La tristeza

ÍNDICE
I. LA TRISTEZA EN GENERAL
II. LOS GRANDES DAÑOS QUE SE SIGUEN DE LA TRISTEZA
III. RAÍCES Y REMEDIOS DE LA TRISTEZA
IV. EL SERVIR A DIOS CON ALEGRÍA
V. LA TRISTEZA SANTA

   La tristeza (y su opuesto, la alegría) es un tema que tiene mucha importancia en la vida psicológica y espiritual. Desde ya digamos que hay una tristeza buena y otra mala. Hablaré primero –y más largamente– de esta última; terminaré, finalmente, refiriéndome a la primera. La tristeza es uno de los grandes males de nuestro tiempo que incluso alcanza el matiz patológico de «complejo de falta de sentido existencial», como lo llamó Viktor Frankl, manifestándose como frustración existencial, depresión existencial o pesimismo radical. En muchos casos, sin embargo, estos problemas –que terminan siendo problemas de resolución psiquiátrica– comienzan con un mal enfrentado problema espiritual, o al menos afectivo con repercusiones espirituales. No pretendo aquí otra cosa que repetir algunas de las grandes páginas –dándoles un orden ligeramente diverso– de aquel maestro del siglo XVI que fue el jesuita Alonso Rodríguez, cuya exposición sobre la tristeza completaré con algunas apreciaciones de Santo Tomás y del «Apóstol de Andalucía», San Juan de Ávila1 .

I. LA TRISTEZA EN GENERAL

        Son muchos los nombres que la lengua latina refiere a esta realidad2 :

       –Dolor (dolor): viene de dolendo, partir o cortar en dos; parece tener parentesco con el verbo dolare que es quitar la piel de los árboles y plantas.

       –Moestitia, moestitudo: viene de moerendo, moerer (dolerse en silencio), que parece ser análogo aamaritudo, amargura.

       –Tristitia (tristeza) viene de tétrico, estar rodeado de oscuridad y negrura.

    –Poena (pena) significa la fatiga o aflicción que es efecto de un castigo, y, aunque principalmente se aplica a la aflicción corpórea, puede también aplicarse a la espiritual.

   –fletus, flere (derramar lágrimas), ploratus, plorare (llorar con la voz), luctus, lugere (dolerse vistiéndose de luto), lamentatio, lamentare (lamentarse), gemitus (gemido), ululatio (ulular, gritar): se refieren a las manifestaciones exteriores del dolor y la tristeza cuando son intensos.

       La tristeza es una reacción del apetito que sigue a la percepción de un mal interior que incomoda. En términos generales la tristeza se puede dividir en sensitiva (la que tiene por objeto un mal interno sensible captado por los sentidos) y racional (que tiene por objeto un mal sensible pero captado por la razón o bien un mal espiritual), y ésta en natural (cuando se trata de un mal puramente de orden natural) y sobrenatural (cuando se refiere al mal espiritual que es el pecado, la condenación, la pérdida de Dios, etc.). También puede dividirse –accidentalmente– según las diversas materias u objetos exteriores; en este último sentido Santo Tomás siguiendo a San Gregorio Niseno y San Juan Damasceno la divide en cuatro especies: la compasión, que es la tristeza del mal ajeno estimada como mal propio; la envidia, que es la tristeza del bien ajeno estimada como mal propio; la angustia o ansiedad, que es la tristeza que nos oprime de tal modo el ánimo que llega a impedirnos la huida (angustia proviene precisamente de angosto) y no nos deja vislumbrar consuelo alguno; finalmente, la acedia, o abatimiento que es la tristeza u opresión que por su magnitud nos inmoviliza para obrar.

       La tristeza –como el dolor sensible– consiste propiamente en la percepción de la unión del sujeto con algún mal. Notemos que deben darse las dos cosas: la unión con un mal y la percepción de esta unión. Desde ya puede intuirse que las tristezas (especialmente racionales naturales y sobrenaturales) estarán en relación con lo que cada uno considere un mal para él y variarán de sujeto a sujeto, de edad a edad, de psicología a psicología. Siendo la causa de la tristeza la percepción de un mal que se nos une, se comprende que podamos entristecernos no sólo con males actualmente presentes, sino también con males pasados (actualizados por la memoria) e incluso con males futuros (hechos presentes por la imaginación o fantasía).

       Si tratáramos de describir fisiológicamente la pasión de la tristeza deberíamos representarla como un movimiento de «estrechamiento», «encogimiento» o «aplastamiento». Es como si se nos cargase un gran peso sobre el alma. Los mismos nombres que algunas de sus especies reciben (y que se usan como sinónimos de la tristeza) lo insinúan: angustia, que viene de angostarse; abatimiento; la misma palabra «tristeza» que viene de tinieblas. La tristeza produce una parálisis y un ahorcamiento del alma y del mismo cuerpo. De ahí sus signos externos: lentitud de movimientos, hombros caídos, sensación de un gran peso, mirada perdida, lágrimas, etc. San Juan de Ávila la llama con justeza «caimiento de corazón»3 .

II. LOS GRANDES DAÑOS QUE SE SIGUEN DE LA TRISTEZA4

       Aleja de ti la tristeza, pues a muchos mata la tristeza y no hay utilidad en ella (Eclo 30,24-25). Estamos hablando de la mala tristeza. Grandes daños se siguen de ella, que por eso anota San Ignacio en sus Reglas de Discernimiento de Espíritus para la primera semana que «es propio del mal espíritu morder, tristar y poner impedimento» en quien va intensamente purgando sus pecados5 . He aquí, siguiendo la exposición de Alonso Rodríguez, algunos de esos males.

       1. Daño físico

       El primer efecto nocivo que señalo, lo indica Santo Tomás, y es el daño al mismo cuerpo. Es más, el Santo llega a decir: «la tristeza es, entre todas las pasiones del alma, la que daña más al cuerpo, pues se opone a la vida del hombre en cuanto a la esencia de su movimiento… La vida humana consiste en cierto movimiento que del corazón se difunde a los demás miembros; movimiento que conviene a la naturaleza humana según determinada medida. Si, pues, este movimiento se extralimita de la medida conveniente, será contrario a la vida humana en cuanto a la medida, pero no en cuanto a la esencia de ese movimiento [es decir, al menos es movimiento, lo cual ya es algo]. Pero si impide el proceso del movimiento, le será opuesto según su misma especie… Las pasiones que implican un movimiento del apetito con huida o retraimiento, se oponen a la misma moción vital… y por tanto son dañosas de modo absoluto, como el temor y la desesperación, y más que todas, la tristeza, que agrava el ánimo con el mal presente, cuya impresión es más fuerte que la del mal futuro»6 .

       2. El primero de los males espirituales es el hastío por la oración

       «Si le dais entrada, y se comienza a enseñorear de vos, luego os quitará el gusto de la oración, y hará que os parezca larga la hora, y que no la cumpláis enteramente: y aún algunas veces hará que os quedéis del todo sin oración y que dejéis la lección espiritual. Y en todos los ejercicios espirituales os pondrá un tedio y un hastío que no podáis arrostrar a ellos. Adormecióse de tedio mi alma (Sal 118,28)… Con la tristeza y acidia espiritual cobra el ánima tanto tedio y hastío a todos los ejercicios espirituales y a todas la obras de virtud, que está como dormida, inhábil, y torpe para todo lo bueno. Y algunas veces es tan grande el fastidio que tiene uno con las cosas espirituales, que le vienen a enfadar y dar en rostro los que tratan de virtud y de perfección; y algunas veces les procura retraer y estorbar de sus buenos ejercicios».

