Viernes. 20 Semana del Tiempo Ordinario

Mateo 22, 34-40

Autor: Pablo Cardona

«Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo, y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas.» (Mateo 22, 34-40)

1º. Jesús, «el mayor y primer mandamiento» no tiene límites: «con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente».

Por eso, siempre puedo vivirlo mejor.

No se trata de un nivel mínimo que debo superar, sino de un objetivo para toda mi vida.

De hecho, es el gran objetivo de la vida cristiana, la santidad: amarte a Ti sobre todas las cosas.

«El segundo es semejante a éste».

Jesús, amar al prójimo es «semejante» a amarte a Ti.

De hecho, es el mismo amor: el amor de entrega a los demás, de interesarse por sus necesidades, de buscar lo mejor para ellos, sin pensar en uno mismo.

El amor a Ti y a los demás es el verdadero amor, el amor que llena y que me hace mejor persona.

Es el amor «hacia fuera», que es lo opuesto al egoísmo o amor «hacia adentro»: buscar lo cómodo, lo placentero o lo fácil.

«Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo. Como la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda la ley y los profetas, así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y siete en otra» (C. I. C.-2067).

«De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas.»

Aunque te habían pedido sólo «el mandamiento principal de la Ley», Tú les respondes con dos porque, en el fondo, son inseparables: nadie puede amar a Dios de verdad si no ama a los demás; y el que intenta amar más a Dios, acaba amando más al prójimo.

Al final, o aprendo a amar al prójimo -y el primer prójimo es Dios, porque a Él se lo debo todo- o me amaré sólo a mí mismo.

Por eso es tan importante que aprenda a olvidarme de mí mismo, y que -en cambio- dedique más tiempo a pensar en los demás.

2º. «Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración «Jesús, te amo», oyó esta respuesta del cielo: «Obras son amores y no buenas razones».

Piensa si acaso tú no mereces también este cariñoso reproche» (Camino.-933).

Jesús, no es suficiente con tener buenos deseos o con no hacer daño a nadie.

El amor se demuestra con obras: Obras son amores.

Donde no hay obras, tampoco hay amores, a pesar de que haya buenas razones, buenas intenciones.

Tú me has amado con obras, hasta el punto de entregar tu vida por mí.

Yo, ¿qué hago por Ti?; ¿qué hago por los demás?

Jesús, quiero querer con obras, pero… ¡soy tan poco generoso!

Me cuesta mucho hacer un servicio a otra persona.

Ni siquiera me entero de lo que necesitan los que están a mi alrededor

Y si no me doy cuenta de cuáles son sus necesidades, preocupaciones o dificultades es porque, en el fondo, me interesan poco.

Y si me interesan poco es porque les amo poco.

¿Qué puedo hacer para amar más a los demás y así amarte también más a Ti?

Jesús, ayúdame a pensar más en los que me rodean, a servirles sin que se note.

Porque las obras no sólo demuestran mi amor, sino que lo acrecientan.

Jesús, que me tome en serio el servicio a los demás en cosas pequeñas y concretas.

Que no pase ningún día sin haber dado una alegría a alguien de los que conviven conmigo.

De esta manera te estaré dando también una alegría a Ti, porque estaré cumpliendo lo que Tú pediste a tus discípulos de todos los tiempos: «En esto conocerán que sois mis discípulos, si os tenéis amor entre vosotros» (Juan 13,35).

Jesús, ayúdame a crecer cada día en esta capacidad de amar, porque nada es más importante que aprender a olvidarme de mí mismo para darme a los demás.

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