Para evitar enfrentamientos y codicias entre los laicos, se emite un decreto que reserva la candidatura a la cátedra de San Pedro, sólo a los sacerdotes y los diáconos.
Esteban II
El sucesor inmediato de Zacarías ni siquiera tuvo tiempo para ser consagrado: murió cuatro días después de su elección. Se llamaba Esteban. Y otro Esteban fue elegido en su lugar y consagrado en los últimos días de marzo del 752.
La situación era precaria en Roma: los lombardos habían tomado Rávena y ningún socorro podía esperarse de Bizancio, más hostil a Roma que nunca por su furia iconoclasta, pero también mucho más débil en el aspecto militar. La salvación no podía llegar más que de los francos.
Esteban emprendió entonces un viaje de un enorme contenido simbólico. Franqueó los Alpes y fue a suplicarle a Pipino el Breve que fuera en su ayuda. El encuentro tuvo lugar en Ponthieu el 6 de enero del 754. El papa sabía desenvolverse muy bien en ocasiones como aquélla: se presentó ante el rey con una túnica de penitente y la cabeza cubierta de ceniza, como una desgarradora imagen de los infortunios que pesaban sobre la Iglesia. Pipino, que tampoco ignoraba el valor de los gestos, cogió -como si fuera un escudero- la brida del caballo del papa. A continuación se intercambiaron solemnemente juramentos de asistencia recíproca y de amistad.
Satisfechos así los imperativos del ceremonial, se retiraron a discutir los asuntos previstos. En aquellas conversaciones de Quierzy, la Iglesia franca renunció a su liturgia galicana y adoptó los ritos romanos. Pipino fue honrado con el título de «Defensor de San Pedro», cargo que no dudaría en desempeñar muy pronto. El tratado de Quierzy se concluyó en la Pascua, el 14 de abril, con la solemne promesa de la «Donación de Pipino», en virtud de la cual se comprometía éste a entregar al papa -y no al emperador de Bizancio- todas las tierras que rescatara de los lombardos. Aquel pontífice humilde y penitente, que había llegado cubierto de ceniza regresaba a Roma con la perspectiva de ceñir en breve una corona representativa de su poder temporal.
En reconocimiento, el papa renovó personalmente, el 28 de julio en Saint-Denis, en París, la consagración conferida antes a Pipino por Bonifacio. El rey aprovechó la ocasión para que fueran ungidos también sus hijos, Carlomán y Carlos, el futuro Carlomagno. Y, en la euforia del momento, no dudó Esteban en irritar todavía un poco más al emperador de Bizancio, concediendo a Pipino el título de «Patricius romanorum», patricio de los romanos, ostentado hasta entonces por el exarca de Rávena, el representante del emperador.
El carolingio cumpliría sus promesas: en los años 755 y 756 se enfrentó a Astolfo, le obligó a abandonar los territorios que sus lombardos habían ocupado y los entregó a San Pedro. Así nacieron los Estados Pontificios. Y en aquellos momentos se propaló una inexactitud célebre: para justificar la donación de Pipino, se inventó una antigua «donación de Constantino» que, de ese modo el monarca carolingio no habría hecho más que reafirmar legítimamente.
Durante toda la Edad Media se aceptaría ese documento a pesar de que Otón III (983-1002) lo había declarado falso. Los primeros, después de mucho tiempo, en arriesgarse a dudar de su autenticidad serían el cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464) y Lorenzo de Valla (1405-1457), aunque habría que esperar hasta mediados del siglo XIX para que fuera oficialmente reconocida la piadosa superchería.
¿Fue el propio Esteban quien urdió aquella justificación? Parece que el papa ignoraba lo que sus celosos secretarios tramaron en secreto para procurar su gloria. Una gloria, por otra parte, de la que no tenía necesidad, puesto que ya había rendido al papado servicios trascendentales que le aseguraban poderío y prestigio. Pudo morir satisfecho el 26 de abril del 757.
San Paulo I
Para suceder al papa difunto eligieron los romanos a su propio hermano. Paulo I formaba parte, desde los tiempos de Gregorio II, del grupo de los más estrechos colaboradores del obispo de Roma. Cuando fue consagrado el día 29 de mayo del 757, no informó ya de ello al emperador de Bizancio, sino al rey de Francia, a quien envió una espada, símbolo de que confirmaba a Pipino como brazo secular del papado, cuya defensa le encomendaba.
