– PARA JESÚS, EL TRIUNFO
La celebración de hoy debe estar impregnada de alegría y admiración por el triunfo de Jesús de Nazaret Y señalar también la carga de compromiso que proyecta esta victoria sobre nosotros. Jesús ha sido glorificado. Ha cumplido su misión, ha seguido su camino hasta el final, incluida la muerte, y ahora ha llegado a su plenitud como persona y como cabeza de la nueva humanidad.
Como nos ha dicho Pablo, «el Padre ha desplegado la eficacia de su fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo», o sea, constituyéndole Señor de todo el universo. El prefacio emplea unos términos entusiastas que en la homilía podemos anticipar para proclamarlos o cantarlos luego con más énfasis: «Jesús el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, mediador entre Dios y los hombres, juez de vivos y muertos».
La Ascensión es el mismo misterio que hemos venido celebrando durante la Pascua, pero pedagógicamente desplegado en dos movimientos. La Resurrección apuntaba a la liberación de Cristo de entre los muertos. La Ascensión, a su exaltación a la nueva existencia gloriosa
– PARA NOSOTROS, LA FIESTA…
La Ascensión la hemos escuchado dos veces . Y es que, por una parte, representa el final del evangelio, la plenitud del camino de Jesús. Y por otra el comienzo, el punto de partida de la historia de la Iglesia.
a) Para nosotros es ante todo FIESTA. El triunfo de Jesús nos afecta: «La Ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria» (oración colecta), «nos das ya parte en los bienes del cielo», «en Cristo nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida y participa de su misma gloria» (poscomunión), «ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino» (prefacio).
La fiesta de hoy nos llena de optimismo: «Que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos» (2ª lectura). Más aún: es fiesta de esperanza para la humanidad entera. Todos estamos incluidos en la victoria de Cristo, que nos da la medida del amor de Dios y de la capacidad del hombre. La Ascensión nos señala el camino y la meta final: un destino de vida, aunque el camino sea a veces difícil y oscuro.
b) El motivo es que no celebramos un «aniversario» del triunfo de Cristo. Sino que estamos convencidos de su presencia: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Su presencia a la Iglesia y a cada uno de nosotros -y además la donación que nos hace de su Espíritu- es lo que da más vigor a nuestra fe y a nuestra acción. Como dice el prefacio, «no se ha ido para desentenderse de este mundo». La Ascensión no es un movimiento contrario a la Navidad (entonces «bajó» y ahora «sube y se va»): desde su existencia gloriosa, libre ya de todo límite de espacio y de tiempo, es cuando más presente nos está Jesús, el Señor, como él mismo nos ha prometido.
-… Y LA TAREA Los discípulos son invitados a que no se queden mirando al cielo.
Reciben el encargo de continuar la misión de Jesús en este mundo: «hacer discípulos», «bautizar», «enseñar». Así como Cristo ha sido el gran testigo del Padre, ahora la comunidad cristiana lo tiene que seguir siendo en cada generación, animada siempre por el Espíritu de Jesús: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos».
El tiempo que sigue a la Ascensión, hasta la manifestación gloriosa de Cristo al final de los tiempos, es tiempo de trabajo y responsabilidad, tarea y compromiso. Misión: «Id y predicad». Debemos ser cristianos tan convencidos de nuestra fe en Cristo, que la comuniquemos a los demás, de palabra y de obra, con un estilo de vida que resulte creíble y elocuente a todos . El libro de los Hechos fue el primer capitulo. Nosotros, al final del siglo XX, estamos escribiendo el nuestro, en la historia de la Iglesia, esta comunidad que se sabe débil y pecadora, pero sigue fiel al encargo recibido de evangelizar al mundo.
La tarea que nos deja el Señor es que en medio de un mundo donde no abunda la esperanza, seamos personas ilusionadas. En medio de un mundo egoísta, mostremos un amor desinteresado. En medio de un mundo centrado en lo inmediato y lo material, seamos testigos de los valores que no acaban. Y esto son invitados a realizarlo los religiosos y los laicos, los mayores, los jóvenes y los niños, cada uno en su ambiente. Miramos al Cristo que triunfa, le recibimos en la Eucaristía, y esto nos da fuerzas para seguir cumpliendo la tarea de cada día.
J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993, 7