Delicadeza, ternura, reconocer y valorar al otro, comunicación y sexualidad vivida de acuerdo a la ley de Dios. Dicen los expertos que hay “amores horizontales”, es decir, amores que se mantienen con poco esfuerzo. En estos amores habrá que incluir el amor que una madre tiene por sus hijos, el que todos tenemos al lugar donde hemos nacido y crecido, el amor al equipo de futbol, etc.
Hay otros amores que no son como los anteriores. Se denominan “amores verticales”. Entre ellos hay que incluir el amor a Dios, así como el amor al propio cónyuge y también el amor al trabajo. La característica de los amores verticales es que, si no se cultivan cada día, comienzan a declinar. Si aquello continúa sin ponerse remedio, desaparece el interés y se buscan sustitutos: no es difícil entonces que se comience uno a fijar más en alguien distinto al propio cónyuge.
El amor entre esposos se cuida a base de pequeños detalles. Como hemos venido diciendo, tratando al otro como persona, y no como mero cuerpo para ser utilizado. Interesándose por su verdadero bien, adelantándose a sus gustos y necesidades, sabiendo servirse mutuamente.
La mejor señal de que el amor entre los esposos se afianza es que ellos crezcan juntos en el amor a Dios. Ellos cuentan, gracias al sacramento, no sólo con su amor natural sino también con el amor de Cristo. Rezar cada día en común, asistir a la Misa dominical, bendecir los alimentos, reservar momentos de oración, tener en el hogar un crucifijo y una imagen de la Santísima Virgen les hará comprender que Dios está en su casa, en su amor y protegiendo a su familia.