A medida que pasan los años viendo como hoy el mundo sucumbe ante la pérdida de valores más me convencen las enseñanzas de Jesús:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.”
En el antiguo testamento nuestro Señor entregó a Moisés unas tablas donde estaban escritos los Diez Mandamientos que nos regaló para que viviendo esas instrucciones amorosas de Dios a plenitud tuviéramos bienestar y felicidad físicos y espirituales mientras vivamos aquí en la tierra y para que alcancemos el cielo; además, nos ayudan a conocer la voluntad de Dios sobre nuestro progreso eterno y para nosotros es la prueba de que se desea obedecerle.
En el Nuevo Testamento Jesús vino a darle plenitud a los mandamientos perfeccionándolos con su predicación y ejemplo. En el sexto mandamiento nos dijo: “Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
Desafortunadamente hoy se han dejado de cumplir y el mundo viviendo a espaldas de Dios se está cada día labrando el camino a su propia condenación.
Son diez los mandamientos pero, según nos contaba San Juan Bosco, los que más están llevando almas al infierno son el sexto y noveno mandamiento, los pecados de la carne. El sexto mandamiento de la Ley de Dios prohíbe todos los pecados contrarios a la castidad. Los pecados contra la pureza, cometidos con pleno conocimiento y consentimiento pleno, son siempre graves.
El ejemplo dice más que mil palabras, como dice el título de este artículo, es claro porque a veces nos enfocamos en explicar cómo, cuándo y dónde, el qué hacer y qué no, olvidando que con un simple mal o buen ejemplo que muestre una acción, no importa dónde ni cuándo, el solo hecho de vivirlo puede influir en la conciencia de los demás como un patrón a seguir.
El buen ejemplo que ofrecen tantas esposas abandonadas por sus esposos que se mantienen fieles al sacramento del matrimonio, creyendo en su indisolubilidad, especialmente frente a los hijos que ya casados vean que la familia y el matrimonio, tan atacados hoy, merecen ser salvados y protegidos por ser lo más sagrado para Dios.
Esta es una tarea ardua pero gratificante a quienes como esposas fieles honran a Dios y sus promesas, poder mostrar al mundo que no es solamente un título que se obtiene en el altar y se cuelga en una pared para mostrar que son marido y mujer, es una realidad que se lleva a la práctica como un buen ejemplo de amor, castidad y fidelidad.
Seamos ejemplo en cada momento que podamos, porque no se sabe a quién o a quiénes le podríamos influir para cambiarle la manera de pensar y animar para vivir según la voluntad de Dios.
Luce Bustillo Schott