Ese granito de arena que se quedó en mi mano del puñado que se deslizó entre mis dedos.
Señor, estoy ante ti, ante este misterio de entrega y amor que se esconde en el Sagrario. Tras esa puerta o cortinillas, Tu nos esperas siempre… para ti no hay tiempo, ni lugar, ni distancias.
Siempre ahí sin reservas para unos y otros, para razas y colores, para buenos y malos, para mi… porque diste hasta la última gota de sangre de tu sangre para todos y por todos, y por TODOS, sigues y seguirás ahí por siempre mientras haya unas manos de sacerdote que transformen el pan en tu cuerpo, el vino en tu sangre.
¡Alabados seas, Señor! por todo ese tu gran amor, porque… ¿quién soy yo?
¿Quién soy yo?
Ese granito de arena que se quedó en mi mano del puñado que se deslizó entre mis dedos una tarde de verano. Dejándolo yo caer a la playa tan dorada se juntará con los otros desapareciendo como si no fuera nada.
¿Quién soy yo?
Una aguja de algún pino, ni siquiera el pino mismo de algún bosque de este mundo con profundidad de abismo.
¿Quién soy yo?
Partícula de polvo en un polvoso camino. Allá en el antiguo Egipto, allá en la gloriosa Roma, generaciones sin cuento deslizándose en la sombra y yo viviendo el presente con vértigo de vorágine, como un instante con forma.
Generaciones futuras… ¿quién repetirá mi nombre? Pregunta incoherente y absurda. Si soy granito de arena, que en la playa de los siglos se perdió, si soy aguja de pino, que la tierra ya enterró, si soy polvo de camino, que otros polvos ya borró. Soy brizna que en remolino, en turbión desaparece; arrastrada por un mundo que lentamente perece.
¿Quién soy yo?
Pregunta grave, con respuesta trascendente: En las arenas del mar, generaciones pasadas, en las agujas del pino y en los polvos del camino, ¡Nadie hay igual, ni será, al igual que soy yo mismo.
Y es confusión en mi mente, es asombro y es hechizo, al pensar que Dios mi nombre…
¡Repetirá en lo Infinito!
Gracias Señor porque a veces siento que no valgo nada ni para nadie, que no sirvo, que mi existencia es inútil, que a veces mi presencia pasa desapercibida. Pero Tú que eres el Rey, mi Dios, repites mi nombre cada día y me amas y cuidas de mi como lo más valioso. Valgo porque Tú me haces vales, porque soy tu hijo amado. Y si valgo para Dios, valgo mucho, mi vida tiene todo sentido, para ti y para todo mi rededor.
Por Ma Esther De Ariño
Fuente: Catholic.net