Tras la evangelización de los germanos, el papado se consolida definitivamente como suprema autoridad eclesiástica, sin depender del consentimiento y aprobación imperial.
San Gregorio II
Esta vez fue un romano el elegido como obispo de Roma. Gregorio tenía cuarenta y seis años cuando, el 19 de mayo del año 715, sucedió a Constantino l. Siendo subdiácono había desempeñado el cargo de tesorero, y de bibliotecario luego, de la Iglesia romana.
Estaba también muy familiarizado con los problemas de Oriente, pues había acompañado a su predecesor en el viaje que éste realizara a Bizancio en los años 710 al 711. Pero, a diferencia de los papas anteriores griegos o sitios -siempre comprensivos cuando no complacientes con las actitudes imperiales-, reaccionó siempre como un verdadero romano y dejó bien sentado que, en la relación de fuerzas entre Roma y Bizancio, la ventaja estaba de parte del papado.
Bizancio se propuso gravar a Sicilia con impuestos desproporcionados e imponer a las Iglesias de Occidente edictos de tendencia claramente iconoclasta; el emperador León III quiso incluso asesinar al papa o, al menos, oponerle un antipapa. Era demasiado. Hasta los lombardos salieron en defensa del vicario de Cristo e hicieron huir al exarca de Rávena. El emperador se obstinó aún más en su postura y de nuevo amenazó a Gregorio con hacerle correr la misma suerte que Martín l. Mas el pontífice se mantuvo imperturbable y su única reacción consistió en dirigir al emperador algunas cartas en las que, serenamente, afirmaba y traslucía su prestigio y su autoridad.
Sin embargo, sus hechos eran mejor exponente que sus palabras. Consciente de que el poderío de Bizancio no era una ficción sino una realidad, Gregorio se volvió resueltamente hacia lo que él consideró las fuerzas del porvenir, los nuevos reinos germánicos, y en primer lugar hacia los francos. Urgió la conversión de los germanos, que confió al benedictino inglés Winfrido, a quien cambiará su nombre por el de Bonifacio cuando lo consagre obispo.
Las relaciones de Gregorio con Carlos Martel, establecidas en el 722, fueron preludio de la instalación de los carolingios en el trono de los merovingios cada vez más debilitados- y de la aparición, ochenta años después, de un nuevo imperio, el Imperio Romano de Occidente, en el que gozaría el papado de unas prerrogativas impensadas hasta ese momento.
Los dieciséis años de este pontificado proyectaron a la Iglesia de Roma por cauces distintos y nuevos. Y la muerte de Gregorio 11, el 11 de febrero del 731, no la apartaría de su rumbo.
San Gregorio III
Un sirio fue nuevamente consagrado obispo de Roma el 18 de marzo del año 731. Respetuoso con Bizancio, también él, según la costumbre, sometió su elección a la aprobación imperial. Iba a ser el último papa que cumpliera ese requisito.
Gregorio III se mantendría estrictamente en el rumbo marcado por su predecesor. A medida que los lombardos se fueron imponiendo en Italia, la autoridad del papa se fue acrecentando en detrimento de la del emperador.
En el conflicto que acababa de estallar a propósito de las imágenes de los santos -y que pasaría a la Historia con el nombre de Movimiento Iconoclasta o Querella de los iconoclastas- Gregorio intentó llegar a un acuerdo con León III, pero, al no lograrlo, condenó a los rebeldes (año 731).
Como represalia, el emperador desvinculó de la jurisdicción del obispo de Roma el sur de Italia, Sicilia, Grecia e Iliria, que pasaban a depender, en lo sucesivo, del patriarca de Constantinopla; y castigó, además, a la Iglesia de Roma con impuestos insoportables. Tales medidas espolearon al papa para que intensificara sus relaciones con la Iglesia de Inglaterra y activara la evangelización de los germanos. En los años 737 y 738 recibió en Roma a Bonifacio, que había echado sobre sus hombros la tarea de estrechar lazos duraderos y regulares entre el papado y los germanos convertidos.
