Este es mi hijo amado: Homilia para la Transfiguración

Don Jesús Martí Ballester nos muestra una profunda reflexión desde el marco del Antiguo Testamento hasta el mensaje de la Transfiguración en la Nueva Alianza.

1. Baltasar, rey de Babilonia aún estaba temblando, por la visión de la mano que escribía sobre la pared su perdición. Daniel le reveló el sentido de las fatídicas y enigmáticas palabras. Baltasar fue asesinado aquella misma noche. Le sucedió Darío y en su tiempo Daniel tiene la visión que hoy vamos a interpretar. Para comprender su mensaje, hemos de situarnos histórica y sicológicamente en el mundo del autor y en su mentalidad judía, profética y apocalíptica. Daniel combina la historia y la mitología, con la tradición y el futurismo mesiánico, para crear la convicción de que al final de los tiempos el reino de Dios será entregado al pueblo de los santos de Dios, el resto profético presidido por su Cabeza. Como al principio de la creación todo fue obra del "viento" así ahora los cuatro vientos del cielo agitan el océano de modo que lo que salga de él será obra del "ruah" de Yahveh. Y aparecen cuatro bestias, identificadas con los cuatro imperios: babilonio, medo, persa y griego manejados, en su espectacular poderío, por la providencia de Dios.

2. Vio Daniel cuatro fieras que salían del océano: La primera, el león con alas de águila, que representan a los reyes del mundo animal, corresponden a la cabeza de oro de la estatua del capitulo segundo. Esta bestia, Darío, tiene "corazón de hombre", porque reconoció al Dios de Daniel, con lo cual dejó de ser una fiera que luchaba contra el reino de Dios: "El rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: Ordeno y mando: Que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. El es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. El salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. El salvó a Daniel de los leones". La segunda fiera, es un oso, que corresponde al pecho de plata de la estatua. Esta era el imperio medo. La tercera, el leopardo, que equivale a las piernas de bronce, es el imperio persa. Sus cuatro alas simbolizan la celeridad de sus conquistas en todas las direcciones y sus cuatro cabezas la representación de los cuatro reyes de Persia que conoce la Biblia: Ciro, Jerjes, Artajerjes y Darío el persa. La cuarta, horrible y espantosa, corresponde a los pies de hierro y arcilla de la estatua, y representa el imperio griego, en cuyo tiempo vivía Daniel. Sus diez cuernos eran diez reyes contemporáneos. El undécimo, que "blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la Ley", era Antíoco IV Epífanes. Todos estos reinos habían sido reflejos de la acción de Dios en la tierra e instrumentos punitivos de su Providencia.

3. Hasta aquí la historia. A partir de este momento viene la profecía escatológica. La visión continúa. Un anciano de blanca túnica y cabellera blanca, símbolo de la pureza y rectitud, se sienta en un trono de fuego justiciero y purificatorio a quien sirven miles y miles, al anciano de muchos años, sin principio ni fin. Comienza el juicio y el insolente undécimo cuerno es matado, descuartizado y echado al fuego. A los demás se les deja vivos durante un tiempo.

4. Cuando parece todo concluido, aparece la más sorprendente novedad, desenlace de toda esta visión apocalíptica. Entre las nubes del cielo aparece como un hombre a quien se le da "poder, honor y reino". Extraordinario contraste porque mientras todos los reinos de la tierra vinieron del océano, el reino de Dios viene de arriba, del mismo Dios. No es semejante a una fiera sino semejante a un ser humano. Es el rey mesiánico a quien se le da el "poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo". Daniel identifica a este Mesías, hijo de hombre, con el pueblo de los santos del Altísimo. Es un mesianismo colectivo, definitivo y eterno. Profetiza el triunfo del Cristo total en su tensión escatológica, del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. Así se lo aplicó a si mismo Jesús al identificarse con el Hijo del hombre, que vendría sobre las nubes del cielo y con cuantos creen en El. "¿Por qué me persigues?", le dirá a Pablo.

5 Este es el rey de quien "Una voz desde la nube decía en el Tabor: " Marcos 9, 1. ¿El hombre Jesús ha quedado afectado tras su lucha con Satanás y su opción por el camino de la cruz? A sus amigos ya les ha anunciado su pasión y muerte. La sombra amarga de la suprema humillación y aniquilamiento no pesa sólo sobre ellos, sino también sobre él; ¿acaso no es hombre de carne y sangre? Jesús necesita afirmarse y afirmar su identidad de Hijo de Dios, sobre todo en los más íntimos. Por eso: "Cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar". Mientras oraba se transfiguró y sus vestidos resplandecían de blancura. Su realidad, que permanecía oculta, se manifestó. Dios le llenó desde dentro. Entrar en oración es llegar a la fuente fresca de la transfiguración, allí donde la luz tiene su manantial. Todo cambia en la oración. El encuentro de Jesús con su Padre fue confortador y estimulante. Glorificador.

6. Dos personas conversan con él de su "éxodo". Son Moisés y Elías. Los dos guías máximos de la fe de Israel, que han precedido a Jesús y le han esperado, ahora, como compañeros suyos, conversan con él de su muerte: "Yo para esto he venido" (Jn 12,27). Es el tema de mayor importancia y el que más preocupa a Jesús y a sus discípulos. Desde este momento Jesús ve su muerte como un éxodo al Padre. La transfiguración es una victoria oculta. Es como una luz que ilumina la tiniebla de la pasión, como esperanza que desvela el sentido del camino de la muerte de Jesús y de los suyos. He ahí la pedagogía de la transfiguración y el punto culminante del evangelio. Viviremos siempre. Si con él morimos, viviremos con él (2 Tm 2,11). La muerte sólo es un episodio, un tramo del camino. Un túnel, después del cual está la luz. "Somos ciudadanos del cielo". La transfiguración de Jesús es la transfiguración del hombre.

7. Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida e inmarcesible. Como Israel salió de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo, irá de la muerte a la resurrección.

7. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice: "El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: . Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones" (2 Pd 1,18).

8. La Palabra del Padre nos invita a la obediencia a Jesús, cuya vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo" (2 Cor 3,18).

9. Dice el Vaticano II: "Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10) El mensaje de las lecturas da respuesta a estas preguntas, porque "cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo" (Ib), para que la humanidad pueda salvarse.

10. "Quería Pedro quedarse, ¡se estaba muy bien allí! Presiente y anhela la meta, el descanso y la plenitud consumada. No quiere pensar que hay que pasar por la muerte. Desciende, Pedro. Tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la palabra… Trabaja, suda, padece a fin de que poseas por el brillo y hermosura de las obras hechas con amor, lo que simbolizan los vestidos blancos del Señor. Desciende a trabajar en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado y crucificado en la tierra; porque también la Vida descendió para ser muerta, el Pan a tener hambre, el camino a cansarse de andar, la Fuente a tener sed (S. Agustín).

11. No olvidemos en el día de la celebración de la vida transfigurada, que estamos celebrando su vida resucitada, y que, aunque velado ahora por los accidentes del pan y del vino, vamos a ver al Jesús que se transfiguró y sus vestidos aparecieron blancos como la nieve, como los del anciano que describe Daniel: Sus cabellos como lana limpísima, su trono llamas de fuego. Jesús aparece con los caracteres de Dios Padre. Su acción ahora, aunque esté oculta a nuestros ojos, es la misma que la de entonces. "Cristo hoy y ayer, el mismo por los siglos" (Hb 13,8).

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