Lucas 5, 33-39
Autor: Pablo Cardona
«Pero ellos le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos; en cambio los tuyos comen y beben? Jesús les dijo: ¿Podéis acaso hacer ayunar a los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; ya ayunarán en aquellos días. Y les decía también una parábola: Nadie pone a un vestido viejo una pieza cortándola de un vestido nuevo, porque entonces, además de romper el nuevo, la pieza del vestido nuevo no le iría bien al viejo. Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; pues entonces el vino nuevo reventará los odres, y se derramará, y los odres se perderán. El vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Y ninguno acostumbrado a beber vino añejo quiere del nuevo, porque dice: el añejo es mejor» (Lucas 5, 33-39)
1º. Jesús, los discípulos de Juan y los de los fariseos «ayunan con frecuencia y hacen oraciones».
¿Por qué los tuyos no? ¿Es que vienes a traer una religión sin oración ni mortificación, una religión «fácil»?
No.
Sin embargo, vas llevando a tus discípulos poco a poco por el camino cristiano.
Ya se sacrificarán, hasta dar la vida por Ti, cuando llegue el momento.
Jesús, no vienes a cambiar la oración y la mortificación el ayuno es una forma de mortificación como medios de unión con Dios, sino que vienes a darles un nuevo sentido que los llena de plenitud: el sentido de la filiación divina.
Has venido al mundo para hacerme hijo de Dios; por ello, las oraciones y ayunos del Antiguo Testamento ya no son suficientes.
«La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al «Padre que ve en lo secreto», por oposición al deseo de «ser visto por los hombres». Su oración es el Padre Nuestro» C. I. C.-1969).
«El vino nuevo debe echarse en odres nuevos.»
No es que no haya que rezar o mortificarse, sino que hay que hacerlo de una manera nueva, con nueva perspectiva.
Los moldes antiguos -odres viejos-, las antiguas tradiciones y prácticas, han de dar paso a otros nuevos: Dios, sin dejar de ser el Todopoderoso, es Padre.
2º. «Minutos de silencio». Dejadlos para los que tienen el corazón seco.
Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos» (Camino.-115).
Llegado el momento oportuno, cuan do los apóstoles pueden entender el vino nuevo de la filiación divina, les explicas cómo deben rezar: «vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos» (Mateo 6,9).
Jesús, quieres que los católicos, hijos de Dios, hablemos con Dios como Tú hablas con El: como hijos con su padre.
Por eso la oración no consiste en permanecer en silencio, que es lo propio de los que no tienen a nadie a quien dirigirse.
«Al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles» (Mateo 6,7).
La oración es una conversación natural de un hijo con su Padre.
No se hace más oración cuanta más gente está a mi alrededor, ni cuanto más se canta, ni cuanto más ruido se hace.
«Por el contrario, cuando te pongas a orar; entra en tu aposento y cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensara» (Mateo 6,6).
La mortificación de los hijos de Dios no es tampoco como la de los fariseos, que «desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan» (Mateo 6,16).
Al contrario, es un sacrificio hecho cara a Dios, sin ruido, sin extravagancias.
«Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará» (Mateo 6,17-18).
Jesús, ayúdame a hacer la oración y la mortificación como Tú me has enseñado con tu palabra y con tu ejemplo: con la intimidad y confianza propias de los hijos de Dios.