Lucas 16, 9-15
Autor: Pablo Cardona
«Y yo os digo: «Haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, os reciban en las moradas eternas.
Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.
Por tanto, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro?
Ningún criado puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o preferirá a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero».
Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amantes del dinero y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros os hacéis pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que parece ser excelso ante los hombres, es abominable delante de Dios». (Lucas 16, 9-15)
1º. Jesús, mientras estoy en esta tierra he de hacer méritos para que en la otra vida me abras las puertas del Cielo.
De ahí la comparación con el administrador infiel que, antes de ser echado de su anterior trabajo, busca hacerse amigos con la fortuna de su anterior amo, para asegurarse el futuro.
Igualmente, he de utilizar las riquezas de este mundo de tal modo que, al final de mi vida, me recibas en las «moradas eternas».
Todo lo que tengo, Jesús, te lo debo a Ti: familia, inteligencia, riquezas.
Tú me has dado más o menos talentos para que los haga rendir.
Si vivo con la certeza de que todo lo que tengo es prestado y procuro utilizar mis talentos para darte gloria, entonces Tú podrás premiarme con lo que realmente es propio de un hijo de Dios: la vida eterna.
Pero si no soy fiel con lo que se me ha prestado, me quedaré sin lo que me es propio, pues «si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro?»
Jesús, me recuerdas que no puedo servir a Dios y al dinero.
El corazón acaba escogiendo: o amo a Dios sobre todas las cosas o acabaré amando a todas las cosas sobre Dios.
Esto no significa que si escojo a Dios ya no puedo disfrutar de los bienes de la tierra.
De hecho, es al contrario: el que sirve a Dios, usa las cosas como medios, no como fines: y ese desprendimiento hace que saboree las cosas con libertad.
En cambio, el que sirve al dinero y pone su corazón en las cosas materiales, pierde constantemente la paz y la alegría, porque nunca tiene bastante.
«La abundancia de riquezas no sólo no sacia la ambición del rico, sino que la aumenta, como sucede con el fuego que se fomenta más cuando encuentra mayores elementos que devorar. Por otra parte, los males que parecen propios de la pobreza son comunes a las riquezas, mientras que los de las riquezas son propios exclusivamente de ellas» (San Juan Crisóstomo).
2º. «La santidad «grande» está en cumplir los «deberes pequeños» de cada instante» (Camino.-817).
Jesús, hoy me enseñas el secreto para ser santo, con una santidad grande: cumplir el pequeño deber de cada momento.
No me puedo engañar pensando en hazañas heroicas, y a la vez descuidar ese detalle de orden o de servicio que está al alcance de la mano.
«Porque quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.»
¿Cómo cuido la presencia de Dios en mi trabajo?
¿Y la puntualidad?
¿Acabo bien los detalles o me contento con chapuzas?
¿Soy constante en la oración?
¿Hago todos los días el examen de conciencia concretando un pequeño propósito para el día siguiente?
¿Estoy pendiente de las necesidades de mi familia?
En estos deberes diarios se encuentra la santidad verdadera, porque el amor sabe detectar los detalles.
Madre, tú eres el mejor ejemplo de santidad ordinaria, de santidad en las cosas pequeñas.
Estuviste en los detalles cotidianos, haciendo todo por Jesús.
Y, como en Caná, detectas antes que nadie las necesidades ajenas y acudes a tu hijo para ayudar a resolverlas.
Enséñame a ser fiel «en lo poco» como lo fuiste tú.