       3. Aspereza y desabrimiento

       «Tiene también otra cosa la tristeza, dice Casiano, que hace al hombre desabrido y áspero con sus hermanos. San Gregorio dice: La tristeza mueve a ira y enojo (Tristis ex propinquo habet iram7 ); y así experimentamos que cuando estamos tristes, fácilmente nos airamos y nos enfadamos luego de cualquiera cosa; y más, hace al hombre impaciente en las cosas que trata, hácele sospechoso y malicioso».

       4. Amarga hasta hacer perder el juicio

       Dice el Eclesiástico: Non est sensus, ubi est amaritudo: Donde hay amargura no hay sentido (Eclo 31,15). «Y así vemos muchas veces que cuando reina en uno la tristeza y melancolía, tiene unas aprehensiones tan sin fundamento que los que están en su seso se suelen reír y hacer conversación de ellas como de locuras. Y a otros habemos visto hombres gravísimos de grandes letras y talentos, tan presos de esta pasión, que era gran compasión verlos unas veces llorar como criaturas, y otros dar unos suspiros que no parecía sino que bramaban, y así cuando están en su seso, y sienten venir esta locura, que bien se puede llamar así, se encierran en su aposento para, allí a solas llorar y suspirar consigo, y no perder la autoridad y opinión de los que les vieren hacer tales cosas».

       5. Inutiliza al hombre

       «Si queréis saber de raíz los efectos, y daños que causa la tristeza en el corazón, dice Casiano, el Espíritu Santo nos los declara brevemente por el Sabio: lo que hace la polilla en la vestidura, y el gusano y carcoma en el madero, eso hace la tristeza en el corazón del hombre (Prov 25,20: Sicut tinea vestimento et vermis ligno, ita tristitia viri nocet cordi). La vestidura comida de polilla no vale nada, ni puede servir para nada; y el madero lleno de carcoma no es de provecho para el edificio, ni se puede cargar sobre él peso alguno, porque luego se hace pedazos; así el hombre lleno de melancolía, triste y desgraciado, se hace inútil para todo lo bueno».

       6. Hace caer en todo género de pecados

       «Y no para aquí el mal, sino lo que peor es, la tristeza en el corazón es causa y raíz de muchas tentaciones y de muchas caídas: Multos enim occidit tristitia: a muchos mata la tristeza (Eclo 30,23). A muchos ha hecho la tristeza caer en pecados. Y así llaman algunos a la tristeza nido de ladrones y cueva de los demonios, con mucha razón. Y traen para esto aquello que dice el santo Job del demonio: Duerme a la sombra (Job 40,16). En esa sombra y oscuridad, en esas tinieblas y tinieblas de esa confusión que tenéis cuando estáis triste, ahí duerme y se esconde el demonio, ése es su nido y madriguera, y ahí hace él sus mangas, como dicen; ésa es la disposición que él está aguardando para acometer con todas cuantas tentaciones quiere. Así como las serpientes y bestias fieras están aguardando la oscuridad de la noche para salir de sus cuevas, así el demonio, serpiente antigua, está esperando esa noche y oscuridad de la tristeza, y entonces acomete con todo género de tentaciones: Tiene preparadas sus saetas dentro de la aljaba, para asaetear a escondidas a los que son de recto corazón (Sal 10,3)».

       7. … Especialmente de desesperación

       «Decía el bienaventurado San Francisco que se alegra mucho al demonio cuando el corazón de uno está triste; porque fácilmente le ahoga en la tristeza y desesperación… Nótese mucho esta doctrina, porque es de mucha importancia. Al que anda triste y melancólico, unas veces le hace el demonio venir en gran desconfianza y desesperación, como hizo con Caín y con Judas».

       8. …O de placeres mundanos…

       «… O le convierte a los placeres mundanos…. Otras veces, cuando por ahí le parece que no tiene buen juego, le acomete con deleites mundanos; otras con deleites carnales y sensuales, so color que con aquello saldrá de la pena y tristeza que tiene… Otras veces le suele traer el demonio pensamientos carnales y deshonestos que dan gusto a la sensualidad, y procura que se detenga en ellos, so color de que, con eso desechará la tristeza y se aliviará su corazón. Ésta es una cosa mucho de temer en los que andan tristes y melancólicos, porque suelen ser muy ordinarias en ellos estas tentaciones. Y lo advierte muy bien San Gregorio. Dice que como todo hombre naturalmente desea alguna delectación y contento, cuando no lo halla en Dios ni en las cosas espirituales, luego el demonio, que sabe bien nuestra inclinación, le representa y pone delante cosas sensuales y deshonestas, y le ofrece gusto y contento en ellas, con que le parece que se le mitiga y alivia la tristeza y melancolía presente. Entended, dice el Santo, que si no tenéis contento y gusto en Dios y en las cosas espirituales, le habéis de ir a buscar en las cosas viles y sensuales, porque no puede vivir el hombre sin algún contento y entretenimiento (sine delectatione anima numquam potest esse, nam aut infirmis delectatur, aut summis)»8 .

       San Juan de la Cruz, hablando de las tentaciones de lujuria dice: «Y esto en los que son tocados de melancolía acaece con tanta eficacia y frecuencia, que es de haberles lástima grande, porque padecen vida triste…»9 .

       9. Hace dudar de la vocación

       «Y de aquí es, que cuando está uno triste, le suelen venir unas veces tentaciones de la vocación; porque le representa el demonio que allá en el mundo viviera alegre y contento: a algunos ha sacado de la vida religiosa la tristeza y melancolía».

       10. Todos los males y la misma condenación

       «Finalmente, son tantos los males y daños que se siguen de la tristeza, que dice el Sabio: Todos los males vienen con la tristeza (Eclo 25,17). Y en otro lugar: La muerte viene con ella (Eclo 38,19), y aun la muerte eterna, que es el infierno. Así declara San Agustín aquello que dijo Jacob a sus hijos: Haréis que de pesadumbre dé con mis canas en el infierno (Gn 42,38). Dice que temió Jacob no hiciese tanta impresión y causase en él tanto daño la tristeza de carecer de su hijo Benjamín, que le pusiese en contingencia su salvación, y diese con él en el infierno de los condenados10 . Y por eso, dice, nos avisa el Apóstol San Pablo que nos guardemos de ella, porque quizá con la demasiada tristeza nos acontezca que demos al través (2 Cor2,7)».

       Por todo esto San Juan de Ávila, consolando a una noble mujer abatida por la tristeza en que la había sumido la muerte de su hermana, le recuerda que también se peca por el exceso de tristeza; quiero extractar algunos pasos de esta maravillosa carta: «Suplico a vuestra señoría –dice el Santo– mire con muy despiertos ojos que, como no tenemos licencia para los demasiados placeres, tampoco la hay para la demasiada tristeza, pues en lo uno y en lo otro debemos ser sujetos a la santa ley de Dios. Que no menos cumplimos nuestra voluntad en llorar y penar hasta hartar, que en vanamente reír y regocijarnos. No menor impedimento es para servicio de Dios la tristeza, que consume y derriba el vigor del corazón, que la vana alegría, que se hace absoluta y sin peso… Pues estando sumidos en el abismo de la tristeza y enflaquecidas todas las fuerzas, no se pueden tener en pie para lo que cumple a los prójimos y a lo que cumple al Señor… No sea vuestra señoría engañada como muchos, a quien finalmente se les persuade que deben huir de la demasía del gozo, porque no ofendan al Señor, y no hay quien los pueda sacar del pozo de la tristeza, pareciéndoles no correr peligro ni hacer mal con estar en ella…

       …Por lo cual, ilustrísima señora, abra su corazón a la palabra de Dios, y entienda que no por ser atribulado uno es amigo de Dios, sino por pelear contra la tribulación y llevarla a lo menos con paciencia, si no pudiere con alegría. Levante el corazón caído y esfuerce las manos enflaquecidas, y luche con el gigante, que es el dolor, para que quede probada en la tentación y gloriosa con la victoria, y pueda decir al Señor: Probaste mi corazón y visitástelo en la noche; con fuego me examinaste, y no fue hallada maldad en mí.

