Sexualidad

Hablar de sexualidad es hablar de una característica importantísima del ser humano, que se relaciona directamente con su felicidad y realización aquí en la tierra y sobre todo y lo más importante, con su felicidad y realización eterna. Por eso, no es hablar de cualquier cosa.

La sexualidad esta directamente relacionada con la capacidad de amar del hombre, que es precisamente lo que le asemeja a Dios y he aquí el meollo del asunto.

Dios ha querido crear a las personas humanas, junto con otros tipos de seres personales –espirituales-, los Ángeles, para el amor. ¿Y como es eso?

Pues si, Dios lo ha creado todo con un fin que es la gloria y alabanza de Su Hijo Jesucristo. Todo cobra sentido en el amor a El. Las plantas y animales se realizan cumpliendo con la naturaleza que Dios ha impreso en su propio ser, no tienen que decidir nada, cumpliendo con el programa impreso en su ADN ellos se realizan y aunque los animales están por encima de las plantas, con tan solo cumplir su instinto marcado para la sobrevivencia de la especie dan Gloria a Dios.

Pero el hombre es diferente, si te das cuenta, el hombre desde su fisonomía, hasta su forma de manifestarse es diferente. El ser humano es un ser abierto es capaz de crear, de imaginar, de planear, de hacer cultura, de comprometerse, de decidir, de luchar por un ideal; todas esas capacidades son manifestaciones de su interioridad, de su alma espiritual, imagen del ser Divino, pero, la más importante es su capacidad de amar que es el motor que mueve al hombre.

El hombre siempre ama, es decir que siempre elige. Así, puede elegir –amar- cosas de poca monta como lo material, cosas que lo rebajan por debajo de su dignidad de Hijo de Dios, como el dinero, la moda, el físico o peor aún a sus vicios. Las personas tienen la capacidad de apropiarse de las cosas entregándose a ellas, así el borrachito ama y hace más suyo su vicio entre más se entregue a el. En contraste, el hombre persona hace suyos a los demás seres personales entregándose a ellos.  Esa es la razón de que se dice que Cristo nos ha hecho suyos porque ha entregado todo (su divinidad, su vida –hasta la última gota-) para hacernos suyos. Para aclarar diré que nosotros como personas estamos hechos, hemos sido creados por amor, en el amor y para el amor de Dios. Ese es nuestro sentido, nuestra medida de orden y medida de proporción. ¿Qué quiere decir esto?

Nada menos que la calidad y cantidad de nuestros amores es el parámetro para medir nuestra realización. Si realmente deseamos ser felices aquí y en el cielo hemos de amar y comunicarnos en primer lugar con Dios como fuente, sentido y fin de nuestra existencia. He aquí el sentido de la virginidad por el Reino de los Cielos, que es una entrega esponsal con la misma radicalidad de la entrega divina que es total, definitiva y entera. Por eso, se dice que esta vocación es una antesala de esa unión que habrá con Dios tras la resurrección de los cuerpos. Es como un adelanto del Cielo aquí en la tierra. En la escala de los amores es el más alto porque no hay nada, ni nadie más verdadero, más bello y más bueno que Él.

Pero además por ser imagen de Dios Trinitario, que es 3 personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que forman una comunidad de amor. El hombre también esta llamado a ser imagen de esa comunidad de amor en el matrimonio, de un hombre y una mujer. Esta es la forma más plena en que el hombre puede llegar a asemejarse a Dios en el amor. La razón se encuentra en que el matrimonio es la respuesta al llamado al amor pleno que Dios ha impreso en nuestra naturaleza. Y es aquí donde se inserta la razón de la sexualidad humana, tal y como es, dividida en femenino y masculino. Dios ha querido que el hombre llegue a ser su imagen en la unión matrimonial. Es decir, en la unión de un hombre y una mujer de forma comprometida libremente, para siempre y abierta a la vida. Precisamente como Él es.

Cuando se rechaza el Plan Divino se esta rechazando al amor  Divino que ha planeado esta forma de ser para que seamos dignos hijos suyos y compartamos con El la felicidad del amor total, pleno. Por eso, es muy grave, es pecado.

Sólo el ser humano que ama a imagen de Cristo, logra su perfección porque a través de su entrega total, incluso en el tiempo, es que se compromete con una forma de ser buena, que antes sólo era una posibilidad.

Dios quiere que elijamos amar libremente y el cuerpo es el medio de expresar y conservar ese amor. El cuerpo encuentra su sentido y valor en el amor con que ha sido creado por Dios, en primer lugar, pero además, por la encarnación de Jesucristo. Cuando El toma la naturaleza humana la diviniza. Además, permite que nos incorporemos a su cuerpo a través del bautismo, que nos hace hijos de Dios Padre y Templos del Espíritu Santo.  E instituye el matrimonio como signo del compromiso de amor esponsal que El tiene con su Iglesia, y por lo tanto, al matrimonio sacramento lo dota con los dones y gracias necesarios para poder cumplir con ese compromiso entre los esposos. ¡Imagínate si no somos importantes y a la vez indignos!

