Sábado. 3º Semana del Tiempo Ordinario

Marcos 4, 35-41

Autor: Pablo Cardona

«Aquel día, llegada la tarde, les dice: Crucemos al otro lado. Y despidiendo a la muchedumbre le llevaron en la barca tal como se encontraba, y le acompañaban otras barcas. Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, de manera que se inundaba la barca. Él estaba en la papa durmiendo sobre un cabezal; entonces lo despiertan, y le dicen: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece! Y se calmó el viento, y se produjo una gran bonanza. Entonces les dijo: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Todavía no tenéis fe? Y se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Marcos 4, 35-41)

1º. Jesús, yo estoy contigo en la barca de mi vida.

Como en la travesía del Evangelio, a veces se levantan olas de todo tipo que ponen en peligro mi barca: exámenes o presiones profesionales que me agobian; sufrimientos o roces familiares que me hunden en la tristeza; la ola de la pereza, que no me deja avanzar; la ola de la sensualidad, que llena de agua mi barca…

«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»

Jesús, ¿dónde estás mientras yo estoy peleando por sobrevivir en mi vida cristiana?

Parece que estás dormido, que estás ausente.

Pero estás: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20).

Estás esperando que a la vez que pongo todos los medios humanos te despierte, te pida ayuda.

Cristiano, en tu nave duerme Cristo; despiértale, que Él increpará a la tempestad y se hará la calma» (San Agustín).

Jesús, mientras permanezca en la barca contigo, no tengo nada que temer.

Ayúdame a trabajar con fuerza, con ahínco, para llevar tu barca a buen puerto.

Y si, alguna vez, me agobio o pierdo la esperanza de mejorar, que sepa acudir a Ti, a tus sacramentos, a la comunión especialmente, y te despierte: en el fondo era yo el que estaba dormido espiritualmente, porque no me daba cuenta de que seguías estando junto a mi.

 

2º. «Tu barca -tus talentos, tus aspiraciones, tus logros- no vale para nada, a no ser que la dejes a disposición de Jesucristo, que permitas que El pueda entrar ahí con libertad, que no la conviertas en un ídolo. Tú solo, con tu barca, si prescindes del Maestro, sobrenaturalmente hablando, marchas derecho al naufragio. Únicamente si admites, si buscas, la presencia y el gobierno del Señor, estarás a salvo de las tempestades y de los reveses de la vida. Pon todo en las manos de Dios: que tus pensamientos, las buenas aventuras de tu imaginación, tus ambiciones humanas nobles, tus amores limpios, pasen por el corazón de Cristo. De otro modo, tarde o temprano, se irán a pique con tu egoísmo» (Amigos de Dios.-21).

Santa María, que eres mi madre y me quieres tanto, ¿qué hago yo con mi barca, con mis talentos, aspiraciones y logros?

¿Qué hiciste tú?

Tú meditabas lo que debías hacer según le hiciera falta a Jesús: si Él lo necesita, si Ello quiere, yo también.

Eso es pasar los pensamientos, las ambiciones nobles y los amores limpios por el Corazón de Cristo: ¿Tú lo quieres, Jesús? entonces yo también.

Eso es dejar que dirijas mi barca, mi vida.

Entonces estaré a salvo de las tempestades y reveses de la vida.

No porque no me vengan, sino porque Tú estarás allí para ayudarme.

Jesús, me doy cuenta de que soy un poco egoísta, de que busco muchas veces lo fácil y no lo que Tú me pides.

También soy consciente de que el egoísmo me lleva a pique, y me quedo hundido por cualquier cosa que me sale mal.

Hazme humilde y dame esa alegría y esa paz que tienen los que -como la Virgen- intentan agradarte siempre y en todo.

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