       …Despierte, señora, y abra sus ojos y mire a la más Santa de las santas y más atribulada que todas las santas y no santas, cómo, estando su Hijo colgado en un palo y crucificado con duros clavos, ella estaba al pie de la cruz. Lo cual quiso el Espíritu Santo que supiésemos nosotros, porque en la manera de estar el cuerpo de fuera viésemos cuán en pie está, en trance tan recio, su corazón en lo de dentro»11 .

       No se trata pues, de la necesidad de andar simplemente mejor, sino de una cuestión de salvación eterna; dice Alonso Rodríguez: «Por ser tan grandes los daños y peligros que se siguen de la tristeza, nos previene y avisa tanto la Sagrada Escritura y los Santos que nos guardemos de ella. No es por vuestro consuelo, ni por vuestro gusto; que si no hubiera más que eso, poco importaba que estuviésedes triste o alegre. Y por eso también la desea y procura tanto el demonio, porque sabe que es causa y raíz de muchos males y pecados».

III. RAÍCES Y REMEDIOS DE LA TRISTEZA12

       Quiero señalar ahora las principales causas o raíces de la tristeza y, consecuentemente, sus remedios.

       1. El temperamento melancólico

       «Algunas veces nace de enfermedad natural de humor melancólico que predomina en el cuerpo, y entonces el remedio más pertenece a los médicos que a los teólogos», dice, con buen tino, Alonso Rodríguez. Antes que él Santo Tomás había escrito, hablando de este estado puramente natural, que se mitiga con remedios naturales, y concretamente con «el sueño y los baños»: «Dice San Agustín: ‘había oído que el baño es llamado así porque arroja del alma la tristeza’. Y más adelante: ‘Dormí, y al despertar, observé que en gran parte se había mitigado mi dolor’. Y cita [Agustín] lo que en el himno de San Ambrosio se dice: ‘El descanso a los miembros cansados prepara para el trabajo, repara las mentes cansadas y libera los pechos oprimidos por la pena’»13 . Y explica psicológicamente el efecto diciendo: «la tristeza se opone específicamente al movimiento vital del cuerpo. Por eso aquellas cosas que restablecen la naturaleza corporal a su debido estado de movimiento vital son contrarias a la tristeza y la mitigan»14 .

       Bien dice Alonso Rodríguez que en lo que respecta a la base fisiológica toca a los médicos buscar el remedio y no a los teólogos. Sin embargo añade que algo hay que toca al director espiritual, al confesor o al consejero, y es el cuidar la actitud espiritual de tales personas: pues el temperamento melancólico «se engendra y aumenta», dice, con los pensamientos melancólicos. Se trata, pues, de no echar más leña al fuego. Y es interesante la actitud que exige por parte de la misma persona interesada: debe reaccionar ante estas tentaciones de tristeza igual que si se tratase de tentaciones contra la castidad o contra la fe: «Pero se ha de advertir que ese humor melancólico se engendra y aumenta con los pensamientos melancólicos que uno tiene. Y así dice Casiano que no menor cuidado habemos de poner en que no entren ni nos lleven tras sí estos pensamientos tristes y melancólicos, que en los pensamientos que nos vienen contra la castidad o contra la fe, por los daños grandes que dijimos nos pueden de eso venir».

       2. Las pasiones no mortificadas

       «Otras veces, sin haber precedido causa alguna particular que provoque a ello, de repente se suele hallar uno tan triste y melancólico, que no gusta de nada, ni aún de los amigos y conversaciones que antes solía gustar; sino todo le enfada y le da en rostro, y no querría tratar ni conversar con nadie: y si trata y habla, no es con aquella suavidad y afabilidad que solía, sino con sacudimiento y desgracia. De donde podemos colegir, dice Casiano, que nuestras impaciencias y palabras ásperas y desabridas no nacen siempre de ocasión que nos den nuestros hermanos para ello, sino de acá dentro; en nosotros está la causa: el no tener mortificadas nuestras pasiones es la raíz de donde nace todo eso. Y así, no es el remedio para tener paz, el huir el trato y conversación de los hombres, ni nos manda Dios eso, sino el tener paciencia y mortificar muy bien nuestras pasiones; porque si éstas no mortificamos, dondequiera que vamos y a dondequiera que huyamos, llevamos con nosotros la causa de las tentaciones y turbaciones.

       Bien sabido es aquel ejemplo que cuenta Surio, de un monje, el cual por razón de su cólera e ira poco mortificada, era pesado a sí y a los otros; determinóse de salir del monasterio del santo abad Eutimio, en el cual vivía, pareciéndole que, estando quitado de tratar con otros y viviendo solo, cesaría la ira, pues no tendría ocasiones con que airarse. Hácelo así, y encerrándose en una celda, llevó consigo un cántaro de agua, y por arte del demonio se le derramó; levantóle y volvióle a llenar de agua, y segunda vez se derramó cayendo en el suelo; volvió tercera vez a llenarle y ponerle bien, y tercera vez se le derramó; entonces, con más cólera que solía, toma el cántaro y da con él en el suelo haciéndole pedazos. Acabando de hacer esto, cayó en la cuenta y echó de ver que no era la compañía de los monjes y la comunicación con ellos la causa de su caída en impaciencias e iras, sino su poca mortificación, y al fin volvió a su monasterio. De manera, que en vos está la causa de vuestra inquietud e impaciencia y no en vuestros hermanos: mortificad vos vuestras pasiones, y de esa manera, dice Casiano, aun con las bestias fieras tendréis paz, conforme a aquello de Job: Las bestias fieras serán mansas para ti (5,23); cuanto más con vuestros hermanos».

       3. Los apegos y anhelos mundanos

       San Buenaventura, San Gregorio y San Agustín y otros Santos «dicen que la tristeza del mundo nace de estar uno aficionado a las cosas mundanas; porque claro está que se ha de entristecer el que se viere privado de lo que ama. Pero el que estuviera desasido y desaficionado de todas las cosas del mundo, y pusiere todo su deseo y contento en Dios, estará libre de la tristeza del mundo. Dice muy bien el Padre Maestro Ávila: no hay duda sino que el penar viene del desear, y así a más desear, más penar; a menos desear, menos penar; a ningún desear, descansar. De manera, que nuestros deseos son nuestros sayones; ésos son los verdugos que nos atormentan y dan garrote».

       También San Juan de la Cruz dice que «el apetito de criatura hace al alma pesada y triste para seguir la virtud»15 .