Todo esto que Dios ha hecho y ha querido para nosotros nos demanda una forma de ser bien específica. No puede ser de otra manera, porque si no, nos degradamos por debajo de los animales. Esta es la razón por la que la Iglesia defiende la dignidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, independientemente del estado material de ese ser, ya que encierra en sí al Espíritu Divino que le sostiene y dignifica.

El ser humano es una unidad sustancial de cuerpo-espíritu. Ambos forman una mezcla que una vez unidos es imposible separa (es como el café con leche). Las dos naturalezas se comunican y como se ha podido deducir de lo dicho anteriormente, la espiritual es la que ha de dominar la corporal, porque es la que nos define precisamente como personas. Cualquier intento de separarlos produce graves daños físicos, psíquicos y espirituales.

Pero, resulta que es muy difícil lograr esa unidad ¿Por qué? Pues resulta que nuestra naturaleza lleva impresa la marca del pecado original (aquel pecado de soberbia de querer ser como Dioses), que ha provocado una fractura entre esas dos naturalezas que originalmente estaban unidas ordenadamente y permitían la armonía interior y con la Creación.  Dios precisamente porque nos ama ha enviado a su Hijo Jesucristo ha salvarnos del pecado y ha darnos los medios para lograrlo –los sacramentos-.

Como existe esa fractura el hombre puede caer en la concupiscencia del cuerpo. Que tiene su raíz en un deseo desordenado de placer y del mirar con ojos de deseo al otro. Por eso, el relato Sagrado después de contarnos sobre la igual creación y dignidad del hombre y la mujer, a los que infundio su Espíritu y bendijo entregándoles la administración de la creación y la capacidad de engendrar más Hijos de Dios. Narra que tras el pecado, se ven desnudos y se cubren.

Este deseo de cubrirnos se llama pudor. El pudor protege nuestra intimidad, el lugar de encuentro personal: con nosotros mismos y con otras personas. Sobretodo, con Dios. Por eso, el pudor es bueno y hay que promoverlo en nuestros hijos. Es importante porque permite el encuentro personal y evita que la atracción se vaya a los estrictamente corporal (que aunque es muy bueno, no es lo más importante), y pase a la interioridad, a los personal –espiritual- y de este modo se logre el encuentro de personas y se evita que se vea el cuerpo como un objeto de placer.

El pudor es parte de la castidad que va en el mismo sentido y nos permite entablar relaciones dignas y apropiadas al plan de Dios, por eso, incluso es aplicable dentro del matrimonio. Es una virtud que ennoblece la sexualidad del ser humano, manteniéndole limpio del alma y cuerpo a fin de que las tendencias sexuales no desborden los límites del verdadero amor. Es pureza de cuerpo y alma en el amor.

La castidad se relaciona con todas las virtudes que se refieren a la ordenación y control de la tendencia al placer y por extensión, a cualquier tendencia de origen sensible. Por eso, la castidad se relaciona con la fuerza de voluntad en tanto capacita el control de cualquier movimiento emotivo o pasional; con la humildad en la medida que refrena cualquier movimiento que tienda a desbordar los límites de nuestro ser; con la paciencia que regula los movimientos de la ira y con la austeridad en tanto que ordena la tendencia desaforada hacia objetos y las manifestaciones exteriores de nuestra conducta. Así, a través de estas virtudes la castidad se relaciona con cualquier manifestación de la vida humana.

La castidad y el pudor encierran en sí todas las modalidades de la virtud. Porque por una parte exigen la reciedumbre del dominio de sí, del señorío de la voluntad, y por otra, la mayor delicadeza en las manifestaciones exteriores de sentimientos y afectos.

En resumen, todos somos hijos amadísimos de Dios. Un proyecto único e irrepetible. Somos un pensamiento amoroso de Dios, un latido de su corazón. Nos ha creado para que, con El, amemos a su Hijo Jesucristo. Amándolo, nos uniremos a Jesús, identificándonos con El, haciéndonos uno mismo. Y como la sexualidad toca lo más íntimo de cada persona –su corazón- puede ayudar o dificultar esa vocación fundamental de cada uno de nosotros para el amor. Por eso, vale tanto la pena el recto uso de la sexualidad. Porque, si nos incapacitamos para amar, perdemos la semejanza que tenemos con Dios, pues Dios es amor.

Por eso, es muy importante que nos comprometamos con la educación y formación de nuestros hijos para el amor, porque es la única forma de que lleguen a ser personas felices, realizadas y que cumplan con el designio de amor de Dios para ellos. Es un derecho y un deber que sólo pertenece a nosotros sus padres y al que no podemos renunciar.

Por Blanca Mijares

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