Simón el celotes
Poco sabemos de este apóstol. Pero poco, no quiere decir nada. En la lista de los Doce se le coloca en el último lugar. Y una palabra, si es expresiva, puede llegar a decir mucho más que ciento. La palabra celotes lo es, y mucho. Simón era un «celotes» , aunque también se le llama «cananeo» .
Veamos lo que eran los celotes para comprender el modo de pensar de este apóstol, y también para comprender mejor los criterios de selección de Cristo respecto a los apóstoles.
Flavio Josefo define a los celotes como un grupo que «concuerda con las opiniones de los fariseos, pero tiene un ardentísimo amor a la libertad y admiten como único jefe y señor a Dios, y no vacilan en sufrir las muertes más terribles y el castigo de parientes y de amigos con tal de no reconocer a hombre alguno» . Luego a una determinada posición religiosa y política unían un talante humano recio, independiente, y nada fácil. Así era Simón.
Concretemos más lo que eran los celotes. Este movimiento comienza con una rebelión ante el censo de Quirino hacia el año 6 o 7 después de Cristo. Nacen precisamente en Galilea, pero se extienden a todo el territorio. Fueron reprimidos por la fuerza en diversas ocasiones, pero el fermento celote permanecía siempre latente, tanto en tiempos de Cristo como más tarde en la rebelión violenta ante los romanos el año 66, que llevó a la destrucción total de Jerusalén el año 70. Muchos guerrilleros en activo pertenecían a este movimiento, siendo apoyados, más o menos activamente por muchos otros israelitas.
El aspecto religioso era decisivo, y más importante aún el político, aunque estuviesen íntimamente unidos. Se puede decir que les movía un celo fanático por la religión de Israel. Eran decididos, comprometidos, celosos de la ley, algo fanáticos, confiando en una próxima constitución del reino de Dios. Criticaban duramente a los sacerdotes, y se les puede considerar próximos a los fariseos en lo religioso, pero con mayor intransigencia.
Lo social también contaba lo suyo entre los celotes. Cuando conquistan Jerusalén el año 66, uno de sus primeros actos es la quema del archivo de la ciudad para aniquilar las deudas y hacer imposible su cobro. Es fácil imaginar la animadversión que tendrían hacia los publicanos desde todos los puntos de vista. Y, contra todo pronóstico, un celote y un publicano forman parte del Colegio Apóstolico. Realmente los planes de Dios iban más lejos que las miopías humanas.
Mucho tuvo que cambiar Simón para adaptarse a la vida que enseñaba y vivía Jesús. Pero lo hizo. Algunos llegan a decir, que es el que más tuvo que cambiar, pero esta opinión parece algo imaginativa y sin fundamento. El cambio abarcaba desde lo político -Jesús no se define en las banderías humanas-, pasando por lo religioso -las críticas del Señor a los fariseos son más aplicables aún a los celotes- y en lo personal -superando el fanatismo-.
Dado que nos interesa conocer el carácter de Simón con tan tenues datos, centrémonos en el fanatismo. Jesús predicó con total claridad el madamiento del amor, y lo propio del fanático es no amar a las personas que no aceptan la misma verdad. No saben vivir una distinción importante que consiste en ser transigentes con las personas al mismo tiempo que intransigentes con la verdad. El matiz es esencial: odiar el pecado y amar al pecador. Jesús nunca cede ni un milímetro en cuestiones de doctrina, pero siempre acoge a los pecadores o a los equivocados. El fanático no sabe querer a todos. Ama su verdad hasta el odio a los que no piensen como él, quizá más porque es suya, que porque sea la verdad. San Pablo, antes de su conversión, es un buen modelo de esta actitud, aprueba el asesinato de Esteban -el protomártir- y persigue a los cristianos para encerrarlos en cárceles y obligarles a blasfemar.
Simón debía aprender a comprender, disculpar, perdonar, persuadir y asimilar que el amor es más fuerte que la violencia en cuestiones de conciencia. El camino para superar el fanatismo estaba en la humildad. Simón tuvo la escuela óptima en Jesús -la Verdad misma- que no destroza a sus adversarios, sino que argumenta, habla, discute, aunque con algunos deba hacerlo con fuerza por la mala voluntad y cerrazón intelectual en que se instalan. Pero Cristo nunca impuso la verdad a nadie por la fuerza, y menos aún obliga a creer en Él con la violencia. El Juicio de Dios es al final de la vida: «El que juzga es el Señor» .
La presencia del Simón entre los Doce es elocuente para mostrarnos el plan divino de la salvación. Los apóstoles fueron llamados mientras se dedicaban a sus actividades ordinarias, y cada uno tenía sus opiniones políticas. Conocemos las opiniones de Simón, como acabamos de ver. Pero también llamó a Mateo, al que podemos tildar de colaboracionista con el poder de judíos complacientes, herodianos o romanos. Lo que contaba era el dinero que no tiene opinión política. Parece casi imposible encontrar dos personajes más separados en sus opiniones. No conocemos las ideas de los demás en este punto, pero es muy probable que la mayoría simpatizasen a distancia con las posturas celotes. Otros, en cambio, no se interesaban en el tema. Y en algunos, como Juan y Andrés, la preocupación religiosa se desvela nítida sin connotaciones políticas.