El papado tenía, en verdad, necesidad de ser defendido. Los lombardos habían vuelto a la carga con sus amenazas y, en Bizancio, el emperador iconoclasta lanzaba verdaderas expediciones militares contra los monjes que seguían venerando los santos iconos. Por otra parte, intentaba intrigar cerca del rey Pipino y ganárselo para su causa, pero el monarca francés tenía entonces otras preocupaciones y no le hizo mayor caso.
Paulo presintió la ambigüedad de la situación en que podía incurrir el papado como consecuencia de la soberanía temporal. Más que nunca debía subrayar el papa su dignidad espiritual. Y, en efecto, se proclamó: «Mediator Dei et hominum, speculator animarum», es decir, «mediador entre Dios y los hombres, y pastor responsable de las almas». Pero la nueva situación desató pronto la codicia de los poderosos de Roma y las ambiciones de todos, dando origen a un sin fin de páginas dolorosas para la Iglesia.
Su muerte, después de diez años de reinado, el 28 de junio del año 767, desencadenó terribles conmociones.
Constantino II, el Usurpador
Llegar a ser obispo de Roma, sucesor de san Pedro, apenas había excitado hasta entonces la codicia humana. Pero reinar sobre la tierra de Italia y consagrar reyes era ya algo tentador. La soberanía temporal comenzó pronto a producir frutos envenenados y, durante más de un siglo, cada elección papal provocaría rivalidades encarnizadas.
El mismo día de la muerte de Paulo I, el 28 de junio del 767, el duque Toto de Nepi nombró como sucesor, por iniciativa personal, a su propio hermano: Constantino. Este Constantino II ni siquiera era clérigo. A pesar de ello, encontró tres obispos dispuestos a consagrarle: los de Prénesto, Albano y Porto. Durante más de un año intentó en vano Constantino que Pipino el Breve reconociera su legitimidad.
En agosto del 768, un grupo de notables conducidos por el más destacado de ellos, Cristóbal, logró apoderarse del impostor, le saltaron los ojos y lo encerraron en un convento.
Esteban III (768-772)
El rey de los lombardos, Desiderio, aprovechó la ocasión para nombrar por su cuenta su papa. Se llamaba Felipe y, al menos, tenía sobre Constantino la ventaja de ser monje. Lo entronizaron el 31 de julio del año 768 en el palacio de Letrán, pero ese mismo día fue depuesto. Y tuvo el buen sentido de no resistirse, reintegrándose a su celda con prontitud, en el convento de San Vito. No tenía ninguna gana de que también a él le saltaran los ojos. Al día siguiente, la facción vinculada a los francos eligió a Esteban, sacerdote de origen siciliano: él, en todo caso, tenía asegurado su reconocimiento por parte de los sucesores de Pipino el Breve: Carlos y Carlomán.
Esteban Ill fue entronizado el 8 de agosto del 768. Su tarea más urgente era imponer el orden en Roma. Con tal objetivo convocó un sínodo para abril del 769. Allí se volvió a condenar al infortunado Constantino II y se anularon todas las ordenaciones que éste hubiera realizado. Se confirmó la licitud de rendir culto a las santas imágenes, contra la ofensiva de Bizancio en sentido contrario, y se discutió largamente el modo de elección de los futuros papas. Para evitar que se repitieran casos como el que acababa de protagonizar Constantino, se decretó que sólo podrían ser candidatos los sacerdotes y los diáconos, excluyendo expresamente a los laicos. Se quitó al pueblo de Roma todo derecho a elegir al vicario de Cristo y se reservó tal privilegio, exclusivamente, al clero. Esta última disposición, tan contraria a lo que ya era costumbre inmemorial, sería durante mucho tiempo aún letra muerta.
Esteban III era de carácter débil y su política se resintió de esa debilidad. Se había opuesto desde el principio a que Carlomagno se casara con la hija de Desiderio, el rey de los lombardos. Pero el matrimonio se llevó adelante y entonces consideró oportuno Esteban un movimiento de aproximación a los lombardos. Y fue una mala idea porque, antes de que se acabara el año, Carlomagno repudió a su esposa, y los lombardos reaccionaron con una oleada de matanzas entre el partido franco de Roma. Cristóbal y su hijo Sergio, que habían llevado a Esteban a la silla de san Pedro, fueron asesinados.
El pontificado de Esteban III, que se inició con querellas y enfrentamientos y prosiguió entre debilidades y ambigüedades, acabaría el 24 de enero del año 772, en fracaso y en sangre. Su sucesor se apresurará a emprender una política francamente favorable a los francos.