Como un medio de fortalecer la unidad del imperio, se debía volver al culto pagano destruyendo todo vestigio del cristianismo.
San Eutiquiano
Eutiquiano fue elegido el 4 de enero del 275 como sucesor de Félix. Igual que los pueblos, los papas que tuvieron un pontificado tranquilo carecen de historia. Todos permitieron que Eutiquiano gobernara en paz a la Iglesia: el emperador, que se abstuvo de perseguir a los cristianos, y los fieles, que se guardaron de darle disgustos a su obispo. Las catacumbas se ampliaron considerablemente: ¿se presentía acaso que pronto, después de cuarenta años de respiro, se iba a desencadenar la más terrible de las persecuciones? Sin duda ésa fue la razón de que se destruyeran todos los documentos que hubieran permitido conocer la historia de Eutiquiano y de su sucesor. Sin embargo, nada hacía barruntar la hecatombe cuando Eutiquiano murió el 7 de diciembre del 283.
San Cayo
No es Cayo más conocido que Eutiquiano. Todo lo que se sabe de él es que fue elegido el 12 de diciembre del año 283 y que, desde entonces, se dispone de una relación históricamente fiable de las fechas de las ordenaciones sacerdotales en Roma.
Un año después de su elección, se hizo cargo Diocleciano de los destinos del Imperio. Hasta su muerte, ocurrida el 22 de abril del 296, Cayo no cesó de agradecer al cielo la gracia de haber vivido bajo tan buen emperador…
San Marcelino
Cuando Marcelino sucedió a Cayo, el 30 de junio del año 296, Diocleciano llevaba doce años sentado en el trono imperial. En todo momento había mostrado una gran tolerancia hacia los cristianos: muchos de ellos ocupaban cargos relevantes en su corte. Su mujer, Prescia, y su hija Valeria no ocultaban su simpatía por la religión de Cristo.
La sorpresa saltó de pronto cuando en el año 297, después de haber consolidado el imperio en todas las fronteras, decidió Diocleciano reanimar por todos los medios el culto pagano, como un recurso para fortalecer la unidad interna en sus dominios. Comenzó por realizar una depuración a fondo en el ejército: ningún cristiano podría en lo sucesivo llevar armas. Mas la persecución propiamente dicha, la más sangrienta que conociera el imperio después de la de Nerón, se desencadenaría en la primavera del año 303. Todos los lugares de culto debían ser destruidos, todos los libros sagrados entregados al Estado y todos los cristianos privados de sus derechos civiles.
Tantos años de paz no habían preparado al papa Marcelino para tamaña prueba. Y, en medio de la tormenta, no parece que tuviera un comportamiento muy heroico. Aunque las acusaciones que esgrimieron contra él los donatistas en el siglo IV han de ser tamizadas, analizadas con cautela, es probable que también él se tambaleara ante el vendaval: no llegó a quemar incienso ante las estatuas de los dioses romanos, pero quizá entregaría servilmente los libros sagrados. San Agustín salió en su defensa probando que se trataba de falsas acusaciones. El hecho desconcertante es que, en el fragor de la persecución más cruel, el jefe de la Iglesia muriera tranquilamente en su cama, el 16 de enero del 304.
San Marcelo I
La muerte de Marcelino, en el 304, dejaría vacante la sede de Roma durante más de tres años y medio. En el 305 abdicó Diocleciano y fue reemplazado por Constancio Cloro. ¿Qué pasaba entonces en la Iglesia de Roma?
Se estaba en pleno caos. Los cristianos que habían sobrevivido a la persecución se censuraban recíprocamente. El motivo del enfrentamiento era que, otra vez, los relapsos, es decir, los pobres desventurados que habían claudicado ante el suplicio, deseaban ahora reintegrarse a la Iglesia. Los altercados entre los rigoristas -opuestos a su admisión- y los partidarios de la clemencia llegaron a ser sangrientos.
En el 307 (o acaso en el 308), una calma pasajera permitió que se pusieran de acuerdo acerca de la elección de un obispo. Marcelo fue designado el 27 de mayo. Como después de todas las persecuciones, lo urgente era reorganizar la Iglesia: y el nuevo obispo dividió Roma en veinticinco distritos, confiando cada uno de ellos a un sacerdote con la doble responsabilidad de formar a los catecúmenos y atender a los penitentes, al mismo tiempo que cuidar las catacumbas y ocuparse de la conmemoración de los mártires.
Como la tregua fue breve, los desórdenes estallaron de nuevo. Majencio, que acababa de usurpar el título de emperador, hizo responsable de la agitación al obispo Marcelo, excesivamente rigorista en su opinión. Ordenó su exilio. Y Marcelo murió lejos de Roma el 16 de enero del año 309, o quizá del 308.
San Eusebio
El 18 de abril del 309 (¿o del 308?), Eusebio sucedió a Marcelo y se mostró tan severo como él: «Los arrepentidos tienen que llorar sus faltas». Frente a él, Heraclio era partidario de olvidar lo pasado y perdonar. Se comprende que tuviera muchos seguidores. Los altercados se reanudaron y tras cuatro meses de peleas, tuvo que intervenir la fuerza pública. El obispo y su adversario fueron detenidos. Majencio hizo internar a Eusebio en Sicilia, donde murió, con toda seguridad, el 20 de septiembre del 310.