«La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado».
Las tentaciones actúan en el hombre de tres maneras:
1) engañando al entendimiento con falsas ilusiones, haciéndole ver, p. ej., la muerte como muy lejana, la salvación muy fácil, a Dios más compasivo que justiciero, etc.;
2) debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la comodidad, en la negligencia, etc.;
3) instigando a los sentidos internos, principalmente la imaginación, con pensamientos de sensualidad, de soberbia, de odio, etc.
Las tentaciones son pecado no cuando las sentimos, sino sólo cuando voluntariamente las consentimos (Catecismo, nn. 1264, 1426, 2515).
Es importante comprender con claridad que la tentación sólo puede incitar a pecar, pero nunca obliga a la voluntad, que permanece siempre dueña de su libre albedrío. Ninguna fuerza interna o externa puede obligar al hombre a pecar.
Por tanto, siempre podemos vencer las tentaciones, ya que ninguna de ellas es superior a nuestras fuerzas: Fiel es Dios que no permitir que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho (I Cor. 10, 13).
Dios no quiere nuestras tentaciones, pero las permite, ya para humillarnos, haciéndonos ver la necesidad que tenemos de su gracia, ya para fortalecernos con la lucha, ya para que adquiramos m‚ritos para el cielo.
Los medios para vencer las tentaciones están siempre al alcance de la mano:
1) los medios sobrenaturales, que son los más importantes: la oración, la frecuencia de sacramentos y la devoción a la Santísima Virgen;
2) la mortificación de nuestros sentidos, que fortalece la voluntad para que pueda resistir en el momento de la tentación;
3) evitar la ociosidad, pues la tentación parece que espera el primer momento de ocio para insinuarse;
4) huir de las ocasiones de pecado, dado que nunca es lícito exponerse voluntariamente a peligro próximo de pecar: supondría conceder poca importancia a la probable ofensa a Dios y tiene, por tanto, razón de verdadero pecado. No tengas la cobardía de ser `valiente»: ¡huye! (Camino, n. 132).
Que bendición nos da Dios el poder contar con este medio tan importante para nuestro crecimiento espiritual y así fortalecernos.
gracias sigan adelante con este medio de evangelización, Dios le bendiga
Hola me alegra mucho pertenecer a esta iglesia maravillosa y sabia ,he aprendido mucho de ustedes son un portal maravilloso los acompaño en las oraciones por su mision de evangelizar.
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