadamente obediente. También tenía el don de consejo, y de varias comunidades de religiosas lo mandaban llamar para pedir consejo en casos difíciles.
El oficio favorito de Gerardo era el de portero porque allí podía ayudar a los mendigos y gente necesitada. Repartía todo el día comida y ropa y nunca se le terminaba.
Sus últimos meses fueron una mezcla de sufrimientos físicos y éxtasis espirituales.
San Antonio María Gianelli (1798-1846)
Obispo italiano Fundador de las Hijas de María Santísima del Huerto, que tenía una gran amor a Jesús Sacramentado y pasaba largas horas en adoración ante él. Tuvo una especial predilección por la virtud de la pobreza: vivió pobre y murió pobre, tanto así que cuando murió no había suficiente dinero para comprar un ataúd digno de un obispo y pagar los gastos del funeral.