El avance progresivo de los lombardos sobre Italia se hacía cada vez más inquietante. En el 739 y en el 740, Gregorio pidió ayuda a Carlos Martel, mayordomo de palacio o figura principal de Austrasia, que había logrado derrotar a los árabes en Poitiers. Pero Carlos Martel no pudo o no quiso en aquella circunstancia prestarle su apoyo, aunque dio pruebas de su buena voluntad hacia el papado respaldando eficazmente la labor evangelizadora de Bonifacio. Sería su hijo, Pipino el Breve, quien acudiría en socorro del sucesor de Gregorio.
San Gregorio falleció a fines de noviembre del año 741, seguro de que el papado estaba a punto de dar pasos trascendentales en su historia.
San Zacarías
La notable figura de Zacarías cierra brillantemente la relación de papas procedentes del mundo griego. Bizantino de corazón, Zacarías, consagrado el 10 de diciembre del 741, todavía quiso informar al emperador de su elección, favoreció los conventos griegos de Roma y tradujo al griego los Diálogos de san Gregorio Magno. Sin embargo su clara visión le indujo a proseguir la política occidentalista de sus predecesores.
Comenzó por negociar con los lombardos que restituyeran a la Iglesia los territorios que le habían cercenado, la liberación de los prisioneros y una tregua de veinte años. Incluso obtuvo de ellos la evacuación de Rávena y del Exarcado. En el reinado del monarca lombardo Rachis, del año 744 al 749, pudo Italia disfrutar de cinco años de paz. Pero en junio del 749 Rachis fue derribado del trono por su hermano Astolfo y buscó refugio con toda su familia cerca del papa. Astolfo lanzó una ofensiva cada vez más violenta y en el año 751 se apoderó definitivamente de Rávena y de todo el Exarcado, dejando expedito el camino de Roma.
Aquella amenaza brindaría a Zacarías la ocasión de alcanzar uno de los más grandes éxitos políticos de la historia del papado. En efecto, informado de la catastrófica situación en que podía caer Roma a corto plazo y consciente, por otra parte, de la ayuda que iba a necesitar el papa, Pipino el Breve, el poderoso mayordomo de palacio de Austrasia, comprendió que nunca se le presentaría una mejor oportunidad para asegurarse el apoyo moral del jefe de los cristianos en el golpe de Estado que proyectaba.
La cuestión que propuso a Zacarías estuvo tan hábilmente formulada, que la respuesta tenía que caer por su propio peso: «¿Es o no es justo que se llame rey el que sólo tiene el título de tal, en lugar del que posee todos los poderes?» La respuesta del papa extrañaba implícitamente la doctrina de san Agustín: «El orden de las cosas de este mundo reclama, conforme a la voluntad divina, que el título de rey lo ostente quien haya sabido hacerse con el poder antes que el que no haya sido capaz de conservarlo».
Fortalecido por este respaldo, Pipino pudo hacerse elegir por la asamblea de los francos y relegar a la sombra y al olvido de un convento al último de los merovingios.
Que el papa legitimara aquel golpe de Estado ha sido considerado por la moderna crítica histórica como uno de los actos de más importantes consecuencias de toda la Edad Media. Sobre todo cuando se contempla el corolario: la generosidad de Zacarías consistió en restaurar en la persona del primer carolingio la vieja unción sagrada de origen bíblico- que los visigodos, por otra parte, habían observado siempre. Bonifacio, brazo derecho del papa en Germania, fue el encargado de llevar a cabo el famoso rito.
Por la santa unción se convertía el rey en un personaje sagrado, una especie de representante de Dios. Mas al mismo tiempo, aunque estuviera muy alto en relación a su pueblo, quedaba implícitamente subordinado al único que podía conferir tal privilegio. De un solo golpe, el obispo de Roma, que en el último tiempo no había sido más que un súbdito -todo lo eminente que se quiera- del emperador de Bizancio, se convertía en la primera personalidad de Occidente, señor de reyes y, muy pronto, señor también del mismo emperador. Llegaba, por fin, a ser el PAPA, con toda la fuerza que esa palabra ha tenido desde entonces.
El papado daba así un gran salto adelante, cuya trascendencia no pudo vislumbrar Zacarías cuando murió el 22 de marzo del año 752.