¿Fueron elegidos los apóstoles al azar en este aspecto político? No parece, pues equivale a ignorar la prudencia de Jesús. Parece clara la distancia que quiere tomar el Señor sobre todas las posturas religiosas y políticas del momento, para que nadie pudiese confundirle con algunos de ellos o sentirse excluído. Tener discípulos y apóstoles de las tendencias más varias era hablar sin palabras de la diferencia esencial del mensaje predicado. Nuestro Señor no vino a predicar una Salvación humana asimilable a las liberaciones del momento, sino a salvar a todo hombre, de toda época, del pecado, de la muerte y del diablo. Ahí radican todas las esclavitudes.
Jesús no critica las opiniones políticas sus discípulos, pero les exige respeto, y remontarse a las raíces de los males de cada generación. Sin la liberación del pecado todas las liberaciones políticas -a pesar de las grandilocuentes declaraciones- acaban en nuevos dolores, si no en tiranías crueles .
Los últimos serán los primeros
Simón es el último de los elegidos y nada sabemos de sus acciones y palabras en el evangelio. Es más discreto que el mismo Andrés. Hace lo que se le dice y pasa oculto. Hace y calla. La importancia de sus acciones no se juzgará desde las tribunas humanas sino desde el trono celestial. No en vano Jesús les había enseñado con insistencia que «muchos de los primeros serán últimos, y de los últimos, primeros» .
Mirando al discípulo oculto podemos reflexionar sobre el contexto de las dos ocasiones en las que Jesús afirmó la delantera de los últimos sobre los primeros en el Reino de los Cielos. Una de ellas la dijo después de la marcha triste del joven rico apegado a sus riquezas. La consecuencia es obvia para resistir el atractivo de las riquezas como impedimentos para la entrega plena a Dios. La siguiente ocasión fue la consecuencia de una parábola.
Es la parábola de los obreros de la viña. Fácil es ver en ella al pueblo elegido tantas veces infiel a las llamadas e invitaciones a tener fe. Pero también es aplicable a cada persona individual. Un amo sale a contratar a un precio justo a obreros para su viña, es la vocación. Los obreros de primera hora pueden ser muy bien los que son llamados desde su primera juventud, y gastan una vida entera para servir a su Señor recibiendo a cambio el premio justo. Los que van siendo llamados a distintas horas del día bien pueden simbolizar tanto los que son llamados después de desperdiciar buena parte de su vida en trivialidades, como en la generosidad del dueño de la viña que no deja de llamar a los que están mano sobre mano.
Cuando todos reciben la misma paga responde a la queja de los de primera hora que su ojo no puede ser malo porque él sea bueno. «Así los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos» . Los juicios de Dios son diversos de los juicios de los hombres, porque Dios es infinitamente sabio, misericordioso y justo. Sólo Dios sabe las posibilidades de cada hombre. Sólo Él conoce las gracias y dones que ha derramado sobre cada uno, y de las cuales tendrán que responder. Sólo el Señor, por fin, conoce la dificultad real que lleva consigo la misión encomendada a cada uno. Será curioso ver la redistribución de la jerarquía de los santos comparada con la de la fama humana. ¿No es pensable que la viuda pobre que da limosna esté por delante de muchos reyes, de muchos Papas e incluso de muchos santos canonizados?.
Dios valora la caridad y la humildad de los hombres en su justa medida. La Virgen Santísima ocupó un lugar humildísimo, muchas veces humillada, en esta tierra; pero es la Reina de todos los santos y Reina incluso de los ángeles. Los mismos apóstoles estarán a niveles diversos, aunque en su felicidad eterna no tengan demasiado en cuenta quien es el primero o el último.
Varias veces discutieron los discípulos sobre cuál de ellos era el más importante. Unas veces lo hacían para poder estar cerca del Maestro; pero otras era secillamente la vana gloria de ocupar los primeros puestos. Jesús les corrige de diferentes modos. unas veces les muestra a un niño y les dice que se hagan como niños en sencillez para ser los primeros. Otras veces les muestra la vergüenza de los que se colocan en los primeros lugares y deben retroceder cuando llegan otros más importantes. Pero la lección del servicio la enseñó con sus mismas manos y les lavó los pies en una acción de múltiples significados. Pero uno era obvio y se lo dijo: «¿Sabéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien porque lo soy. Si yo, Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros, pues yo os he dado ejemplo para que hagáis también vosotros como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo que no hay siervo mayor que su Señor, ni enviado mayor que quien le envía. Si estas cosas entendéis, seréis felices si las practicáis» .
Unos servirán literalmente lavando pies o curando llagas. Otros deberán hacerlo desde el ejercicio de la autoridad -en la sociedad o en la Iglesia- para que todos puedan vivir la tranquilidad en el orden propia de la paz. Otros servirán a los demás con su vitalidad apostólica o rezando en un convento de clausura. Pero todos los cristianos debemos servir si queremos seguir a Cristo. Simón sirvió desde el silencio.
Podemos concluir estas líneas recordando lo que dicen las tradiciones sobre él. Una tradición abisinia dice que, tras haber realizado el apostolado en samaria y haber sido luego obispo de Jerusalén, habría sido crucificado. Otras tradiciones, más bien legendarias, señalan que habría evangelzado otras regiones siendo por último decapitado . Finalicemos con las palabras del himno litúrgico
Oh Simón, que movido por un celo divino
sigues la huellas de Cristo
y lo anuncias con un celo infatigable
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Los 12 apóstoles. 2ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es