Dios convocó a miles de jóvenes a una gran fiesta en Madrid.
Madrid ha dado una bocanada de aire fresco en una temperatura de más de 40 grados. Se trata de una auténtica radiación de cristianismo para el mundo. Jóvenes que buscan a Dios en su vida y lo quieren transmitir al mundo.
Cualquiera que estuviera presente, podría afirmar que Dios convocó a miles de jóvenes a una gran fiesta en Madrid. No había espacio en las calles para el desaliento, únicamente para el asombro y la esperanza. Sin duda un gran acontecimiento, una inmensa movilización de católicos que deja y dejará huella para siempre en la vida de millones de personas.
El Cardenal Rodríguez Madariaga hizo una buena analogía sobre el impacto de estas jornadas en una de sus catequesis: “Cuando tuvo lugar el tsunami en Japón, al principio había movimiento, terremotos,… para al final lo que queda es el peligro de la radiación. Dejemos, pues, tras este ‘tsunami de la JMJ’ nuestra radiación de cristianismo, de catolicismo… porque el cristianismo irradia amor”.
Estas experiencias de catolicidad y verdad de la Iglesia renuevan los compromisos que se han adquirido con el Señor, y surgen nuevas preguntas sobre qué Dios quiere de hacer de nuestra vida. Es difícil que alguien quede indiferente ante la arrolladora convicción de que Dios está presente, y se hace presente en la vida de gente tan variada venida de todos los rincones del planeta.
Dice Marisol González de 26 años, que asiste por primera vez a este acontecimiento: “me ha servido para conocer más la Iglesia y que hay millones de personas que piensan igual que yo, que también se cuestionan lo importante y saben apostar por Dios sobre todas las cosas (…) Podría resumir que esto es una gran fiesta de jóvenes unidos por una misma fe.
Santo Padre, ahora llegamos al momento importante y tan esperado del envío misionero. Como conclusión de la Jornada Mundial de la Juventud 2011, todos los jóvenes aquí presentes están listos para salir de Madrid al mundo entero, enviados por vuestra Santidad, como apóstoles de la nueva evangelización. Cada uno de ellos ha recibido una pequeña cruz misionera que Usted, Santo Padre, bendecirá dentro de poco. Esta cruz les recordará siempre la importante consigna que han recibido hoy, de llevarla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús por la humanidad.
Por Marilú Esponda Sada