Marcos 2, 1-12
Autor: Pablo Cardona
«Y al cabo de unos días, entró en Cafarnaún. Se supo que estaba en casa, y se juntaron tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio; y les predicaba la palabra. Entonces vienen trayéndole un paralítico, que era transportado por cuatro. Y al no poder llevarlo hasta él por causa del gentío, levantaron la techumbre por el sitio en donde se encontraba y, después de hacer un agujero, descuelgan al paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.
Estaban allí sentados algunos de los escribas, y pensaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Y enseguida, conociendo Jesús en su espíritu que pensaban de este modo dentro de sí les dice: ¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados; o decir: levántate, toma tu camilla y anda? Pues, para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene en la tierra el poder de perdonar los pecados -se dirige al paralítico-: A ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y se levantó y, tomando al instante la camilla, salió en presencia de todos, de manera que todos quedaron admirados y dieron gloria a Dios diciendo: Nunca vimos cosa igual.» (Marcos 2, 1-12)
1º. Jesús, en cuanto se supo que estabas en tu casa, empezó a llegar tanta gente que «ni siquiera ante la puerta había ya sitio.»
Tú sigues estando presente en cada sagrario; sin embargo, hay muchos que no acaban de enterarse.
¿Cómo no te vengo a visitar más a menudo?
Hoy me enseñas el valor de la amistad y de la audacia en el apostolado.
Los compañeros de aquel enfermo hicieron lo imposible por llevar a su amigo cerca de Ti.
«Y al no poder llevarlo hasta él por causa del gentío, levantaron la techumbre.»
Ningún obstáculo les pudo frenan.
Jesús, perdonas al paralítico «al ver la fe de ellos».
Es de notar que no dijo la fe del paralítico, sino la de los que le llevaban: a veces ocurre que alguno sana por la fe de otro» (San Juan Crisóstomo).
Igualmente, antes de dar a mis amigos la gracia que necesitan para mejorar en su vida cristiana, estás esperando que te demuestre mi fe.
No me puedo excusar pensando que es imposible, porque precisamente en los imposibles es donde debo demostrar mi fe.
2º. «No puedes ser un elemento pasivo tan sólo. Tienes que convertirte en verdadero amigo de tus amigos: «ayudarles». Primero, con el ejemplo de tu conducta. Y luego, con tu consejo y con el ascendiente que da la intimidad» (Surco.-731).
Jesús, ahora que te conozco un poco mejor; ahora que sé dónde estás y qué he de hacer para estar cerca de Ti, tengo la responsabilidad de darte a conocer a los que me rodean.
Como los amigos del paralítico, he de buscar la manera de acercarte a mis amigos, de ayudarles a que te encuentren.
Pero ¿cómo?
Primero con el ejemplo de tu conducta.
Jesús, te acercaré a mis amigos en la medida en que yo esté cerca de Ti.
Por eso la mejor manera de hacer apostolado es cuidar mi propia vida interior.
Y luego, con tu consejo y con el ascendiente que da la intimidad.
No basta con mi ejemplo: he de hablar, explicar las cosas con paciencia.
Y, si hay intimidad, mi amigo escuchará mis consejos con respeto y me los agradecerá.
Entonces, al ver mi fe, harás milagros en aquella alma, como hiciste en la del paralítico al ver la fe de sus amigos.
Y me maravillaré de tu misericordia: «Todos quedaron admirados y dieron gloria a Dios diciendo: Nunca vimos cosa igual»
Fuente: almudi.org