B. Bonfigli, Adoración de los Magos y Cristo en la Cruz (1465-1475) National Gallery, London
En los iconos ortodoxos de la Navidad, expresiones de la religiosidad popular durante siglos, es común observar al Niño no simplemente echado sobre las pajas del pesebre, sino envuelto en una faja, como un difunto embalsamado, y también a menudo el pesebre tiene forma de féretro. ¿Qué quiere decir esto?
De Belén al Calvario
La explicación puede encontrarse en la relación entre la Navidad y la Pascua del Señor, entre el Belén y el Calvario. La piedad cristiana hace notar que los brazos extendidos de Jesús en el Belén son los mismos que se extenderán sobre la Cruz. Algunos pintores, como Benedetto Bonfigli (s. XV) o Lorenzo Lotto (s. XVI) asocian la escena de la Navidad al crucifijo.
Benedicto XVI ha desarrollado, en su audiencia del 21 de diciembre, la relación entre la Navidad y la Misa; y, por tanto, su relación con la muerte y resurrección del Señor.
En primer lugar, se ha preguntado cómo podemos vivir los cristianos el acontecimiento de la Navidad, sucedido hace más de dos mil años. La Misa de la Noche de Navidad reza: “Hoy ha nacido para nosotros el Salvador”. Esto, responde el Papa, es real gracias precisamente a la liturgia, que hace posible superar los límites del espacio y del tiempo: “Dios, en aquel Niño nacido en Belén, se ha acercado al hombre: nosotros lo podemos encontrar todavía, en un ‘hoy’ que no tiene ocaso”. Dicho de otro modo, “Dios nos ofrece ‘hoy’, ahora, a mí, a cada uno de nosotros, la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores de Belén, para que Él nazca también en nuestra vida y la renueve, la ilumine, la transforme con su Gracia, con su Presencia”. En síntesis, por medio de la liturgia “la Navidad es un evento eficaz para nosotros”.
Ciertamente, bastaría con recordar que la Misa es actualización del Misterio Pascual (la muerte y resurrección de Cristo), que asume, condensa y consuma todos los demás Misterios de la vida del Señor, también el de la Navidad.
Navidad y Pascua, continuaba señalando Benedicto XVI, son dos fiestas que celebran la redención de la humanidad. La Navidad celebra la entrada de Dios en la historia haciéndose hombre, para que el hombre pueda conocerle y unirse a Él. La Pascua celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, obtenida mediante la Cruz y la Resurrección. La Navidad cae al inicio del invierno, cuando la naturaleza está envuelta por el frío, anunciando la victoria del sol y del calor. La Pascua cae al inicio de la primavera, cuando el sol vence las nieblas.
Navidad y Pascua, Epifanía y Eucaristía
De esta manera, como hacían los Padres de la Iglesia, el nacimiento de Cristo ha de ser entendido a la luz de la entera obra redentora que culmina en el Misterio Pascual: “Dios se hace hombre, nace niño como nosotros, toma nuestra carne para vencer a la muerte y al pecado”.
Así lo dice San Basilio: “Dios asume la carne justo para destruir la muerte en ella escondida. Como los antídotos de un veneno, una vez ingeridos anulan los efectos, y como la oscuridad de una casa se disuelve a la luz del sol, así la muerte que dominaba sobre la naturaleza humana fue destruida por la presencia de Dios. Y como el hielo, que permanece sólido en el agua mientras dura la noche y reina la oscuridad, se derrite de inmediato al calor del sol. Así la muerte, que había reinado hasta la venida de Cristo, apenas aparece la gracia del Dios Salvador y surge el sol de justicia, “fue devorada por la victoria” (1 Co. 15,54), sin poder coexistir con la Vida”
En Navidad, comienza, por tanto, la Epifanía, es decir, la manifestación del plan divino redentor: “En Navidad encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina sobre nuestros límites, sobre nuestras debilidades, sobre nuestros pecados y se abaja hasta nosotros” (cf Fil 2, 6-7). Es decir: “El culmen de la historia del amor entre Dios y el hombre pasa a través del pesebre de Belén y el sepulcro de Jerusalén”.
De ahí resulta que el misterio de la Navidad, que puede verse situada en el marco de la Epifanía (si bien esta fiesta se celebra dos semanas después y forma una unidad con el Bautismo del Señor y el milagro de las Bodas de Caná), ha de ser contemplado y vivido en torno a la Misa, la Eucaristía. En la Navidad Cristo se manifiesta en la humildad y abajamiento del Niño de Belén. En la Eucaristía, Cristo vivo sigue ahora manifestándose y entregándose por nosotros. La Eucaristía es el “centro de la Santa Navidad”, donde “se hace presente Jesús de modo real, verdadero Pan bajado del cielo, verdadero Cordero sacrificado por nuestra salvación”.
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