Santoral 16 de septiembre | San Cornelio y Cipriano, Santa Edith, Santa Ludmila, Beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles

San Cornelio, Papa y San Cipriano, obispo, mártires

Dos contemporáneos de vidas convergentes: CIPRIANO, Obispo, cartaginés, converso, que hasta la edad de cuarenta años no siempre llevó una vida edificante. CORNELIO, Papa, romano y cristiano de cuna. 

CIPRIANO, hijo de una rica familia pagana, estaba destinado por Dios para convertirse en director del joven Cristianismo africano.  Era profesor y orador de fama y hombre con cargos y méritos, cuando Dios le envió al anciano sacerdote Cecilio, quien le enseñó el camino espiritual del Evangelio y de la cruz. Su conversión fue radical.

Cipriano abandonó la creencia en los dioses de sus antepasados; dejó su noble carrera, regaló toda su fortuna a los pobres y fue bautizado a los cuarenta y seis años.  Se retiró a la soledad para leer las Sgda. Escritura, para rezar y meditar.  Volvió a Cartago dos años después como sacerdote y se convirtió en evangelizador de su patria, y según la costumbre de aquel tiempo, fue elegido Obispo por aclamación del pueblo.  Defendió siempre la unión con Roma, con la siguiente cátedra de Pedro: «no puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a la Iglesia por Madre». 

A mediados del siglo III ambos pasan a primer término, CIPRIANO como Obispo de Cartago y CORNELIO como Obispo de Roma, y colaboran en la solución del drama de los apóstatas.  Las persecuciones habían hecho flaquear a miles de creyentes, y después del vendaval había que decidir cuál era la buena actitud con los apóstatas.  El partido que encabezaba el clérigo Novaciano sostenía que el suyo era un pecado imperdonable, y que la Iglesia no tenía poderes para absolver y reconciliar a los que, tras haber renegado de su fe, se decían arrepentidos. 

Dura sentencia, ¿hay pecados imperdonables? El Papa Cornelio, interpretando el espíritu del Evangelio, se opuso a tal decisión, y desde Cartago, Cipriano le apoyó con toda su autoridad y con su elocuencia ciceroniana de antiguo retórico.  Y así, gracias a ellos, se condenó la doctrina de Novaciano, y sin menoscabo de la fe se salvó la caridad para con todos.

Incomprendidas figuras las de los dos, hombres generosos de caridad sin distingos.  Ambos en la prueba tuvieron la entereza de los fuertes: Cipriano fue decapitado y mandó dar veinticinco monedas de oro a su verdugo por su trabajo y el Papa Cornelio murió inflexible en el destierro.

Santa Edith (+964)

Era hija de Edgar, rey de Inglaterra y de su concubina Wulfthryth.  Cuando éste  se retiró al monasterio de Wilton, Edith todavía niña, le siguió y allí murió después de una vida santa a la edad de 23 años.

Santa Ludmila (+921)

Duquesa de Bohemia y abuela de san Wenceslao, era una pagana conversa.  Por odio a su fe, la manda estrangular su propia nuera Drahomira. 

Beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles (+1700)

Nacieron en San Francisco Cojones, Oaxaca, México, en 1660. Los dos estaban casados y tenían hijos.  Pertenecían a la vicaría del pueblo, atendida por los padres dominicos, donde ejercían el cargo civil y eclesiástico de “fiscales”, vigilantes de la “pureza de la moralidad pública” de las comunidades cristianas.

La noche del 14 de septiembre de 1700, un grupo de indígenas se reunió para rezar y llevar ofrendas a sus dioses prehispánicos.  La reunión fue dispersada por los padres dominicos, que los acusaron de idolatría.  Los religiosos habían sido alertados por los fiscales, provocando así la ira de los participantes.

Al día siguiente se amotinaron los indígenas en el monasterio dominico, exigiendo la entrega de las ofrendas confiscadas y de los dos fiscales.  Ante las amenazas y el peligro creciente de que mataran a todos e incendiaran el convento, el capitán Pinelo, representante de le autoridad española, decidió entregar a los fiscales, bajo la promesa de que se respetarían sus vidas.  Los dominicos se opusieron a la entrega.

Los fiscales, Juan Bautista y Jacinto aceptaron salir, se confesaron y comulgaran.  Juan Bautista afirmó:  “Vamos a morir por la ley de Dios; como yo tengo a su Divina Majestad, no temo nada ni he de necesitar armas”, y al verse en manos de sus verdugos añadió:  “¡Aquí estoy, si me han de matar mañana, mátenme ahora”.

Ambos fueron azotados en la plaza pública y después los amotinados los arrojaron desde lo alto de un monte, los remataron a machetazos, y les arrancaron los corazones. 

Fueron beatificados por S.S. Juan Pablo II en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México el 1º de agosto de 2002.

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