Juan 11, 45-53
Autor: Pablo Cardona
«Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los pontífices y los fariseos convocaron el Sanedrín y decían: ¿Qué haremos, puesto que este hombre realiza muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación. Uno de ellos, Caifás, que era Sumo Pontífice aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación. Pero esto no lo decía por sí mismo sino que, siendo Sumo Pontífice aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así, desde aquel día decidieron darle muerte.» (Juan 11, 45-53)
1º. Jesús, se cumple hoy lo que habías dicho en la parábola del rico Epulón: «tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16,31).
Tras la resurrección de Lázaro, las personas sencillas razonan así: «Si ése no fuera de Dios no hubiera podido hacer nada» (Juan 9,33).
Por eso, «al ver lo que hizo Jesús, creyeron en él»
Pero los fariseos no tienen la sencillez necesaria para conectar los milagros con tu divinidad.
«¿Qué haremos, puesto que este hombre realiza muchos milagros?»
Ven los milagros, pero no ven a Dios detrás.
Sólo te ven como hombre, y por eso eres peligroso: «Si le dejamos así, todos creerán en é!; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.»
Jesús, yo también tengo una visión muy humana a veces.
No me doy cuenta de que Tú estás detrás de cada acontecimiento.
Por eso necesito hacer un rato de oración al día que me llene de tu presencia y de tu gracia.
«Hay que saber estar en silencio, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentro reservado a una intimidad con el Señor. Hay que saber contemplar (…). Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, más o menos difundidos, de contaminación interior. Pero el contacto de fe con la Palabra del Señor nos purifica, nos eleva y nos vuelve a dar energía» (Juan Pablo II).
2º. «La entrega generosa de Cristo se enfrenta con el pecado, esa realidad dura de aceptar; pero innegable: el «mystrium iniquitatis», la inexplicable maldad de la criatura que se alza, por soberbia, contra Dios. (…) Debemos hacemos cargo, aun en lo humano, de que la magnitud de la ofensa se mide por la condición del ofendido, por su valor personal, por su dignidad social, por sus cualidades. Y el hombre ofende a Dios: la criatura reniega de su Creador
Pero Dios es Amor El abismo de malicia, que el pecado lleva consigo, ha sido salvado por una Caridad infinita. Dios no abandona a los hombres. Los designios divinos prevén que, para reparar nuestras faltas, para restablecer la unidad perdida, no bastan los sacrificios de la Antigua Ley: se hacía necesaria la entrega de un Hombre que fuera Dios. (…) El Hijo Unigénito de Dios Padre asume nuestra condición humana, carga sobre sí nuestras miserias y nuestros dolores, para acabar cosido con clavos a un madero». (Es Cristo que pasa.-95).
Jesús, te entregas voluntariamente a la muerte para salvarme de mis pecados.
Por eso Caifás profetiza que «Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos.»
Porque por tu muerte, Jesús, todos pasamos a ser miembros de la misma familia, la familia de los hijos de Dios, de los hijos de María.
Madre, cómo debiste sufrir esos días, sabiendo que llegaba la hora de la redención.
Tú estabas allí, en casa de María, Marta y Lázaro, junto con las otras mujeres que seguían a tu hijo.
Esta vez habías venido desde Galilea para acompañar a Jesús en la Cruz.
Ayúdame a no pecar más, pues son mis pecados los que han causado la muerte de tu hijo.