EL FUNDAMENTO DE LA UNIDAD
-El primado de Pedro se prolonga en la Iglesia a través de los siglos en la persona del Romano Pontífice.
-El Vicario de Cristo.
-El Primado, garantía de la unidad de los cristianos y cauce del verdadero ecumenismo. Amor y veneración por el Papa.
I. San Juan inicia la narración de la vida pública de Jesús contándonos cómo se encontraron con Él los primeros discípulos y cómo Andrés le presentó a su hermano Pedro. El Señor le dio la bienvenida con este saludo: Tú eres Simón, hijo de Juan, tú te llamarás Cefas, que quiere decir Pedro (1). Cefas es la transcripción griega de una palabra aramea que quiere decir piedra, roca, fundamento. Por eso el Evangelista, que escribe en griego, explica el significado del término empleado por Jesús. Cefas no era nombre propio, pero el Señor llama así al Apóstol para indicar la misión que el mismo Jesús le revelará más adelante. Poner el nombre equivalía a tomar posesión de lo nombrado. Así, por ejemplo, Dios constituye a Adán dueño de la creación y le manda poner nombre a todas las cosas (2), manifestando así su dominio. El nombre de Noé se le impone como signo de nueva esperanza después del diluvio (3). Dios cambió el nombre de Abram por Abrahán para designar que sería padre de muchas generaciones (4).
Los primeros cristianos consideraron tan significativo el nombre de Cefas que lo emplearon sin traducirlo (5); después se hizo corriente su traducción -Piedra, Pedro-, que motivó el olvido, en buena parte, de su primer nombre, Simón. El Señor le llamará con mucha frecuencia Simón Pedro, significando el nombre propio y la misión y el oficio que se le encomienda. Resultan aún más significativas estas palabras de Jesús al no ser Pedro -Cefas- nombre propio de persona en aquella época.
Desde el principio, Pedro ocupó un lugar singular entre los discípulos de Jesús y luego en la Iglesia. En las cuatro listas del Nuevo Testamento donde se enumeran los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar. Jesús lo distingue entre los demás, a pesar de que Juan aparezca como su predilecto: se aloja en su casa (6), paga el tributo por los dos (7) y posiblemente se le aparece primero (8). En muchas ocasiones se le destaca de los demás. Así, las expresiones Pedro y sus compañeros (9), Pedro y los que le acompañaban (10)… El ángel dice a las mujeres: Id a decir a sus discípulos y a Pedro… (11). Otras muchas veces, Pedro es el portavoz de los Doce; y también es quien pide al Señor que les explique el sentido de las parábolas (12), etc.
Todos saben bien de esta preeminencia de Simón. Así, por ejemplo, los encargados de recaudar el tributo se dirigen a él para cobrar los dracmas del Maestro (13)… Esta superioridad no se debe a su personalidad, sino a la distinción de que es objeto por parte de Jesús, quien le otorgará de modo solemne este poder, fundamento de la unidad de la Iglesia, que se prolongará en sus sucesores hasta el fin de los tiempos: «El Romano Pontífice -enseña el Concilio Vaticano II- es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles» (14).
En estos días en que nuestra oración se dirige a obtener del Señor la unidad de todos los cristianos, hemos de pedir de modo muy particular por el Papa, en quien está vinculada toda unidad. Debemos pedir por sus intenciones, por su persona: Dominus conservet eum et vivificet eum… El Señor lo conserve, y lo vivifique, y le haga feliz en la tierra…, le pedimos a Dios, y lo podemos repetir a lo largo del día, seguros de que será una oración muy grata al Señor.
II. Estando en Cesarea de Filipo, mientras caminaban, Jesús preguntó a los discípulos qué opinaba la gente de Él. Y ellos, con sencillez, le contaron lo que se decía sobre su Persona. Entonces Jesús les pidió a ellos su parecer, después de aquellos años de seguirle: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Pedro se adelantó a todos y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. El Señor le contestó con estas palabras tan trascendentales para la historia de la Iglesia y del mundo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la sangre ni la carne, sino mi Padre que está en los Cielos. Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los Cielos, y todo lo que atares en la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en los Cielos (15).
Este texto se encuentra en todos los códices antiguos y es citado ya por los primeros autores cristianos (16). El Señor funda la Iglesia sobre la misma persona de Simón: Tú eres Pedro y sobre esta piedra… Las palabras de Jesús van dirigidas a él personalmente: «Tú»…, y contienen una clara alusión al primer encuentro (17). El discípulo es el fundamento firme sobre el que se asienta este edificio en construcción que es la Iglesia. La prerrogativa propia de Cristo de ser la única piedra angular (18) se comunica a Pedro. De aquí el nombre posterior que recibirá el sucesor de Pedro: Vicario de Cristo, el que le suple y hace sus veces. De ahí también ese entrañable título que Santa Catalina de Siena daba al Papa: el dulce Cristo en la tierra (19). Viene el Señor a decir a Pedro: «aunque Yo soy el fundamento y fuera de Mí no puede haber otro, sin embargo también tú, Pedro, eres piedra, porque Yo mismo te constituyo en fundamento y porque las prerrogativas que son de mi propiedad Yo te las comunico y, por consiguiente, son comunes a los dos» (20).