       «Descendiendo en esto más en particular y aplicándolo a nosotros –retomamos a Alonso Rodríguez– digo que muchas veces la causa de la tristeza del religioso es no estar indiferente para todo aquello en que le puede poner la obediencia; eso es lo que le suele traer muchas veces triste y melancólico, y lo que le hace que ande con pena y con sobresalto: si me quitarán esto, en que me hallo bien; si me mandarán aquello, a que tengo repugnancia. Así lo dice San Gregorio: Porque desea uno tener lo que no tiene, o teme perder lo que tiene, por eso anda con pena y con sobresalto. Pero el religioso que está indiferente para cualquier cosa que le ordenare la obediencia, y tiene puesto todo su contento en hacer la voluntad de Dios, siempre anda contento y alegre, y nadie le podrá quitar su contento; bien podrá el superior quitarle de este oficio y de este colegio; pero no podrá quitarle el contento que en eso tiene; porque no le ha él puesto en estar aquí o allí, ni en hacer este oficio o aquel, sino en hacer la voluntad de Dios. Y así consigo lleva siempre su contento, dondequiera que fuere y en cualquiera cosa que le ocuparen. Pues si queréis andar siempre alegre y contento, poned vuestro contento en hacer la voluntad de Dios en todas las cosas, y no le pongáis en esto o aquello, ni en hacer vuestra voluntad, porque ése no es medio para tener contento, sino para tener mil descontentos y sinsabores».

       «¡Contento, Señor, contento!», repetía siempre como muletilla el Beato Alberto Hurtado.

       4. El espíritu de orgullo

       «Declarando esto más, lo que suele ser muy comúnmente causa y raíz de nuestras melancolías y tristezas, es, no el humor de melancolía, sino el humor de soberbia que reina mucho en nuestro corazón; y mientras ese humor reinare en vuestro corazón, tened por cierto que nunca os faltarán tristezas y melancolías, porque nunca faltarán ocasiones; y así, siempre viviréis con pena y con tormento. Y a esto podemos reducir lo que acabamos de decir, de no estar uno indiferente para cualquier cosa que la obediencia le quisiere mandar; porque muchas veces no es el trabajo, ni la dificultad del oficio, lo que se nos pone delante, que mayor trabajo y mayores dificultades suele haber en los oficios y puestos altos que nosotros apetecernos y deseamos; sino la soberbia y el deseo de honra. Eso es lo que nos hace fácil lo trabajoso, y pesado lo que es más fácil y ligero, y lo que nos trae tristes y melancólicos en ello: y aun sólo el pensamiento y temor si nos han de mandar aquello, basta para eso.

       El remedio para esta tristeza bien se ve que será ser uno humilde y contentarse con el lugar bajo. Ese tal estará libre de todas estas tristezas y desasosiegos y gozará de mucha paz y descanso. Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,29). De esta manera declara San Agustín estas palabras: dice que si imitamos a Cristo en la humildad, no sentiremos trabajo ni dificultad en el ejercicio de las virtudes, sino mucha facilidad y suavidad16 . Porque lo que hace eso dificultoso, es el amor propio, la voluntad y juicio propio, el deseo de la honra y estimación y del deleite y comodidad; y todos estos impedimentos quita y allana la humildad, porque ella hace que el hombre se tenga en poco a sí mismo, y niegue su voluntad y juicio, y desprecie las honras y estimación, y todos los bienes y contentos temporales; y quitado esto, no se siente trabajo, ni dificultad en el ejercicio de las virtudes, sino grande paz y descanso».

       5. El no hacer lo que tenemos que hacer

       Una de las causas más corrientes de la tristeza es el no andar como debemos en el servicio de Dios; por el contrario, es causa de gran alegría la buena conciencia.

       «Una de las causas y raíces principales de las tristezas y melancolías suele ser el no andar uno a las derechas con Dios, el no hacer lo que debe conforme a su estado y profesión. Por experiencia vemos, y cada uno lo experimenta en sí, que cuando anda con fervor y cuidado en su aprovechamiento, anda tan alegre y contento que no cabe de placer; y por el contrario, cuando no hace lo que debe anda triste y desconsolado. Cor nequam gravabitur in doloribus, dice el Sabio: El corazón perverso se cargará de dolores y ocasionará tristezas (cfr. Eclo 3,29). Es propiedad y condición natural del mal y del pecado causar tristeza y dolor en el alma. Esta propiedad del pecado intimó Dios a Caín en pecando, porque luego que tuvo envidia de su hermano Abel, dice la Sagrada Escritura: Se irritó Caín sobremanera y decayó su semblante (Gn 4,5): Traía consigo una ira y una rabia interior que le hacía andar muy triste y cabizcaído, echábasele bien de ver en el rostro la amargura y tristeza interior de su alma. Y pregúntale Dios: ¿Qué es la causa que andas de esa manera turbado, triste y cabizcaído (Gn 4,6)? Y como no respondiese Caín, responde el mismo Dios, que es aquélla la condición del pecado, diciendo: ¿por ventura no es cierto que si hicieres bien, recibirás contento y alegría (Gn 4,7)? Y así dice otra letra: Si bien hicieres, levantarás el rostro, que es andar alegre. Pero si mal hicieres, luego a la puerta está tu pecado dando golpes para entrar a atormentarte (Gn 4,7)… Así como la virtud, porque es conforme a razón, naturalmente causa grande alegría en el corazón, así el vicio y el pecado naturalmente causa grande tristeza; porque pelea uno contra sí mismo y contra el dictamen natural de su razón; y luego el gusano de la conciencia le está dando latidos allá dentro, remordiendo y royendo las entrañas.

       Dice San Bernardo: Ninguna pena hay mayor ni más grave, que la mala conciencia; porque aunque los otros no vean vuestras faltas, ni las sepan, basta que vos las sabéis; ése es el testigo que os está siempre acusando y atormentando, no os podéis esconder ni huir de vos mismo; por más que hagáis y por más entretenimientos y recreaciones que busquéis, no os podréis librar del remordimiento y latidos de la conciencia. Y así decía el otro filósofo (Séneca) que la mayor pena que se puede dar a una culpa es haberla cometido, por el tormento grande con que la propia conciencia está atormentando al que hace el mal… Y particularmente tiene esto más lugar en el que comenzó ya a gustar de Dios y en algún tiempo andaba bien, con fervor y diligencia, y después viene a desdecir y a proceder con tibieza; porque venir uno a empobrecer después de haber sido rico, es vida más trabajosa y triste que la de los que nunca supieron qué cosa eran riquezas. Cuando uno se acuerda que en otro tiempo andaba con devoción y con cuidado de servir a Dios, y que le hacía el Señor merced, y ahora se ve tan diferente de entonces, no puede dejar de causarle aquello gran sentimiento y darle gran golpe en el corazón».

