Santa Lucía, virgen y mártir
La existencia de la santa es evidentemente histórica. Su fiesta, como mártir, se menciona ya en una inscripción de las catacumbas de San Juan, en Siracusa, Italia, que se remonta aproximadamente al año 400. También se encuentra una iglesia en su honor en Siracusa, lugar donde, según la Tradición, sufrió el martirio durante la persecución de Diocleciano. En el Canon romano figura su nombre entre las mujeres mártires más veneradas de la Iglesia primitiva. Desde la Edad Media es invocada como la patrona de la vista, ya sea para males de los ojos, o para curar la ceguera espiritual. Además de ser honrada esta santa en Italia, es digno de mención el hecho de que también sea particularmente honrada en Suecia, país totalmente protestante.
Lucía significa «LUMINOSA», «LLENA DE LUZ», y por ello en algunas partes es representada con una lámpara encendida en la mano, como haciendo coro a esas vírgenes prudentes de las que habla el Evangelio.
La leyenda presenta a nuestra santa peregrinando en compañía de su madre enferma, a la tumba de Sta. Agueda en Catania, provincia de Sicilia. Obtenida la curación de su madre, Lucía hizo voto de pobreza y virginidad, en honor de la santa. Despechado su prometido por esta promesa de Lucía, la acusó ante el tribunal de ser cristiana. Lucía con una gran valentía se defendió, diciendo: «No tengo miedo a vuestras amenazas. Soy de Jesucristo y como le
pertenezco, él sabrá defenderme y me dará fuerzas para poder resistir cuantos tormentos queráis descargar sobre mi. Soy templo vivo de Dios y no lo podréis profanar». Y así fue. La martirizaron cruelmente, muriendo posteriormente decapitada. Era el 13 de diciembre del año 300.
Santa Odilia
Nació y murió en Alsacia en la era merovingia. No fue demasiado bienvenida en su llegada a la tierra, por la doble razón de que su familia esperaba un niño y de que nació ciega. Su padre, Adalrico, conde de Alsacia, quiso incluso matarla, pero su madre, Beresinda, la confió a una nodriza. La llevaron a la abadía de Baume-les-Dames en Borgoña. Cuando Odilia fue bautizada por el santo obispo de Regenesburgo, sanó al instante de su ceguera. Ya mayor, volvió a Obernheim a casa de sus padres y su padre la recibió esta vez con los brazos abiertos. Al poco tiempo quiso casarla con un duque alemán amigo suyo y Odilia, que había hecho voto de virginidad, se escapó y vivió por los caminos hasta que el duque alemán se casó con otra.
Regresó a su casa y, gracias a su perseverante oración, su padre, Adalrico estaba totalmente cambiado. Ofreció a Odilia un castillo para que sirviera de monasterio y Odilia le añadió una leprosería. Gobernó ambas casas mientras vivió, y murió, como había vivido, en la más absoluta pobreza.