“No cometerás actos impuros». El sexto mandamiento nos llama a la fidelidad, a vivir la castidad dentro y fuera del matrimonio así como también lo que le toque vivir a cada uno según su vocación. El Señor nos dice: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).
Esto también nos recuerda que lo impuro va más allá de la actitud del corazón. “Nada de lo que entra de fuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que le hace impuro” (Mc 7, 15).
El amor de Dios por nosotros es tan grande que nos dejó no sólo el decálogo como manual de instrucción para vivir según Su voluntad sino que también nos dejó las enseñanzas en las sagradas escrituras para que todo cuanto hagamos sea de Su agrado y así podamos vivir felices aquí en la tierra sino alcanzar la plenitud de la verdadera vida, la eterna.
Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y debemos cuidarlo, no debemos profanarlo cometiendo pecados de impureza. La sexualidad es un regalo que Dios nos ha dado, por eso, se tiene que vivir la santa pureza, es decir, la virtud de la castidad y vivirlo sólo dentro del sacramento del matrimonio ya que cualquier unión fuera del matrimonio contradice objetivamente a la ley de Dios.
“Cristo mismo elevó la institución natural del matrimonio a la dignidad de un sacramento durante Su ministerio público. Hizo su primer milagro en una boda (Juan 3: 1-11) y enseñó que el matrimonio en el Nuevo Pacto es permanente y santo (Mateo 19: 3-9).”
El sexto mandamiento prohíbe todos los pecados contrarios a la castidad, como toda acción, mirada o conversación contrarias a la pureza. Los pecados contra la castidad y la pureza, cometidos con pleno conocimiento y consentimiento son siempre graves y hacen caer en pecado mortal.
¿Qué es considerado pecado mortal?
Un pecado mortal es un pecado que conduce a la muerte espiritual, es decir, a la separación de la persona de la gracia salvadora de Dios y una persona que muere en pecado mortal sin arrepentirse va al infierno como nos dice la Biblia.
Las almas de las personas que mueren en pecado mortal descienden al infierno inmediatamente después de la muerte y sufren las penas del infierno. Dios en Su amor y misericordia nos da tiempo para arrepentirnos, no es que vamos a vivir como queramos y esperar hasta el final de nuestra vida arrepentirnos, “Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre”. (Mt. 24,42)
Para que Dios nos perdone es necesario admitir que hemos pecado, arrepentirnos, confesarnos y reparar todo daño que hayamos hemos a los demás y a nosotros mismos.
Oración Señor dame la gracia de reconocer, aceptar y arrepentirme de mis pecados con los cuales te he ofendido, he hecho daño a otros y a mi, alejándome de Ti. Te pido que busque sanar mis heridas de todo pecado, limpiar mi corazón y alma, tenerlos preparados para el momento de ser llamada a Tu presencia y poder disfrutar contigo un día la vida eterna. “Esconde tu rostro de mis pecados y borra toda mi iniquidad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación y concédeme un espíritu generoso que me sustente.” (Salmo 51)
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