       El remedio, en este sentido, es muy claro y sencillo: «Pues si queréis desterrar de vos la tristeza y vivir siempre alegre y contento, el remedio es vivir bien y hacer lo que debéis conforme a vuestro estado. ¿Queréis nunca estar triste? dice San Bernardo: vivir bien (Vis numquam esse tristis? Bene vive). Entrad en cuenta con vos y quitad las faltas que causan esa tristeza, y de esa manera cesará ella y vendrá la alegría. La buena vida siempre anda acompañada de gozo y alegría; como la mala, de pena y tormento (San Bernardo:Bona vita semper gaudium habet; conscientia rei semper in poena est). Así como no hay mayor pena y tormento que el remordimiento y latidos de la mala conciencia, así no hay mayor contento y alegría en esta vida que el testimonio de la buena conciencia. Non est oblectamentum super cordis gaudium, dice el Sabio: No hay alegría en la tierra que se pueda comparar (cfr. Eclo 30,16)… El Apóstol San Pablo dice que la buena conciencia es un paraíso y una gloria y bienaventuranza en la tierra: Gloria nostra haec est; testimonium conscientiae nostrae (2 Cor 1,12). San Crisóstomo dice que la buena conciencia, causada de la buena vida, quita y deshace todas las tinieblas y amarguras del corazón, como el sol cuando sale, quita y deshace todos los nublados; de tal manera, que toda abundancia de tristeza cayendo en una buena conciencia, así se apaga como una centella de fuego cayendo en un lago profundo de agua…

       …De aquí se sigue una cosa de mucho consuelo y es, que si la buena conciencia y el andar bien con Dios es causa de andar alegre, también esta alegría espiritual será señal e indicio muy grande de que uno tiene buena conciencia y anda bien con Dios y está en gracia y amistad suya; porque por el efecto se conoce la causa. Y así lo nota San Buenaventura: la alegría espiritual, dice, es gran señal de que mora Dios en un alma y que está en su gracia y amor (Maximum inhabitantis gratiae signum est spiritualis laetitia17 )… Y así una de las causas principales por las que el bienaventurado San Francisco deseaba ver en sus religiosos esta alegría espiritual, era por esto, porque era indicio de que moraba Dios en ellos, y que estaban en su gracia y amistad.Fruto del espíritu es el gozo, dice San Pablo (Gal 5,22). Esta alegría espiritual, que proviene y nace como de fuente de la limpieza de corazón y de la pureza de vida, es fruto del Espíritu Santo; y así es señal de que mora Él allí. Y holgábase tanto San Francisco de ver a sus religiosos con esta alegría, que decía: si alguna vez me tienta el demonio a mí con acidia y tristeza de espíritu, póngome a mirar y considerar la alegría de mis frailes y compañeros, y luego con su vista quedo libre de la tentaciones como si viese ángeles».

       6. Remedio general para la tristeza es la oración

       «Casiano dice que para todo género de tristeza, por cualquier vía o causa que venga, es muy buen medio acogernos a la oración, y pensar en Dios y en la esperanza de la vida eterna que nos está prometida; con lo cual se quitan y aclaran todos los nublados, y huye el espíritu de la tristeza, como cuando David tañía con su arpa y cantaba, huía el espíritu malo de Saúl, y le dejaba. Y así el Apóstol Santiago en su Canónica nos pone este remedio: Tristatur aliquis vestrum? Oret: ¿Estáis triste? acudid a la oración (St 5,13). Y el profeta David dice que usaba de él: cuando me siento triste y desconsolado, el remedio que tengo es acordarme de Dios, y con eso quedo consolado (cf. Sal 76,4). El pensar, Señor en vos y en vuestros Mandamientos y en vuestras promesas, eso es para mí cantar de alegría; eso es lo que me recrea y consuela en este destierro y peregrinación, en todos mis trabajos y desconsuelos (cf. Sal 118,54). Si el conversar acá con un amigo basta para desmelancolizarnos y alegrarnos, ¿qué será el conversar con Dios? Y así el siervo de Dios y el buen religioso no ha de tomar por medio para desechar sus tristezas y melancolías el parlar y el distraerse y derramar sus sentidos, ni leer cosas vanas o profanas, ni menos cantarlas, sino el acudir a Dios y el recogerse a la oración, ése ha de ser su consuelo y descanso.

       Del bienaventurado San Martín, obispo, cuenta Sulpicio Severo que el alivio de sus trabajos y cansancios era la oración… De otro siervo de Dios se cuenta que estando en su celda lleno de gravísima tristeza e increíble aflicción, con la cual Dios a tiempo le quiso ejercitar, oyó una voz del cielo que en lo interior de su alma le dijo: ¿qué haces ahí ocioso consumiéndote? Levántate y ponte a considerar en mi pasión. Levantóse luego, y púsose con cuidado a meditar los misterios de la pasión de Cristo, y luego se le quitó la tristeza, y quedó consolado y animado; y continuando esta consideración, nunca más sintió tal tentación».

IV. EL SERVIR A DIOS CON ALEGRÍA18

       «Gaudete in Domino semper, iterum dico gaudete (Fil 4,4): Gozaos siempre en el Señor; otra vez os torno a decir que os gocéis y regocijéis, dice el Apóstol San Pablo. Lo mismo nos repite muchas veces en los Salmos el profeta David: Alegraos en el Señor y regocijaos, oh justos, y gloriaos todos los rectos de corazón(Sal 31,11). Salten de gozo y alégrense en ti, Señor, todos los que te buscan (Sal 69,5). Cantad a Dios con júbilo, moradores todos de la tierra, servid al Señor con alegría: llenos de alborozo llegad a su presencia (Sal99,1). Alégrese el corazón de los que buscan al Señor (Sal 104,3). Y en otros muchos lugares nos exhorta a menudo a que sirvamos a Dios con alegría. Y con esto saludó el ángel a Tobías: Dios te de siempre mucho gozo y alegría (Tob 5,11). Solía decir el bienaventurado San Francisco: al demonio y a sus miembros pertenece estar triste, mas a nosotros alegrarnos siempre en el Señor. En las moradas de los justos siempre se ha de oír voz de alegría y de salud (Sal 117,15). Hanos traído el Señor a su casa, y escogido entre millares; ¿cómo habemos de andar tristes?».

       Bastaría con esto para tomar conciencia de la importancia de servir a Dios con alegría; pero demos algunas razones que refuerzan esta convicción.

       1. Es la voluntad de Dios

       «Así lo quiere el Señor: Hilarem datorem diligit Deus, dice San Pablo: Quiere Dios un dadivoso alegre (2 Cor 9,7) conforme a lo que Él dijo por el Sabio: Todo lo que das, dalo con semblante alegre (Eclo 35,11). Así como acá en el mundo vemos que cualquier señor quiere que sus criados le sirvan con alegría, y cuando ve que andan encapotados y le sirven con ceño y con tristeza, no le es agradable su servicio, antes le enfada, así Dios nuestro Señor gusta de que le sirvamos con mucha voluntad y alegría, no con ceño, ni tristeza.

       Nota la Sagrada Escritura que ofreció el pueblo de Israel mucho oro y plata y piedras preciosas para el edificio del templo con grande voluntad y alegría. Y el rey David dio gracias a Dios de ver al pueblo ofrecer sus dones con tan grande gozo (Cf. 1 Paral 29,9.17). Eso es lo que estima mucho Dios. No estima tanto la obra que se hace, cuanto la voluntad con que se hace. Aun acá solemos decir: la voluntad con que lo hace vale más que todo, y aquello estimamos en mucho, aunque la cosa sea en sí pequeña. Y por el contrario, por grande que sea, si no fue hecha con voluntad y alegría, no la estimamos ni agradecemos, antes nos descontenta. Dicen muy bien que es como quien sirve un buen manjar, pero con salsa amarga, que lo hace todo desabrido».

