Mateo 9, 27-31
Autor: Pablo Cardona
«Al marcharse Jesús de allí, le siguieron dos ciegos diciendo a gritos: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Cuando llegó a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer eso? Respondieron: Si, Señor: Entonces tocó sus ojos diciendo: Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos. Pero Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa. Ellos, por el contrario, una vez que salieron divulgaron la noticia por toda aquella región». (Mateo 9, 27-31)
1º. Jesús, otro milagro.
Los milagros son un medio para mostrar tu divinidad: «Nadie tiene poder sobre la naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente» (Cardenal J, H. Newman).
Pero cómo cuesta arrancártelo.
Durante tus años de vida pública te resistes a hacer milagros: sólo los realizas cuando hay una razón suficiente.
No quieres llamar la atención de los jefes judíos, pues sabes que los milagros, al mostrar tu divinidad, pueden ponerte en peligro de muerte.
Por eso procuras que no se divulgue la curación: «Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa».
Al igual que en ese otro milagro en las bodas de Caná, cuando le dijiste a tu madre: «todavía no ha llegado mi hora» (Juan 2,4) te resistes ha hacer cosas extraordinarias.
Sin embargo, Jesús, acabas realizando el milagro.
Y Tú mismo explicas por qué: «Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos».
Estos dos ciegos creían en Ti.
Tenían fe en Ti.
Por eso venían siguiéndote y gritándote: «Ten piedad de nosotros, Hijo de David.»
Su fe es capaz de arrancarte cualquier favor.
Yo también necesito que me ayudes.
Ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides.
Mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, me ciegan y no acabo de ver tu voluntad.
Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides.
2º. Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.
Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar para servirle cada día mejor con más vida interior con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo» (Forja.-379).
Jesús, quiero prepararme para tu nacimiento, y me doy cuenta de que me falta mucha visión sobrenatural: ver las cosas como Tú las ves.
Las veo todavía según mis intereses: ahora tengo que estudiar y que nadie me moleste; ahora me debo un rato de música; mi deporte nadie lo toca; este programa no me lo puedo perder; etc.
Tú me conoces: aún me falta mejorar mucho.
Lo único que me pides es la humildad de reconocerlo, y lucha para rectificar.
Acercarme más a Ti y, si hace falta, pedirte a gritos, como los dos ciegos: ten piedad de mí.
Y la manera de pedirte las cosas es: con más vida interior con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.
Jesús, me preguntas: « ¿Crees que puedo hacer eso?»
Te respondo: «Sí, Señor»
Tócame los ojos de mi corazón para que vea cómo servirte más y mejor cada día.
Y aunque es muy difícil moverse a oscuras, Tú me pides que te siga primero un poco a ciegas, fiándome de Ti, como te siguieron estos dos ciegos antes de darles la vista.
Si los dos ciegos hubieran esperado a ver todo clarísimo antes de dar un paso, no lo hubieran dado nunca, ni tampoco se hubieran curado.
Igualmente, si espero a ser más generoso hasta entenderlo todo perfectamente, no aprenderé a ser generoso ni tampoco llegaré a entender nada.
Que me decida, Jesús, a empezar a caminar: a seguirte más de cerca, a tener más vida interior, a rezar más, a santificar el trabajo día a día.
Si lo hago así, me darás la visión sobrenatural que necesito, y -como los ciegos- sabré divulgar tu mensaje a mí alrededor.