En aquellos tiempos de ciudades amuralladas, entregar las llaves era símbolo de dar la autoridad y de confiar el cuidado de la ciudad. Cristo deposita en Pedro la responsabilidad de guardar y cuidar la Iglesia, es decir, le da la autoridad suprema sobre ella. Atar y desatar, en el lenguaje semita de la época, significa «prohibir y permitir». Pedro y sus sucesores serán, al mismo tiempo que el fundamento, los encargados de orientar, mandar, prohibir, dirigir… Y este poder, como tal, será ratificado en el Cielo. Además, el Vicario de Cristo será encargado, a pesar de su debilidad personal, de sostener a los demás Apóstoles y a todos los cristianos. En la Ultima Cena, Jesús le dirá: Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero Yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos (21). Ahora, en el momento en que recuerda las verdades supremas, cuando ha instituido la Eucaristía y su Muerte está próxima, Jesús renueva la promesa del Primado: la fe de Pedro no puede desfallecer porque se apoya en la eficacia de la oración de Cristo.
Por la oración de Jesús, Pedro no desfalleció en su fe, a pesar de su caída. Se levantó, confirmó a sus hermanos y fue la piedra angular de la Iglesia. «Donde está Pedro, allí está la Iglesia; donde está la Iglesia, no hay muerte, sino vida» (22), comenta San Ambrosio. Aquella oración de Jesús, a la que unimos hoy la nuestra, mantiene su eficacia a través de los siglos (23).
III. La promesa que Jesús hizo a Pedro en Cesarea de Filipo se cumple después de la Resurrección, junto al lago de Genesaret, después de una pesca milagrosa semejante a aquella primera en que Simón dejó las barcas y las redes y siguió definitivamente a Jesús (24).
Pedro fue proclamado por Cristo su continuador, su vicario, con esa misión pastoral que el mismo Jesús indicó como su misión más característica y preferida: Yo soy el Buen Pastor. «El carisma de San Pedro pasó a sus Sucesores (25). Él moriría unos años más tarde, pero era preciso que su oficio de Pastor supremo durara eternamente, pues la Iglesia -fundada sobre roca firme- debe permanecer hasta la consumación de los siglos (26).
Este Primado es garantía de la unidad de los cristianos y cauce por el que debe desarrollarse el verdadero ecumenismo. El Papa hace las veces de Cristo en la tierra; hemos de amarle, escucharle, porque en su voz está la verdad. Y procuraremos por todos los medios que esta verdad llegue a los rincones más lejanos o más difíciles de la tierra, sin deformaciones, para que muchos desorientados vean la luz y muchos afligidos recobren la esperanza. Viviendo la Comunión de los Santos, rezaremos cada día por su persona, como uno de los más gratos deberes de nuestra caridad ordenada.
La devoción y el amor al Papa constituye para los católicos un distintivo único que comporta el testimonio de una fe vivida hasta sus últimas consecuencias. El Papa es para nosotros la tangible presencia de Jesús, «el dulce Cristo en la tierra»; y nos mueve a quererlo, y a oír esa voz del Maestro interior que habla en nosotros y nos dice: Éste es mi elegido, escuchadlo, pues el Papa «hace las veces de Cristo mismo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en su lugar» (27).
(1) Jn 1, 42.- (2) Gen 2, 20.- (3) Gen 5, 20.- (4) Gen 17, 5.- (5) Cfr. Gal 2, 9;11; 14.- (6) Lc 4, 38-41.- (7) Mt 17, 27.- (8) Lc 24, 34.- ( 9) Lc 9, 32.- (10) Lc 8, 45.- (11) Mc 16, 7.- (12) Lc 12, 41.- (13) Mt 17, 24.- (14) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 23.- (15) Mt 16, 16-20.- (16) Cfr. J. AUER, J. RATZINGER, Curso de Teología dogmática, Herder, Barcelona 1986, vol. VIII, La Iglesia, p. 267 ss.- (17) Jn 1, 42.- (18) Cfr. 1 Pdr 2, 6-8.- (19) SANTA CATALINA DE SIENA, Carta 207, ed. italiana de P. MISCIATELI, Siena 1913, vol. III, p. 270.- (20) SAN LEON MAGNO, Sermón 4 .- (21) Lc 22, 31-32.- (22) SAN AMBROSIO, Comentario sobre el Salmo 12 .- (23) Cfr. CONC. VAT. I, Const. Pastor aeternus, 3.- (24) Jn 21, 15-17.- (25) JUAN PABLO II, Alocución 30-XII-1980.- (26) CONC. VAT. I, loc. cit., 2.- (27) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 21.