       2. Da más gloria a Dios

       «La segunda razón es que redunda en mucha gloria y honra de Dios el servirle con alegría, porque de esa manera muestra uno que hace aquello de buena gana y que le parece todo poco para lo que desea hacer. Los que sirven a Dios con tristeza, parece que dan a entender que hacen mucho y que andan reventando con la carga, y que apenas la pueden ya llevar por ser grande y pesada, y eso desagrada y da en rostro. Y así, una de las causas por que el bienaventurado San Francisco no quería ver en el rostro de sus frailes tristeza, era, porque da a entender que hay pesadumbre en la voluntad y pereza en el cuerpo para el bien. Pero esotros, según van de alegres y ligeros, parece que están diciendo que no es nada lo que hacen para lo que desean y querrían hacer. Como decía San Bernardo: Señor, lo que yo hago por Vos, apenas es trabajo de una hora; y si más es, con el amor no lo siento. Eso da mucho contento al Señor, y así dice Él en el Evangelio: Cuando ayunareis, ungid la cabeza y lavaos el rostro, porque no echen de ver los hombres que ayunáis (Mt 6,17); quiere decir: poneos de fiesta y andad alegre, que parezca que no ayunáis ni hacéis nada. No andéis tristes, como los hipócritas (Mt 6,16), que quieren dar a entender a todos que ayunan y que echen de ver que hacen algo. De camino se ha de advertir aquí que hay algunos, que para andar con modestia y recogimiento, les parece que es menester andar cabizbajos y con semblante triste, y engáñanse. Dice San León Papa: La modestia del religioso no ha de ser triste, sino santa (Religiosorum modestia, non sit maesta, sed sancta). Ha de traer siempre el religioso una modestia alegre y una alegría modesta. Y saber juntar estas dos cosas, es gran decoro y grande ornato del religioso».

       3. Es útil al prójimo

       «Lo tercero, no solamente redunda esto en mucha honra de Dios, sino también en provecho y edificación de los prójimos y en abono de la virtud. Porque los que de esta manera sirven a Dios, persuaden mucho a los hombres con su ejemplo que en el camino de la virtud no hay la pesadumbre y dificultad que los malos imaginan; pues les ven a ellos caminar por él con tanta suavidad y alegría. Con lo cual los hombres que naturalmente son amigos de andar alegres y contentos, se animan mucho a darse a la virtud. Por está razón particularmente nos conviene mucho a nosotros [religiosos y dados al apostolado] andar con alegría en nuestros ministerios, por tratar con prójimos, y ser nuestro fin e instituto el ganar almas para Dios. Porque de esa manera se ganan y aficionan muchos, no sólo a la virtud, sino a la perfección y a la Religión [es decir, a la vocación religiosa; la alegría, está diciendo aquí Alonso Rodríguez, es despertadora de vocaciones]. De algunos sabemos que han dejado el mundo y entrado en Religión, por ver la alegría y contento con que andan los religiosos. Porque lo que desean los hombres es pasar esta vida con contento; y si entendiesen el que tiene el buen religioso, creo se despoblaría el mundo y se acogerían todos a la Religión; sino que es éste un maná escondido, que le escondió y guardó Dios para los que Él quiso escoger; a vos os descubrió el Señor este tesoro escondido, y no se le descubrió a vuestro hermano, y así él se quedó allá, y a vos os trajo acá: por lo cual le debéis infinitas gracias».

       4. Hace las obras más meritorias

       «La cuarta razón por que nos conviene andar con alegría, es porque la obra comúnmente es de mayor mérito y valor cuando se hace con esta alegría y prontitud, porque eso hace hacer la obra mejor y más perfectamente. Aun allá dijo Aristóteles: La alegría y gusto con que se hace la obra, es causa que se haga con perfección; y la tristeza, de que se haga mal hecha19 . Y así vemos por experiencia que hay mucha diferencia del que hace la cosa con gusto, al que la hace con mala gana; porque éste no parece que atiende más que a poder decir que la hizo; pero aquél estáse esmerando en hacer bien lo que hace, y procura hacer lo mejor que puede. Añádese a esto lo que dice San Crisóstomo, que la alegría y contento del ánima da fuerzas y aliento para obrar. Y así decía el profeta David: Viam mandatorum tuorum cucurri, cum dilatasti cor meum (Sal118,32): La alegría dilata y ensancha el corazón; pues dice el Profeta: Señor, cuando Vos me dábades aquella alegría con que se dilataba mi corazón, corría yo con grande ligereza por el camino de vuestros Mandamientos. Entonces no se siente el trabajo: Correrán y no se fatigarán; andarán y no desfallecerán (Is 40,31).

       Y por el contrario, la tristeza estrecha, aprieta y encoge el corazón: no sólo quita la gana de obrar, sino también las fuerzas, y hace que se le haga a uno pesado lo que antes le era fácil. Y así confesó su flaqueza el sacerdote Aarón, que habiéndole Dios muerto dos hijos de un golpe, y siendo reprendido de su hermano Moisés por no haber ofrecido sacrificio al Señor, respondió: ¿Cómo podía yo agradar con el sacrificio al Señor con ánimo lloroso y triste (Lev 10,19)? Y los hijos de Israel en el destierro de Babilonia decían: ¿Cómo cantaremos el Cántico del Señor en tierra ajena (Sal 136,2.4)? Y por experiencia vemos cada día que cuando estamos con tristeza, no sólo se disminuyen las fuerzas espirituales, conforme a aquello del Sabio: In moerore animi dejicitur spiritus (Prov 15,13): Con la tristeza del ánimo se abate el espíritu; sino también las corporales, que no parece sino que cada brazo y cada pie nos pesa un quintal. Por esto aconsejan los Santos que en las tentaciones no nos entristezcamos; porque eso quita el vigor del corazón, y hace al hombre cobarde y pusilánime».

       5. Ayuda a perseverar en el bien

       «Otra razón se puede colegir de las pasadas, por la cual es mucho de desear que el siervo de Dios, y especialmente el religioso ande con alegría; y es, porque cuando se ve que uno anda con alegría en las cosas de la virtud y de la Religión, da aquello grande satisfacción y esperanza que aquél perseverará y llevará adelante lo comenzado: pero cuando le vemos andar triste, sospecha da y temor si ha de perseverar. Como cuando veis a uno que lleva a cuestas una gran carga de leña y que va con pesadumbre, anhelando y suspirando, y aquí para, y allí se le cae un palo y acullá otro, luego decís: éste no ha de poder con tanto, creo que lo ha de dejar a medio camino; pero cuando le veis ligero con la carga, y que va cantando y alegre, luego decís: éste aun más que aquello llevaría. Pues de la misma manera, cuando uno hace con tristeza y pesadumbre las cosas de la virtud y de la Religión, y parece que va gimiendo y reventando con la carga, sospecha da que no ha de durar; porque ir siempre remando y forcejeando agua arriba, es vida de galera y cosa muy violenta. Pero cuando anda alegre en los oficios humildes y en los demás ejercicios de la Religión, así corporales como espirituales, y todo se le hace fácil y ligero, da muy buenas esperanzas que irá adelante y perseverará».

       6. La alegría y nuestros pecados ordinarios20

       Una observación espiritual muy importante trae Alonso Rodríguez al decir que no han de bastar las culpas ordinarias en que caemos para quitarnos la alegría espiritual.

       «Estiman tanto los Santos que andemos siempre con este ánimo y alegría, que aun en las caídas dicen que no habemos de desmayar, ni desanimarnos, ni andar tristes y melancólicos. Con ser el pecado una de las cosas por que con razón podemos tener tristeza, con todo eso, dice San Pablo que esa tristeza ha de ser templada y moderada con la esperanza del perdón y misericordia de Dios, para que no cause desmayo ni desconfianza: Porque no acontezca por ventura que ese tal de al través con la demasiada tristeza (2 Cor 2,7)».

