Realismo y fe, frente a la enfermedad

Entrevista a la doctora Blanca López-Ibor, Jefa de Oncología Pediátrica del hospital Montepríncipe de Madrid

Alfa y Omega
«Todo médico sabe cuándo comienza la vida y cuándo termina. Eso lo sabemos desde el momento que pisamos la Universidad, donde nos enseñan a curar enfermos y a luchar por la vida»

 La doctora Blanca López-Ibor, Jefa de Oncología Pediátrica del hospital Montepríncipe de Madrid, habla por su fe, pero también por su propia esperanza. «Los niños siempre me dan una lección de vida, de esperanza, de fortaleza ante el miedo, de trascendencia», cuenta en esta entrevista a Anabel Llamas, para el semanario ‘Esta hora’, del Arzobispado de Oviedo

La mayoría de sus pequeños pacientes se curan, pero no todos. Sin embargo, la doctora entiende que su trabajo no termina ahí, y cada quince días mantiene reuniones con padres de niños en el Cielo. «El tiempo no cura nada: el amor por un hijo está fuera del tiempo y del espacio», dice.

¿Cómo ser creyente y médico, cuando la ciencia parece ir desvelando poco a poco las respuestas a todas las incógnitas que el hombre desconocía?

Yo vengo del ateísmo militante, es decir: ya he estado allí y sé cómo se siente uno. Lo que nos pasa a los médicos es que no necesitamos a Dios en nuestras vidas, pensamos que la ciencia lo va a explicar todo, pero al final, es una realidad que a medida que avanza el conocimiento científico, cosas que antes no tenían explicación hoy las tienen. Sin embargo, este planteamiento es muy simple. Llega un momento en que te das cuenta que el ser humano no son solamente células. Aparte de ser bioquímica pura, hay una mente y un espíritu. Para llegar a esta conclusión, el médico se tiene que sentar y pensar. Y vemos entonces que no somos Dios, que el ser humano nace y muere, hagamos lo que hagamos.

Sin embargo, hoy más que nunca debatimos sobre el aborto y la eutanasia como supuestos derechos. Los médicos tienen mucho que decir al respecto…

Pienso que cada ser humano y cada médico se va a dormir con las decisiones que toma cada día. Todo médico sabe cuándo comienza la vida y cuándo termina. Eso lo sabemos desde el momento que pisamos la Universidad, donde nos enseñan a curar enfermos y a luchar por la vida.

Cuando nos arrogamos el poder de decidir quién vive y quién no, dejamos de ser médicos y nos convertimos en otra cosa. Hay que darse cuenta de dónde estamos, qué es lo que somos, por qué uno decidió ser médico y con quién está lidiando −un ser humano que sufre, que está enfermo−, y qué pinta él en eso, si eres un mero técnico, o si también tienes que ayudar a recorrer un camino doloroso.

Todos opinan sobre la vida: abogados, políticos, asociaciones, pero al final, la realidad es que es el médico el que está delante de cada enfermo. Por eso insisto tanto en que todos tenemos diez minutos para pensar en dónde estoy, en si me estoy dejando llevar por una corriente que no es la mía. No todas las preguntas tienen respuesta, y más este tipo de preguntas. Pero se trata de buscar lo que te da paz. Si te da paz, es lo correcto. Si no te la da, no lo es. El médico que acabe con la vida de un feto no sentirá paz, y lo digo por la profunda experiencia de haber pasado por ahí.

¿Cómo luchar contra el sentimiento de sentirse abandonado por Dios en medio del dolor y la enfermedad?

Esto es justo de lo que voy a hablar en la conferencia. No estamos solos. Jesús nos dijo «yo me quedaré con vosotros hasta el fin del mundo». Y efectivamente se queda dentro del Sagrario, de las personas, lo puedes encontrar en la mirada de una persona, en un momento concreto. Pero además, el dolor y el sufrimiento es un misterio: y ante eso, o te repliegas y te quedas quieto, o te pones en camino tratando de buscarle un sentido. Me parece que Dios es mucho más de echar a caminar y buscar respuestas. En ese sentido, yo quiero seguir un camino, y en ese camino convertirme en un bastón de la gente que sufre.

¿Cómo acompañar y ayudar a un hijo enfermo?

Yo siempre les digo a los padres que, cuando pongan un pie en el suelo por la mañana, se pregunten qué están haciendo aquí. Y la respuesta debe ser acompañar a un hijo que, en el camino de su vida, tiene que recorrer un tramo difícil. No quiero padres que se miren el ombligo que digan ¡qué horror!, sino padres en marcha ayudando a sus hijos, para que sean adultos sanos, social, y espiritualmente también.

Vive a diario rodeada de enfermedad. ¿Cómo mantiene la paz interior y la alegría?

El 80% o más de los niños con cáncer en España se curan. Es importante integrar la enfermedad en la vida normal de un niño, para ayudarles a ser adultos equilibrados. Por otro lado, respecto a los niños que se van al cielo: si no puedo curarles a ellos, intento curar a los padres. Cada 15 días me reúno con un grupo de padres: el ser humano sabe encontrar dentro de sí mismo la respuesta a que la muerte no es una ausencia, sino un cambio de presencia. El tiempo no cura nada: el amor por un hijo está fuera del tiempo y del espacio. Esto no lo digo yo, es lo que ellos me han enseñado. Yo sólo soy un instrumento, y como tal, trato de ser lo más afinado posible, poner todo mi esfuerzo intelectual al 100%, y con el mayor cariño. Y después entender que la vida y la muerte no está en mis manos.

¿Influye la actitud del enfermo ante la enfermedad?

Hay toda una filosofía ante el cáncer sobre esto, que es un poco el logo de Obama, muy americano: si quieres, puedes. Se transmite eso a los enfermos, pero cuánta gente quiso curarse y no se curó. No es tanto el pensamiento positivo sino el realismo. No puedo modificar eso pero sí mi actitud frente a eso. Por supuesto soy un médico que quiero saber, y que el día que me muera mi primera pregunta será ésa: por qué un menor enferma. Pero la esperanza va más allá de la muerte. Estamos en manos de quien nos creó y nos quiere con locura, y eso nos lo demostró. Además, los niños siempre me dan una lección de vida, de esperanza, de fortaleza ante el miedo, de trascendencia.

Por Blanca López-Ibor
www.almudi.org

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