Sucesión de cargos eclesiásticos

Un período de traiciones y asesinatos, dónde tener descendencia aseguraba el poder en el terreno político y en el eclesiástico también.

Juan XIII

 

Durante cinco largos meses después de la muerte de León VIII estuvieron pidiendo los romanos al emperador que les enviara a Benedicto V, pero fue en vano. Terminaron por resignarse y en octubre aceptaron al candidato de Otón, Juan XIII. Era hijo de Teodora la Joven, había sido educado en la corte pontificio y desempeñado diversas funciones, entre ellas la de bibliotecario de Juan XII; luego, había sido consagrado obispo de Narni, en la Umbría.

 

El emperador pensó que así podría reinar sobre Roma por mediación de una persona interpuesta, en este caso el papa. Y eso fue lo que perdió al pontífice. Los romanos no eran necios y, dos meses más tarde, en diciembre, se alzaron contra aquella situación, tomaron al asalto el palacio de Letrán, y Pedro, el prefecto de la ciudad, hizo prisionero al papa.

A principios del 966 logró escapar Juan XIII y corrió a buscar la protección del emperador. El 14 de noviembre de aquel mismo año volvió triunfalmente a Roma, seguido un mes después por Otón, que iba con la misión de castigar a los culpables de la revuelta. Colgó a algunos, hizo que les saltaron los ojos a otros y muchos fueron desterrados. En cuanto al instigador del levantamiento, Pedro, el prefecto, fue colgado por los cabellos de la estatua ecuestre de Marco Aurelio. Finalmente, el emperador impuso a la Urbe como duque al propio hermano del papa, Crescencio, otro hijo de Teodora la Joven. No obstante, como siguiera desconfiando de todos, procuró no alejarse de Italia, donde permaneció hasta el verano del 972.

 

El día de Navidad del año 967, Juan XIII coronó emperador, juntamente con su padre, Otón el Grande, al joven Otón, que sólo tenía entonces doce años. Cinco años después, casaba a este Otón II con la princesa griega Teófano, sobrina del emperador de Bizancio, Juan Tzimisces. Fue una unión proyectada para asegurar al emperador de Occidente la posesión de los territorios griegos en Italia.

 

El 6 de septiembre moría Juan XIII. Su protector, Otón el Grande, le seguiría pocos meses después.

 

Benedicto VI

 

Juan XIII había muerto, pero su hermano Crescencio, duque de la ciudad, había ido consiguiendo cada vez más influencia en Roma, en detrimento del partido del emperador. Sin embargo, todavía no tenía peso bastante para hacer que eligieran a su candidato, el diácono Franco.

 

El elegido fue Benedicto, hijo de un tal Hildebrando, a fines de septiembre o principios de octubre. Benedicto había sido monje antes de llegar a ser cardenal-presbítero de San Teodoro. Los hielos retrasaron el viaje de los emisarios que fueron a buscar el asentimiento del emperador, de modo que Benedicto VI no pudo ser consagrado hasta el 19 de enero del año 973. Los seguidores de Crescencio disimularon su decepción y esperaron pacientemente su hora dejando que el nuevo papa llevara adelante la política otoniana: reforma de la vida monástica y lucha contra la simonía, particularmente prohibiendo a los obispos que aceptaran donativos por realizar Ordenaciones o consagraciones.

 

Mas cuando Otón el Grande falleció por fin, el 7 de mayo del 973, Crescencio no tardó en dar señales de vida. Aprovechándose de la crisis que retenía en Alemania al joven Otón II, se quitó la máscara y actuó abiertamente: se apoderó de Benedicto VI, lo encerró en el castillo de Santángelo e hizo elegir a toda prisa a su protegido, el diácono Franco, que tomó el nombre de Bonifacio VII. Y lo primero que hizo este pontífice fue ir a degollar a su predecesor.

 

Bonifacio VII

 

Cuando en julio del 974 el representante del emperador, el conde Sicco de Espoleto, llegó a Roma para exigir el reconocimiento de Benedicto VI era demasiado tarde: Bonifacio VII acababa de asesinarle.

 

El usurpador, sin embargo, no reinó más que seis semanas… en aquella ocasión, porque volvería a la escena diez años más tarde. El pueblo de Roma, en efecto, horrorizado por el asesinato de Benedicto VI, se rebeló contra Bonifacio. Éste se refugió detrás de las murallas del castillo de Santángelo. El conde Sicco de Espoleto lanzó entonces su asalto contra la fortaleza. Bonifacio logró escapar llevándose cuanto pudo del tesoro de la Iglesia y corrió hacia el sur, para ponerse a salvo en territorio bizantino. Y allí permaneció oculto cerca de diez años antes de volver a la palestra y subir por segunda vez al trono pontificio.

 

Benedicto VII

 

Para suceder a Benedicto VI fueron a buscar al obispo de Sutri, un conde de Túsculo, hombre digno y simpatizante con las ideas del emperador. Elegido en octubre del 974, se apresuró en otorgar a Otón II los privilegios que éste deseaba para Maguncia y Tréveris; nombró un obispo en Praga y suprimió el episcopado de Mersebourg.

 

Sostuvo también pujante la reforma monástica emprendida por Cluny y prosiguió la lucha contra la simonía y sus consecuencias: el casamiento de los sacerdotes. Porque era natural que los que habían tenido que pagar caro un cargo eclesiástico, una parroquia o una diócesis, desearan conservarlo para su familia; y para ello, tenían que procrear descendencia…

 

Benedicto VII murió el 10 de julio del 983.

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