4o. Deberes de los Padres: Doña Matilde

Doña Matilde era una señora muy buena, de un gran corazón. Pero era muy débil de carácter para educar a su hijo Alfredo. Le faltaba a la buena señora esa energía, unida a una gran serenidad. Por eso, quien mandaba en aquel hogar era Alfredo.

La madre transigía con todos los caprichos de su hijo; unos buenos (y eso estaba bien) y otros malos (y eso estaba mal).

Alfredo fue creciendo, dejó la adolescencia y un día le pidió a su madre dinero para jugar en el casino. Y también le pidió otra vez dinero para volver de noche y muy tarde a casa. A doña Matilde le parecía un disparate aquellas libertades. Pero el hijo, tanto insistía, y tales caras avinagradas ponía, que la madre, más blanda que la cera, cedía al fin, diciéndole: «¡Toma, hijo, siquiera para que me dejes en paz¡» Y la madre fue cediendo su autoridad y dando dinero a su hijo para sus vicios y caprichos indignos.

Un día, Alfredo no se encontraba bien, tenía algo de fiebre. Los médicos le diagnosticaron una tuberculosis traidora. Fue llevado a un pueblo de la sierra. Estaba en una casa magnífica, rodeada de un maravilloso pinar. En el jardín estaba Alfredo tendido en un lecho y junto a él había libros y un aparato de radio. Nada de esto le interesaba. Sólo quería curarse y marchar de allí.

Un día llegó al jardín un joven sacerdote. Era el nuevo párroco del pueblo. Venía a ofrecerles sus servicios y su amistad. A los pocos días, el sacerdote adquirió un poco de confianza con la madre y el hijo. Bien sabía el joven párroco la causa de aquella traidora enfermedad. Ciertas frases dichas por la madre le habían revelado que la causa, en parte, era debido a la vida viciosa y disipada que Alfredo había llevado. El vicio había gastado aquella joven naturaleza.

Alfredo pasó una noche agitado, desvelado. Era la muerte, que se le acercaba. El sacerdote quiso hablar con el enfermo, pero la madre lo impidió, ante el temor de que su hijo se asustara. Pero aquella misma tarde el sacerdote recibió un recado urgente: Alfredo se moría. En cuanto llegó el párroco le habló al enfermo con amor y firmeza. Le dijo que pronto estaría en la presencia de Dios y que se preparara para gozar de la eterna felicidad del Cielo. El joven, con gran indiferencia, le dijo: «Ahora no estoy para eso.» Doña Matilde, al oír aquellas frias palabras, le gritó, con lágrimas en los ojos: «¡Pero hijo, yo no quiero que te pierdas para siempre!» Entonces el enfermo, muy débilmente y con indiferencia, le dijo: «Me confesaré para que me dejes en paz.» Doña Matilde salió de la habitación. Quedaron solos el sacerdote y en enfermo. ¿Se confesó bien Alfredo? Eso sólo Dios lo sabe. Cuando volvió la madre a la habitación su hijo estaba moribundo.

Doña Matilde lloraba de pena y dolor, pensando Que las únicas palabras que ella habla oído a su hijo eran: «Me confesaré para que me dejes en paz.»

Alfredo fue víctima de la falta de autoridad de su madre.

Explicación Doctrinal:

El día de mañana, cuando seáis mayores, se presentan en la vida varios caminos: unos eligen el sacerdocio, la vida religiosa; otros, el matrimonio, constituyen un hogar con una persona a quien aman y quieren. Luego nacen los hijos y entonces se forma la familia.

Vosotros quizá lleguéis a ser padres y madres de familia, Pero el ser padre y madre va unida a una gran responsabilidad. Los padres tienen el deber de amar, alimentar y educar cristianamente a los hijos. Incluso deben los padres dar a sus hijos felicidad, paz y alegría y jamás amargarles la vida con violencias y cóleras injustas. Los padres tienen el deber sagrado de cuidar la salud de sus hijos, de inclinarles al trabajo, al estudio. Los padres tienen que respetar la libertad de sus hijos al elegir estado, profesión, aconsejándoles, sí, pero no imponiéndoselas. Jamás los padres tendrán preferencias por uno de sus hijos. Esto es indigno.

Los padres dialogarán con sus hijos con gran bondad y cariño, escuchándoles atentamente sus problemas y preocupaciones, sus ilusiones y aspiraciones. Los padres procurarán que sus hijos lean libros buenos y tengan buenos amigos. Un buen libro y un amigo bueno son dos tesoros inapreciables. Porque un mal libro y un mal amigo pervierte y arrastra hacia el mal a la juventud.

Los padres aconsejarán a sus hijos, les reprenderán con dulzura, firmeza y razones justas; les castigarán o premiarán cuando las circunstancias lo aconsejen. Los padres rezarán por sus hijos, para que Dios les guíe por el camino del bien, de la justicia y de la verdad, y llevarán una vida ejemplarísima y cristiana de rectitud, de amor, justicia y mansedumbre.

Norma de Conducta:

Honraré a mis padres por ser ellos los representantes de Dios en la familia y además fuente de grandes bendiciones.

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