La película “Hijos de un mismo Dios” (Edges of the Lord, Y. Bogayevicz, 2001) está basada en una novela –The Painted Bird (1976), en parte autobiográfica– de Jerzy Kosinsky, estadounidense de origen polaco, que se suicidó en 1991. En esa fecha la venta de sus novelas, traducidas a más de 30 lenguas, se estimaba en torno a 70 millones de ejemplares.
Dirigida por otro polaco, emigrado a Estados Unidos a mediados de los setenta, la película está realizada en Polonia con actores norteamericanos. Aunque la historia es sencilla, para ser valorada en profundidad –como tal vez merece– probablemente requeriría una honda comprensión del cristianismo, algunos conocimientos de psicopatología, además de hacerse cargo de la tragedia del holocausto y de la personalidad y excentricidades del guionista original (ver artículo de D.G. Myers en “First Things”, octubre de 1996, pp. 58-64).
Durante la ocupación nazi de Polonia, Romek, un niño de 11 años, miembro de una familia judía de Cracovia, es escondido en un pueblo de la Polonia oriental. Para salvarle la vida, el párroco católico finge catequizar al chico entre los que van a hacer la primera comunión, pero respeta hasta el final su religión. En una escena el sacerdote prepara las formas para la misa y le ofrece algunos recortes sobrantes para comer. Le explica que esos bordes no van a ser “bendecidos”, por lo que puede tomarlos sin problema. Es entonces cuando Romek le pregunta:
– “¿Estamos todos bendecidos, o somos simplemente las sobras?”
A lo que le responde el párroco:
– “Somos cortezas, Romek, y a la vez estamos bendecidos”.
Y el chico replica: “¿Pero no todos, verdad?”
Seguramente el novelista tuvo también alguna oportunidad durante su vida, quizá en los instantes previos a su muerte, de percibir la bendición de Dios.
En efecto, en perspectiva cristiana todos estamos llamados a ser, como dice el título de la película en castellano, “hijos de un mismo Dios”. Él nos va “configurando” –como se hace con las formas que han de a ser consagradas en la Eucaristía–, contando con las luces y sombras que hay en toda vida humana, con la parte que cada uno tiene en la transformación del mundo y con el misterio de nuestra libertad.
En la tercera encíclica de Benedicto XVI, “Caritas in veritate”, se dice que para colaborar al desarrollo de las personas y de los pueblos, es necesaria la educación, basada en el humanismo integral, en el trabajo y en la vida espiritual: “Con el término ‘educación’ no nos referimos sólo a la instrucción o a la formación para el trabajo, que son dos causas importantes para el desarrollo, sino a la formación completa de la persona. A este respecto, se ha de subrayar un aspecto problemático: para educar es preciso saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza. El afianzarse una visión relativista de dicha naturaleza plantea serios problemas a la educación, sobre todo a la educación moral, comprometiendo su difusión universal”.
Por estos motivos, es importante, por larga y costosa que sea, la preparación de auténticos educadores, que contribuyan a una cultura y una civilización del amor.
Ramiro Pellitero, Profesor de Teología pastoral, Universidad de Navarra
(publicado en HYPERLINK «http://www.cope.es» www.cope.es, 31-VIII-09)
La pura verdad!la educacion es la base de cualquier transformacion.Primero lo primero,el resto es viento.