La influencia política

La sucesión papal estaba determinada por los caprichos e intereses de los gobernantes, que deseaban tener el control absoluto sobre la Iglesia.

San Silverio (536-537)

 

El rey Teodato presionó al clero de Roma para que consagrara papa, el 1 de junio del año 536, al sub-diácono Silverio, hijo del papa Hormisdas (514-523). Tal apoyo fue nefasto para el nuevo obispo de la Urbe.

A principios de diciembre, Belisario, en su expedición de castigo contra Teodato, llegó a Roma. Silverio, que había saludado la llegada del ejército imperial, consiguió que la ciudad se rindiera sin combatir. Belisario pudo así entrar en Roma sin resistencia el 9 de diciembre. Pero no valoró en absoluto los servicios que le había prestado el papa y, el 11 de marzo del 537, le arrestó y le condenó por alta traición y colaboración con el rey de los godos.

 

Depuesto Silverio, fue desterrado a Patara, en Siria. El 29 de marzo, Belisario hizo consagrar en su lugar a Vigilio, un protegido de la emperatriz Teodora.

 

El obispo de Patara, compadecido por la situación del papa exiliado en su diócesis, apeló al emperador Justiniano, quien ordenó que Silverio regresara a Roma para ser procesado. Pero el que ahora ocupaba la silla de Pedro, Vigilio, se negó a hacerse cargo del prisionero y lo mandó a la isla de Ponza, cerca de La Spezia. Las condiciones de vida que allí le aguardaban le llevaron en poco tiempo al límite de sus fuerzas. Completamente desanimado, vencido ya, Silverio abdicó en favor de Vigilio el 11 de noviembre del 537 y murió unos días después, víctima inocente de las pasiones desatadas por la guerra.

 

La victoria de Belisario sobre los ostrogodos hizo que los papas se mantuvieran bajo la influencia de Bizancio. Tendrían que transcurrir treinta años para que los lombardos conquistaran Italia, redujeran la hegemonía oriental y restituyeran al papado una indispensable libertad.

 

Vigilio (537-555)

 

Fue una de las figuras más lamentables de entre todos los papas. Lo habían llevado a la sede de Roma por orden del general bizantino Belisario. Fortalecido por tal apoyo, el nuevo papa, ambicioso y ávido de poder, se comportó con una dureza implacable respecto a su predecesor, el infortunado Silverio, depuesto contra todo derecho.

 

El pueblo de Roma, sin embargo, pensó que podía acostumbrarse a Vigilio. ¿No había sorprendido agradablemente a todo el mundo cuando, al principio, manifestó su actitud de estricta fidelidad a los cánones de Calcedonia? Mas al emperador no le gustaba que su «protegido» mostrara la menor veleidad de independencia. ¿Acaso no se había comprometido Vigilio con la emperatriz Teodora -aunque sólo fuera de palabra- para hacer que triunfara el monofisismo?

 

Justiniano dispuso que el papa fuera a Constantinopla. Allí le hizo un verdadero lavado de cerebro al tiempo que le colmaba de favores o le sometía a vejaciones, todo ello con el fin de socavar su independencia. El caso es que el papa firmó lo que le propuso el emperador y redactó un texto -el Judicatum-, en el que dejaba a salvo los cánones del concilio de Calcedonia, a pesar de ciertas apariencias. ¿Se asombraron de ello los diáconos que le acompañaban en su viaje? Lo cierto es que Vigilio los excomulgó a todos.

 

Al conocer lo sucedido -no había ningún error reprensible, pero sí debilidad- el Occidente se escandalizó y un buen número de obispos se separaron del papa. Entonces, para disculparse ante ellos, intentó sustraerse a la influencia del emperador recluyéndose a la iglesia de San Pedro. Justiniano envió a sus soldados para que lo prendieran, pero el papa se defendió bravamente y a fuerza de puñetazos y patadas logró desasirse de sus adversarios. No consintió en volver a sus habitaciones privadas hasta que se le garantizó expresamente su libertad total, mas como Justiniano insistiera en tratarle como prisionero, Vigilio se escapó otra vez y se refugió en Calcedonia. Pero se le obligó a volver por procedimientos desusadamente violentos.

 

Vigilio permitió entonces que el emperador convocara un quinto concilio ecuménico -el segundo de Constantinopla- y prometió al mismo Justiniano que defendería allí los puntos de vista del monarca. Sin embargo, en plena sesión adoptó la actitud contraria. Furioso Justiniano, ridiculizó al papa esgrimiendo documentos en los que Vigilio le aseguraba secretamente su apoyo.

 

Parece que Vigilio no tenía vocación de mártir. Se avino a cuanto se le pidió y, cubierto de oprobio y deshonor, emprendió su regreso a Roma. No terminaría su viaje. La muerte le sorprendió en Siracusa el 7 de junio del 555.

Aunque sus restos fueron trasladados más tarde a Roma, se guardaron bien de sepultarlos en San Pedro. Y durante siglos se procuró echar olvido sobre su figura poco gallarda. Su debilidad ante Justiniano ¿no estuvo acaso cerca de separar de Roma una buena parte del Occidente católico?

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