       Por este motivo San Francisco aborrecía mucho esta tristeza en sus frailes. Se relata en el «Espejo de Perfección», que recoge algunos hechos y dichos del Santo que San Francisco «tenía por cosa cierta que si el siervo de Dios procuraba tener y conservar en lo interior y en lo exterior esa alegría espiritual que nace de la pureza del corazón y se adquiere en el ejercicio de la plegaria, podía estar seguro de que los mismos demonios no serían capaces de causarle daño alguno… En cambio, se alegran los demonios cuando logran extinguir, o al menos impedir algún tanto, esa santa y piadosa alegría, que proviene de la fervorosa oración y de la práctica de otras obras buenas»21 .

       Y en otro lugar: «El Santo Padre [Francisco] no dejaba de reprender a cuantos manifestaban exteriormente alguna tristeza… En cierta ocasión reprendió a uno de sus compañeros, a quien notó triste y cabizbajo, y le preguntó: ‘¿Por qué te empeñas en manifestar exteriormente el dolor y la tristeza que te producen tus culpas? Procura mostrar esa tristeza solamente a Dios, ruégale encarecidamente que por su infinita misericordia se digne concederte el perdón y devuelva a tu alma la alegría de su salvación, de la cual se vio privada por el pecado. Pero delante de mí y de los demás procura presentarte siempre alegre, pues al verdadero siervo de Dios no le conviene aparecer triste o cariacontecido, ni delante de sus hermanos ni de otra persona alguna…’ Por lo tanto, repugnaba mucho a Francisco ver en el rostro de algunos señales de tristeza, que no pocas veces indica abatimiento y pereza del alma y flaqueza del cuerpo para toda obra buena. En cambio, se alegraba mucho al ver un rostro afable y tranquilo…»22 .

       San Juan de Ávila reprende y, con mucha razón, a algunos que «andan en el camino de Dios llenos de tristeza desaprovechada, helados los corazones, sin gusto en las cosas de Dios, desabridos consigo y con sus prójimos», desmayados y desanimados; «y muchos hay de éstos que no cometen pecados mortales, o muy raramente; mas dicen que por no servir a Dios como deben y desean, y por los pecados veniales que hacen, están de aquella manera»23 . Éste es un engaño grande; porque mucho mayores son los daños que se siguen de esa pena y tristeza demasiada, que los que se siguen de la misma culpa; y lo que pudieran atajar, si tuvieran prudencia y esfuerzo, lo hacen crecer y que de un mal caigan en otro, y eso es lo que pretende el demonio con esa tristeza: quitarles el vigor y esfuerzo para obrar, y que no acierten a hacer cosa bien hecha. «Si se vieren caídos, lloren, mas no desconfíen», decía24 .

       ¿Cómo hemos de actuar, entonces, ante nuestros pecados?

       «Lo que habemos de sacar de nuestras faltas y caídas, ha de ser:

       1º Lo primero, que nos confundamos y humillemos más, conociendo que somos más flacos de lo que pensábamos.

       2º Lo segundo, que pidamos mayor gracia al Señor, pues la habemos menester.

       3º Lo tercero, que vivamos de ahí adelante con mayor cautela y recato, tomando avisos de una vez para otra, previniendo las ocasiones y apartándonos de ellas.

       De esta manera haremos más que con desmayos y tristezas desaprovechadas. Dice muy bien el Padre Maestro Ávila: Si por las culpas ordinarias que hacemos, hubiésemos de andar decaídos, tristes y desanimados, ¿quién de los hombres tendría descanso ni paz, pues todos pecamos? Procurad vos de servir a Dios y de hacer vuestras diligencias; y si no las hiciéredes todas y cayéredes en faltas, no os espantéis por eso, ni desmayéis, que así somos todos: hombre sois, y no ángel, flaco, y no santificado. Y bien conoce Dios nuestra flaqueza y miseria y no quiere que desmayemos por eso, sino que nos levantemos luego, y pidamos mayor fuerza al Señor, como el niño que cae, que luego se levanta y corre como primero… Conoce Dios muy bien nuestra enfermedad y miseria, y ámanos como a hijos flacos y enfermos; y así esas caídas y flaquezas nuestras antes le mueven a compasión que a indignación (cf. Sal 102,13). Uno de los grandes consuelos que tenemos los que somos flacos en el servicio de Dios, es entender que es Dios tan rico en amor y misericordia, que nos sufre, y ama aunque nosotros no le correspondamos tan por entero como era razón. Es rico en misericordia (Ef 2,4); sobrepuja su misericordia nuestros pecados. Así como se derrite la cera delante del fuego, así se deshacen todas nuestras faltas y pecados delante de su misericordia infinita. Esto nos ha de animar mucho para andar siempre con grande contento y alegría; entender que Dios nos ama y nos quiere bien, y que por todas estas faltas ordinarias que hacemos, no perdemos un punto de gracia y amor de Dios».

V. LA TRISTEZA SANTA25

       Decíamos al principio que junto a la tristeza mala hay una buena tristeza. Lo dice, por ejemplo, San Basilio que hay una tristeza buena y provechosa26 . Una de las ocho bienaventuranzas que pone Cristo en el Evangelio es precisamente: Bienaventurados los que lloran porque serán consolados (Mt 5,5). Por tanto, hay que distinguir tres maneras de tristeza: una mundana, de la que hemos hablado, y de la cual no deben estar afectados los hijos de Dios; otra indiferente, que es la causada por los males verdaderos pero de orden natural, la cual conviene que sea moderada por la razón y la virtud (por ejemplo, San Pablo no quiere que ni aún de la muerte de nuestros amigos y parientes nos entristezcamos demasiado: En orden a los difuntos, no queremos, hermanos, que estéis en ignorancia, por que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza (1 Tes 4,12); no dice absolutamente que no nos entristezcamos, pues es natural hacerlo, y el mismo Cristo tuvo este afecto, como lo demuestra al llorar por Lázaro (Jn 11,36: Al verlo llorar decían: Mirad cómo lo amaba), pero no quiere que nos entristezcamos como los mundanos que no tienen otra esperanza que la vida en este mundo.

       Junto a estas dos, pues, hay una tristeza espiritual y según Dios; propia de los siervos de Dios. Es la bienaventuranza de los que lloran, la cual es el fruto más preclaro del don de ciencia y, por tanto, está en la línea de la perfección de la virtud de la fe»27 . San Basilio y Casiano dicen de ésta que se engendra de cuatro maneras o de cuatro cosas.

       1. Ante todo, de los pecados que hemos cometido contra Dios

       A los Corintios escribía San Pablo: Me gozo, no de la tristeza que tuvísteis, sino de que vuestra tristeza os condujera al arrepentimiento. Porque os entristecisteis según Dios; y la tristeza que es según Dios obra arrepentimiento saludable de que no hay que arrepentirse (2 Cor 7,9). El llorar uno sus pecados, y entristecerse y dolerse por haber ofendido a Dios, ésa es muy buena tristeza, y según Dios. Dice San Juan Crisóstomo que ninguna pérdida hay en el mundo que se restaure con el dolor, pesar y tristeza, sino sola la del pecado: y así, en todas las otras materias es mal empleado el dolor y la tristeza, salvo en ésta. Porque todas las demás pérdidas no sólo no se remedian con llorar y estar tristes, sino que de esta manera se aumentan; pero la pérdida por el pecado se remedia con la tristeza moderada de haber pecado. «Estar triste a gusto de Dios –predicaba San Agustín– es afligirse de los pecados por espíritu de penitencia. La pesadumbre por las maldades propios engendra la justificación. Avergüénzate de lo que eres, a fin de ser lo que no eres (prius tibi displiceat quod es, ut possis esse quod non es)»28 .

