Apareció el fútbol en la Copa del Mundo con el tórrido encuentro entre Inglaterra y Estados Unidos que demostraron que no hay porqué especular en los primeros juegos. Simplemente jugar a tope, disputar cada balón con toda la intensidad posible e ir, sin trampas, en pos del arco rival.
Una vez más, por lo menos de inicio, los estadounidenses le marcan territorio al fútbol azteca ya que es mucho más su empate con los británicos que el de los pupilos de Aguirre frente a la débil escuadra de los “Bafana Bafana”.
También vimos los impresionantes progresos que ha tenido el futbol de Corea del Sur. A su ya tradicional garra y pelea al borde del suicidio hay que sumarle talento y pausa. Hicieron ver su suerte a un avejentado cuadro griego que ni las manos metió.
Pero indudablemente los reflectores estaban puestos en el debut mundialista de Argentina y más específicamente de su director técnico, el siempre polémico Diego Armando Maradona.
El “pelusa” jugó su último partido precisamente ante Nigeria, cuando en la Copa del Mundo de Estados Unidos 94 veíamos a un Diego sonriente ir de la mano de una señorita del servicio médico hacia los controles antidopaje.
Horas después, el mundo quedaba conmocionado: El positivo por uso de sustancias prohibidas del “10” lo dejaba fuera del futbol y con demasiadas explicaciones que ofrecer.
Ahora, una vez más frente al cuadro africano, salió a la banca un Maradona barbado, vestido de traje y con aretes en ambas orejas. Los fotógrafos se dieron vuelo imprimiendo placas del astro convertido en entrenador del cuadro albiceleste.
Durante el encuentro, sabiendo que las cámaras de la televisión seguían sus pasos, no dejó de gesticular, arengar, festejar, lamentar y protestar las decisiones del juez. Reveladora resulta la imagen del estratega pidiendo la opinión del experimentado Juan Sebastián Verón, como si este fuera el verdadero entrenador del equipo.
Maradona dista de ser simpático pero indudablemente constituye un fenómeno mediático. Lo que haga, diga, piense e incluso omita, es material de primera plana y lo mejor es que él lo sabe y actúa en consecuencia.
Los expertos opinan que no tiene la capacidad para dirigir al seleccionado argentino y puede que tengan razón pero su liderazgo es indiscutible y si deja de intentar robar los reflectores a sus jugadores, puede generar una química imposible de detener.
Independientemente de filias y fobias, Diego tiene en sus manos una de las mejores selecciones que participan en este evento. Ojala su inmenso ego le permita entenderlo.
Genio y figura, hasta la sepultura.