La moderna postmodernidad imperante nos lleva al subjetivismo-relativismo: «Yo me lo guiso, yo me lo como»
Un chico le comentaba un poco desesperado a su padre sus reveses amorosos. Aunque es creyente, no practicaba mucho y había seguido la corriente moderna de convivir con la novia con el pretexto de conocerse mejor. El caso es que, después de varios intentos fallidos de convivencia, le pregunta qué había hecho él para que le saliera tan bien su matrimonio.
La respuesta es que la media naranja la debemos buscar con Dios y no en su contra. La Providencia divina, al crearnos, ya tiene pensado los grandes temas de nuestra vida, aquello que nos va a hacer felices. Lo que nos va a llenar y dar sentido a nuestro existir. Por supuesto que tiene pensada la pareja de mi vida; la mejor persona para compartir la existencia y formar una estupenda familia.
Los grandes asuntos de la vida hay que resolverlos a favor de Dios, no en su contra, si queremos acertar. La moderna postmodernidad imperante nos lleva al subjetivismo-relativismo: “Yo me lo guiso, yo me lo como”, pretendiendo que todo tiene el mismo valor, el que me interesa en este momento. Actuando así, es fácil equivocarse, perderse. Cuando, en cambio, hay un norte, unas reglas de juego, unos principios, el camino es más seguro.
Cuenta el Evangelio que Jesús “mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres”. Es la llamada, la vocación, el descubrimiento del sentido de la vida.
No provenimos del azar, ni nuestra vida está regida por una conjunción de los astros. Somos fruto de un querer divino, de una decisión del Dios bueno y sabio, del amor. Hay un proyecto, un plan pensado para cada uno; descubrirlo es vital. Será la luz que nos guíe a través del laberinto de la vida. Todo tendrá sentido. La vida no es un absurdo; no podemos ser unos cínicos, nihilistas, apáticos, oportunistas; en el fondo desesperados.
En La náusea, primera novela filosófica del francés Jean Paul Sartre, se cuestiona y pone en duda el sentido de la existencia del ser humano y, especialmente, su propósito vital. Se llega a la conclusión de que la vida del hombre está vacía: “El tiempo de un relámpago. Después de ello, el desfile vuelve a comenzar, nos acomodamos a hacer la adición de las horas y de los días. Lunes, martes, miércoles, abril, mayo, junio de 1924, 1925, 1926: esto es vivir».
En cambio, con el descubrimiento de la vocación, pasa todo lo contrario. Nos llenamos de proyectos, soñamos, tenemos ilusión. El tiempo se hace corto para amar, para sacar todo adelante, para hacer felices a los demás. Nos realizamos, sacamos a fuera todo el potencial dibujado en el ADN, nos movemos como “pez en el agua”. Completando ese proyecto divino, nos damos cuenta, agradecidos, de lo bonita que es la vida, de lo bueno que es Dios.
Decía san Josemaría: “Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación”.
La vocación no se restringe al ámbito religioso; hay también una vocación profesional, muchos trabajos son vocacionales –maestros, médicos, cuidadores, enfermeros-. El matrimonio, la llamada a compartir la vida con el esposo/a, formar una familia, es una vocación. El cuidado de la polis, de la res publica, no es una opción partidista; es un trabajo lleno de sentido, de servicio, que puede hacer mucho bien.
Viviendo vocacionalmente la existencia, redescubriendo el querer de Dios en cada instante y situación de la vida; no solo todo tendrá sentido, explicación; sino que nos acompañará toda la gracia de Dios, la energía creacional, vocacional, que nos facilitará mucho las cosas. Junto al proyecto de Dios hay todo un pack de ayudas, de energía, para llevarlo a término. Hay garantía de éxito, aunque se atraviesen negros túneles y áridos desiertos. El final será feliz.
Descubrir aquello para lo que estamos hechos, encontrar la media naranja, ver la llamada de Dios, no es pérdida, es ganancia. Así, como quien encontró un tesoro en un campo y lo vendió todo para comprarlo; dejar otras cosas para seguir nuestro camino no es renuncia, es un buen negocio.
Además, quien nos ha creado y nos ha dotado de habilidades, aficiones, ilusiones, lo que quiere es que las desarrollemos, no quiere cortarnos las alas. Quiere que volemos alto y gocemos del vértigo de las cumbres. Si sentimos la llamada divina decir que sí no es solo virtud, es sabiduría, buen negocio.
Por Juan Luis Selma
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