       Esta tristeza de nuestros yerros procede de la iluminación del don de ciencia pero termina no en llanto sino en consuelo porque su fruto es el recto ordenamiento –de allí en adelante– de todas las creaturas hacia Dios (el uso correcto de las cosas)29 .

       2. De los pecados ajenos

       Engendra también esta buena tristeza los pecados de otros, es decir, el ver que Dios es ofendido y menospreciado, y que es quebrantada su ley. Esta es muy buena porque nace del amor y celo de la honra y gloria de Dios y bien de las almas. El verdadero santo llora por los pecados que afligen al mundo, especialmente por los pecados de los hijos de la Iglesia. Decía Santa Catalina: «¿Qué consuelo podría hallar yo en poseer la vida, viendo que tu pueblo está privado de ella, y viendo cómo las tinieblas del pecado cubren a tu amada Esposa, por mis pecados y los de las demás creaturas tuyas?»30 . ¿Acaso no fue el mensaje de Fátima: «Haced penitencia por los pecados de los hombres»?

       Puede observarse este sentimiento espiritual en los Profetas y amigos de Dios. Nos dice, por eso la Sagrada Escritura: Se apodera de mí la indignación porque los impíos abandonan tu ley… Mi celo me consume, porque mis adversarios olvidan tus palabras… He visto a los traidores, me disgusta que no guarden tu promesa (Sal 118, 53.139.158).

       3. Del deseo de perfección

       Nace también esta tristeza del deseo de perfección, es decir, del ansia grande de ir adelante en la perfección, y del lamentarse por no ser mejores. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia[santidad] (Mt 5,6).

       4. De la contemplación de la gloria y del deseo de los bienes celestiales

       Es decir, del verse desterrados y del ver dilatarse el momento de la unión con Dios. Así, por ejemplo, lloraban los israelitas acordándose de la tierra prometida y especialmente del templo de Dios: ¡Ay de mí, que se me dilata mi destierro!, dice una de las versiones del Salmo 120 (120,5). Una de las más hermosas expresiones místicas de esta tristeza es el Salmo 42, 2-4:

              Como anhela la cierva las corrientes de agua,

             así te anhela mi alma, ¡oh Dios!

              Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo:

              ¿Cuándo iré y veré la paz de mi Dios?

              Mis lágrimas son día y noche mi pan,

              cuando me dicen cada día: ¿Dónde está tu Dios?

       Y también el Salmo 137,1-4:

              A orillas de los ríos de Babilonia

              estábamos sentados y llorábamos,

              acordándonos de Sión;

              en los álamos de la orilla

              teníamos colgadas nuestras cítaras.

              Allí nos pidieron

              nuestros deportadores cánticos,

              nuestros raptores alegría:

              «¡Cantad para nosotros

              un cantar de Sión!»

              ¿Cómo podríamos cantar

              un canto de Yahveh

              en una tierra extraña?

       Y a la Virgen le rezamos diciendo: «A ti suspiramos los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas».

       Esta buena tristeza nos da una vida sin tristeza. Decía Agustín: «No podemos llegar a una vida sin arrepentimiento sino por el arrepentimiento de la mala vida»31 . No podemos llegar a la vida sin tristeza sino por la tristeza de la mala vida.

       Casiano pone algunas señales para reconocer cuál sea la tristeza buena y la mala:

       1º La mala es áspera, impaciente, llena de rencor y amargura infructuosa, y nos inclina a la desconfianza y desesperación, y nos retrae y aparta de todo lo bueno. No trae consigo consuelo ni alegría ninguna.

       2º La buena es obediente, afable, humilde, mansa, suave y paciente. Como nace del amor de Dios, contiene en sí todos los frutos del Espíritu Santo: caridad, gozo, paz, longanimidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia. A pesar de ser tristeza es, en cierta manera, alegre y trae consigo consuelo, confortación y aliento para todo lo bueno. El mismo andar uno llorando sus pecados, aunque por una parte aflige y da pena, por otra consuela grandemente. Es más, San Agustín saca de esto una gran reflexión y es que si el llorar de los justos, es decir, su tristeza, le da tanto contento, ¿qué será la alegría y el contento que sentirán, cuando el Señor los consuele en la oración, y les dé aquellos júbilos espirituales que Él suele comunicar a sus escogidos? ¿qué será cuando del todo les enjugue y limpie las lágrimas de sus ojos? Limpiará Dios de sus ojos toda lágrima, y no habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni habrá más dolor, porque las cosas de antes han pasado (Ap 21,4).

Por P.Miguel A. Fuentes, IVE
teologoresponde.org

______________

1 Cf. Alonso Rodríguez, Ejercicio de Perfección y virtudes cristianas, Tomo II, Tratado Sexto, Ed. Poblet, Buenos Aires, 1942 (todos los textos que aparecerán entre comillas y sin referencia al pie de página, corresponden a este tratado); Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, 35-39 (allí analiza la naturaleza, sus causas, efectos, remedios, moralidad).

 2 Cf. estas puntuaciones etimológicas en: Ubeda Purkiss-Soria, Introducciones al tratado de las pasiones. Suma Teológica, Ed. BAC, Madrid 1954, t. IV, p. 838-839.

 3 Cf. San Juan de Ávila, Audi, filia, c. 23; en Obras completas, T. I, B.A.C., Madrid 1970, p. 612.

 4 Cf. Alonso Rodríguez, loc. cit., cap. 1.

 5 San Ignacio, Ejercicios Espirituales, nº 315.

 6 Santo Tomás, I-II, 37,4.

 7 San Gregorio, Moralia, 31,31.

 8 San Gregorio, Moralia, 18,8. Cf. San Buenaventura, De profectu Religiosorum, 2,2.

 9 San Juan de la Cruz, Noche, Prólogo, cap. 4,3.

 10 San Agustín, Super Gen. ad litteram, 33.

 11 San Juan de Ávila, Carta 28, en Obras completas, T. V, pp. 197-199.

 12 Cf. Alonso Rodríguez, loc. cit., cap. 4-6.

 13 Santo Tomás, I-II, 38, 5 sed contra.

 14 Ibid., corpus.

 15 San Juan de la Cruz, Subida, I, 10, 4.

 16 Cf. San Agustín, In Psalmo 93.

 17 San Buenaventura, In spec. discipl., I,3.

18 Cf. Alonso Rodríguez, loc. cit., cap. 2-3.

 19 Cf. Aristóteles, Etica a Nicómaco, X, 4-5.

 20 Cf. Alonso Rodríguez, loc. cit., cap. 3

 21 Espejo de perfección, c. 95; en San Francisco de Asís. Escritos y Biografías, B.A.C., Madrid 1976, p. 676.

 22 Ibid., c. 96, pp. 676-677.

 23 Cf. San Juan de Avila, Audi filia, cap. 23, p. 612.

 24 Ibid.

26 Cf. San Basilio, Regul. brev., 192 y 194.

 27 Cf. Santo Tomás, II-II, 9, 4.

 28 San Agustín, Sermón 254,2; B.A.C., T. VII, p. 413.

 29 Cf. Santo Tomás, II-II, 9, 4 ad 1.

 30 Santa Catalina, Diálogo, cap. 4.

 31 San Agustín, Sermón 254,2.

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