Enrique III y la reforma eclesiástica

El emperador apoyó una de las grandes reformas en la Iglesia, que fue el impedir alcanzar cargos eclesiásticos a cambio de fuertes sumas de dinero.

Gregorio VI

 

Arcipreste de san Juan ante portam latinam, ¿pertenecía Juan Graciano a la familia judía de los Pierloni? No se ha podido demostrar. Lo que sí es cierto es que fue escogido como padrino para el bautizo de Teofílacto y que, cuando éste se convirtió en Benedicto IX, fue su confesor.

 

¿Qué le indujo, el 5 de mayo de 1045, a realizar aquel gesto inaudito de comprarle a su ahijado, por 1.500 libras de oro, su cargo pontificio? Si se tienen en cuenta la indudable dignidad del personaje, su prestigio y su celo por la reforma de la Iglesia, se podría vislumbrar con cierta verosimilitud una excelente intención por muy torpe y desafortunada que fuera: la de poner término, a cualquier precio, a aquel escandaloso pontificado.

 

Hombres como san Pedro Damián y notables reformadores, ignorando los medios utilizados para acceder a la silla pontificia, aplaudieron al nuevo papa. Pero el emperador Enrique III acabó por hacer público el trapicheo. Una carta del abad de Cluny levantó sus primeras sospechas, plenamente confirmadas al recibir la siguiente petición del santo eremita Gunther de Niederaltaich: «Los papas se atropellan y el uno expulsa al otro… Ejercita, pues, tus responsabilidades, rey Enrique, en el nombre de Dios Todopoderoso. Encuentra un papa digno de serlo, que más valdrá tener uno solo de éstos que mil de los que hoy conocemos».

 

Enrique III se conmovió. Llamó a Gregorio VI a Piacenza y supo de su boca toda la verdad. Convocó entonces un sínodo en Sutri en el que, el 20 de diciembre del año 1046, los tres papas en liza quedaron oficialmente destituidos: Benedicto IX fue lisa y llanamente expulsado, a Silvestre III lo devolvieron a su diócesis de Sabina y a Gregorio VI le mandaron exiliado «a las orillas del Rhin», seguramente a Colonia, donde murió en noviembre del 1047. Un joven benedictino toscano, de unos veinte años, acompañó a Gregorio VI en este tramo final de su vida: se llamaba Hildebrando y era totalmente desconocido por entonces. Un día ocuparía el solio papal con el nombre de Gregorio VII y haría que, en Canossa, se inclinara ante él el emperador…

 

Afortunadamente, en la Edad Media sabían distinguir entre la institución -el papado- y los que la representaban, a veces de manera indigna. Eso explica, en parte, que tales individuos no causaran estragos irreparables…

 

Clemente II

 

Corresponde al emperador de Alemania Enrique III el gran mérito de haber sacado al papado del lodazal de la simonía. Y su actuación le valió privilegios, como el de indicar a los romanos el papa que deberían elegir, incompatibles con la necesaria independencia que habían de tener los electores en el ejercicio de sus responsabilidades. Pero los papas olvidarán muy pronto que debían al emperador su nuevo poder desde cuyas cimas no tardarían más de veinticinco años en poner al monarca de rodillas.

 

De momento, fue en la víspera de la Navidad del año 1046 cuando, en presencia de Enrique III y de su piadosa mujer, la francesa Inés de Poitou, el sínodo degradó a Benedicto IX y pidió al pueblo y al clero de Roma que confiaran la tiara a Suidger, conde de Morsleben y de Hornbourg, obispo de Bamberg.

 

Al día siguiente, 25 de diciembre, nada más ser entronizado, Clemente II envió a Enrique y a su esposa la corona imperial: algunas semanas más tarde, en un sínodo celebrado en Roma en enero del 1047, Clemente adoptó medidas severas contra la simonía, absolutamente resuelto a extirparla de las costumbres eclesiásticas. Se perfilaba claramente como un gran papa reformador. Pero su prematura muerte, ocurrida el 9 de octubre del 1047 en el convento de Santo Tomás, cerca de Pésaro, dieron al traste con tales esperanzas.

 

Se inhumaron sus restos en la catedral de Bamberg, donde, en 1942, se hallaron sus insignias pontificias.

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Dámaso II

 

El conde Poppon había sido nombrado en 1039 obispo de Brixen por Enrique III. En el año 1046 formaba parte del séquito real -cuando el monarca se desplazó a ltalia- y había presenciado tres sínodos: el de Pavía el 25 de octubre, el de Sutri el 20 de diciembre y el de Roma los días 23 y 24 del mismo mes.

 

Al morir Clemente II, el emperador accedió a la petición de los romanos y, el día de Navidad del año 1047, le designó como futuro papa.

 

Entre tanto, el inevitable Benedicto IX había reaparecido en la Urbe, en esta ocasión como antipapa, y en ella se mantuvo hasta que el margrave Bonifacio de Toscana logró expulsarle de la ciudad. Finalmente, el 17 de julio Poppon pudo ser consagrado con el nombre de Dámaso II.

 

Pero el nuevo papa no soportaría los calores de la canícula, y marchó a Palestrina en busca de un poco de fresco. Mas cogió unas fiebres que le quitaron la vida el 9 de agosto.

 

Se extendió el rumor de que había muerto envenenado por las malas artes de Benedicto IX; aunque la especie era reveladora, de cómo podían esperar de Benedicto IX cualquier indignidad, no era cierto. Los romanos se habían acostumbrado a ver detrás de todas sus desgracias la sombra nefasta del que había sido el más joven de sus papas.

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