Santoral 17 de abril | Beata Catalina Tekakwitha, San Aniceto y Beata María De La Encarnación

Beata Catalina Tekakwitha (1659-1682)

Hija de un jefe indio de la tribu de los Mohawks en una aldea del estado de Nueva York.  El padre de Tekawitha era aún pagano, pero su madre había abrazado la fe cristiana.  A los cuatro años de edad la niña quedó huérfana.  Toda su familia murió de la viruela y ella misma quedó con su salud muy quebrantada; fue perdiendo la vista y su cara quedó cubierta de cicatrices.

Cuando tenía Tekawitha 18 años, llegaron los padres jesuitas a la aldea de los mohawks, y entre los primeros que se interesaron por la catequesis estaba aquella muchacha, que fue conocida más tarde como “El lirio de los mohawk”.

Recibió el bautismo y se le dio el nombre de Catalina. Desde el momento de su conversión empezó un verdadero martirio para Catalina por parte de sus familiares, todavía paganos.  Soportaba toda clase de insultos, golpes y hasta pedradas.  Cuando asistía a Misa los domingos, sus parientes la dejaban sin probar bocado todo el día.

Catalina renunció absolutamente a todos los ritos paganos de su tribu y se negó rotundamente a contraer matrimonio con el joven indígena designado para ella.  Ni las amenazas ni los golpes pudieron quebrantar la heroica firmeza de Catalina.  En la veneración a la Santísima Virgen, Catalina encontró la dignidad incomparable de la mujer y la fuerza para soportar los sufrimiento cotidianos.

El padre de Lamberville la convenció finalmente que huyera en compañía de dos cristianos a La Prairie, población católica situada a 300 kilómetros de su aldea, ya en territorio canadiense.

Catalina estaba enferma, casi no veía y sabía que podía ser asesinada  por los miembros de su tribu.  Aún así, se decidió ir y en medio de grandes penalidades pudo presentarse al párroco de Canghawaga con una carta del padre Jacques, que decía lo siguiente:  “Te envío a Kateri Tekakwitha.  Pronto vas a descubrir que clase de joya te he encomendado.  ¡Cuídala bien!

El nuevo párroco formó a Catalina como catequista de los niños y le encargó la atención de los enfermos y ancianos.  En la fiesta de la Anunciación, Catalina ofreció a Dios el voto de perpetua virginidad, dentro del estado seglar.  Poco después su salud empezó a decaer y el miércoles de Semana Santa terminó su pasión.  En el momento de su muerte, lo atestiguan los misioneros y las personas presentes, el rostro de la joven, desfigurado por las cicatrices y los sufrimientos, se transformó en un rostro de celestial belleza:  las cicatrices habían desaparecido completamente y en los labios se dibujaba una sonrisa angelical.

San Aniceto (siglo II)Fue papa desde el 153 hasta el 165 aproximadamente.  El anciano obispo de Esmirna, san Policarpo, lo visitó para conseguir que la Iglesia de Roma celebrara la fiesta de Pascua en la misma fecha que la Iglesia de Oriente:  no pudieron ponerse de acuerdo pero se separaron como buenos amigos.

Beata María De La Encarnación, madre de familia (1565-1618)

Nació en Paris de noble familia.  Desde muy  joven deseaba ser religiosa, pero sus padres, por ser la única hija, dispusieron que debería contraer matrimonio.  Ella obedeció diciendo: “Si no me permiten ser una esposa de Cristo, al menos trataré de ser una buena esposa de un buen cristiano”. Y en verdad que lo fue.

A sus seis hijos los educó con mucho esmero, y cuando le preguntaban que si los estaba preparando para que fueran religiosos, contestaba: “Los estoy preparando para que cumplan siempre y en todo de la mejor manera la voluntad de Dios”.

Su esposo, Pedro Acarí, joven abogado que ocupaba un alto puesto en el gobierno, era piadoso y caritativo, pero tenía también fuertes defectos que hicieron sufrir bastante a nuestra santa.  Pero ella los soportaba con singular paciencia.

Por cuestiones políticas, su esposo fue desterrado y quedó nuestra santa sin esposo y sin bienes.  Pero ella  personalmente asumió ante el gobierno la defensa de su marido y obtuvo que le levantaran el destierro y que le devolvieran parte de sus bienes. 

A su personal de servicio les daba toda clase de ayudas materiales y se preocupaba porque cada uno cumpliera bien sus deberes para con Dios.  La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos, visitaba enfermos, asistía a los agonizantes, enseñaba el catecismo y favorecía a todas las comunidades religiosas que le era posible.

Al morir su esposo, ella dirigió todos sus esfuerzos a una labor que le había sido confiada en una visión de Santa Teresa, y se dedica a conseguir los permisos para que las monjas Carmelitas puedan entrar a su país.  Después de muchas dificultades  obtiene los permisos necesarios y les consigue casa.  

La comunidad de las carmelitas estaba destinada a hacer un gran bien en Francia por muchos siglos y a tener santas famosas como Santa Teresita del Niño Jesús. 

Las tres hijas de la señora Acarí se hicieron monjas carmelitas y luego ella  ingresó al convento. Esta beata fue una mujer muy especial en la Iglesia:  madre de seis hijos- tres religiosas, un sacerdote y dos casados -, viuda y dama de alta sociedad que terminó siendo una humilde monjita en un convento donde su propia hija era la superiora.

Los últimos años de la hermana María de la Encarnación fueron de profunda vida mística y de frecuentes éxtasis.

* Recordemos hoy, con el ejemplo de San Esteban, que una vida austera y mortificada  engendra alegría, y nos hace “exigentes con nosotros mismos y transigentes con los demás”.

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