Lucas 14, 1-6
Autor: Pablo Cardona
«Y sucedió que al entrar él un sábado a comer en casa de uno de los principales fariseos, ellos le estaban observando. Y he aquí que se encontraba delante de él un hombre hidrópico. Y tomando la palabra, dijo Jesús a los doctores de la Ley y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado o no?». Pero ellos callaron. Y tomándolo, lo curó y lo despidió. Y les dijo:
«¿Quién de vosotros, si se le cae al pozo un hijo o un buey, no lo saca enseguida en día de sábado?». Y no pudieron responderle a esto.» (Lucas 14,1-6)
1º. Jesús, Tú obedeces la ley del sábado y me has enseñado a santificar las fiestas.
Muchas veces te vemos en la sinagoga en sábado, a la que acudías sin falta como un buen israelita.
A tu muerte, las mujeres guardan el descanso previsto en día de sábado y por ello no van a tu tumba hasta el domingo de madrugada.
Habían aprendido de ti a dedicar el sábado a Dios, respetando también el descanso previsto.
Sin embargo, Jesús, hoy me enseñas que las normas religiosas, incluso las más santas, se pueden llevar a extremos absurdos, que deforman el espíritu de la ley para aferrarse a la letra.
En concreto, preguntas: «¿Es lícito curar en sábado?»
Y para que no haya dudas, curas al que estaba enfermo delante de los fariseos allí presentes.
Jesús, tu enseñanza es clara: las prácticas religiosas tienen como objetivo aumentar el amor a Dios y, por Él, el amor a los demás: es decir, aumentar nuestra caridad.
Sería absurdo, por tanto, no vivir la caridad con los que me rodean escudándose en unas obligaciones religiosas que no podemos dejar de cumplir.
Porque cuando hay motivos serios de caridad, esas practicas religiosas dejan de obligar.
Pero esto no significa tampoco que, en circunstancias normales se deban dejar de cumplir.
Por otro lado, la vida cristiana no consiste en hacer unas prácticas.
La Iglesia marca unos mínimos necesarios, pero me alienta a hacer siempre más.
«La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual, preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días». (C. I. C.-1389).
2º. «Mirad que la justicia no se manifiesta exclusivamente en el respeto exacto de los derechos y de los deberes, como en los problemas aritméticos que se resuelven a base de sumas y restas. La virtud cristiana es más ambiciosa: nos empuja a mostrarnos agradecidos, afables, generosos; a comportarnos como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos como en la adversidad; a ser cumplidores de las leyes y respetuosos con las autoridades legitimas; a rectificar con alegría, cuando advertimos que nos hemos equivocado al afrontar una cuestión. Sobre todo, si somos justos, nos atendremos a nuestros compromisos profesionales, familiares, sociales…, sin aspavientos ni pregones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros derechos, que son también deberes. La caridad, que es como un generoso desorbitarse por la justicia, exige primero el cumplimiento del deber: se empieza por lo justo; se continua por lo más equitativo…: pero para amar se requiere mucha finura, mucha delicadeza, mucho respeto, mucha afabilidad: en una palabra, seguir aquel consejo del apóstol: «llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo». Entonces sí: ya vivimos plenamente la caridad, ya realizamos el mandato de Jesús» (Amigos de Dios.-168, 169, 173).
Jesús, me pides que huya de dos extremos a la hora de vivir mi vida cristiana: el rigorismo y el sentimentalismo.
El rigorismo consiste en poner las reglas por encima de la caridad: hacer las cosas porque sí, sin atender al contenido de las prácticas de piedad que nos hemos propuesto, ni a las necesidades de los que nos rodean.
El sentimentalismo es la enfermedad contraria, y la más difundida en la actualidad. Consiste en hacer las cosas sólo cuando las siento o me resultan atrayentes.
Así no se puede avanzar en la vida de piedad y se acaba cayendo en un egoísmo sutil.
Tú no actuaste por gusto, sino por hacer la voluntad de tu Padre, aunque te costara la vida.