Sabado Santo, Vigilia Pascual


Juan 19, 31-42

Autor: Pablo Cardona

«Como era la Parasceve, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, pues aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen. Vinieron los soldados y quebraron las piernas al primero y al otro que había sido crucificado con él Pero cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: No le quebrantarán ni un hueso. Y también otro pasaje de la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque ocultamente por temor a los judíos, rogó a Pilato que le dejara retirar el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y retiró su cuerpo. Nicodemo, el que había ido antes a Jesús de noche, vino también trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos, con los aromas, como es costumbre dar sepultura entre los judíos. En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no había sido sepultado nadie. Como era la Parasceve de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.» (Juan 19, 31-42)

. Un soldado revienta el corazón de Jesús con una lanza.

El alma de María se resquebraja con un dolor indescriptible.

«Cuando tu Jesús -que es de todos, pero especialmente tuyo- rindió su espíritu, la lanza cruel no alcanzó su alma. Si le abrió el costado, sin perdonarle, estando ya muerto, sin embargo no le pudo causar dolor. Pero sí atravesó tu alma; en aquel momento la suya no estaba allí, pero la tuya no podía en absoluto separarse de él» (San Bernardo).

Yo no puedo decir nada, Jesús.

Me quedo mirándote atónito, sin fuerzas, mientras José y Nicodemo te descuelgan de la cruz, te envuelven en lienzos y te llevan hacia el sepulcro.

Ya se ha acabado la obra de nuestra redención.

Jesús, has cumplido esas palabras tuyas: «Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos» (Juan 15,13).

Lo has dado todo, hasta la última gota de sangre que brota de tu corazón abierto.

Y yo, ¿qué hago ante este derroche de amor?

José de Arimatea y Nicodemo han aparecido con valentía en el momento de la desbandada.

Ante tu cuerpo muerto, Jesús, ya no caben miedos ni respetos humanos; ni flojeras, ni tiempos reservados para mis cosas, ni vanidad, ni nada.

Y sin pensarlo dos veces, te cojo y te llevo hasta el sepulcro, mientras me dices por dentro, con voz palpitante, que ahora me toca a mí, que ahora soy yo quien he de ser Cristo en la tierra.

2º. «Meditemos en el Señor herido de pies a cabeza por amor nuestro. Con frase que se acerca a la realidad, aunque no acaba de decirlo todo, podemos repetir con un autor de hace siglos: “El cuerpo deJesús es un retablo de dolores”. A la vista de Cristo hecho un guiñapo, convertido en un cuerpo inerte bajado de la Cruz y confiado a su Madre; a la vista de ese Jesús destrozado, se podría concluir que esa escena es la muestra más clara de una derrota.¿Dónde están las masas que lo seguían, y el Reino cuyo advenimiento anunciaba? Sin embargo, no es derrota, es victoria: ahora se encuentra más cerca que nunca del momento de la Resurrección, de la manifestación de la gloria que ha conquistado con su obediencia» (Es Cristo que pasa.-95).

Madre, ¡qué dolor te produce dar el primer beso a Jesús muerto!

Sin embargo, junto a las lágrimas que brotan de tu amor fiel y materno, mantienes firme tu esperanza: la certeza de la Resurrección de tu Hijo, de la manifestación de la gloria que ha conquistado con su obediencia.

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