Marcos 6,30-34
Autor: Pablo Cardona
«Reunidos los apóstoles con Jesús le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les dice: Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Se marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos. Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron; fueron allá a pie desde todas las ciudades, y llegaron antes que ellos. Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, y se llenó de compasión, porque estaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles muchas cosas.» (Marcos 6,30-34)
1º. Jesús, ¡cómo cuidas a los apóstoles!: «venid y descansad un poco.»
Te los llevas a un lugar apartado para que descansen y puedan hablar contigo con mayor tranquilidad.
Es importante que también yo cuide el descanso para rendir más al día siguiente, y que haga unos parones de vez en cuando para tratarte con más tranquilidad y revisar con calma los distintos aspectos de mi vida interior.
Para eso están los retiros mensuales, y ese gran parón anual: el curso de retiro.
Jesús, a pesar del cansancio, sigues enseñando «muchas cosas.»
Te compadeces de los pobres y enfermos, pero también te compadeces de los que les falta formación, «porque estaban como ovejas sin pastor.»
¿Y yo?
¿Tengo esos mismos sentimientos?¿Me compadezco cuando veo gente a mi alrededor que no tiene dónde apoyarse, porque nadie les ha explicado la verdadera fe?
Para poder ayudarles, primero tengo que adquirir formación doctrinal.
Quien ocupa un puesto debe tener la competencia necesaria; es necesario prepararse.
El general Wellington, el que venció a Napoleón, quiso volver a Inglaterra a ver la escuela militar donde se había preparado, y dijo a los alumnos y oficiales: «Mirad, aquí se ha ganado la batalla de Waterloo. Así os digo yo a vosotros, queridos jóvenes. Tendréis batallas en la vida dentro de 30, 40, 50 años; pero si queréis vencerlas es preciso que comencéis ahora, preparándoos, siendo asiduos al estudio y a la clase» (Juan Pablo I).
2º. «El apostolado cristiano -y me refiero ahora en concreto al de un cristiano corriente, al del hombre o la mujer que vive siendo uno más entre sus iguales- es una gran catequesis, en la que, a través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la verdad divina.
Sed audaces. Contáis con la ayuda de María, Reina de los Apósotoles. Y Nuestra Señora, sin dejar de comportarse como Madre, sabe colocar a sus hijos delante de sus precisas responsabilidades. María, a quienes se acercan a Ella y contemplan su vida, les hace siempre el inmenso favor de acercarlos a la Cruz, de ponerlos frente a frente al ejemplo del Hijo de Dios. Y en ese enfrentamiento, donde se decide la vida cristiana, María intercede para que nuestra conducta culmine con la reconciliación del hermano menor -tú y yo- con el Hijo primogénito del Padre.
Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva» (Es Cristo que pasa.- 149).
Madre, ¿cómo puedo quererte, tratarte, necesitarte, como quiero, trato y necesito a mi madre en la tierra?
Una manera puede ser tener una estampa tuya o un cuadro en mi habitación.
Y cada vez que entre, te puedo dar un beso, como hago con mi madre al entrar en casa.
Y también decirte adiós cuando salga.
Madre, ves a tantos hijos tuyos que están «como ovejas sin pastor».
¿Cómo será tu compasión por ellos?
Por eso, fomentas en mí esas inquietudes del alma, ese aspirar a un cambio, a una vida nueva; porque me necesitas al servicio de tu Hijo, para llevar a cabo esa gran catequesis en medio del mundo.